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Hugo Rivero, Manuel Torío y Miriam Pinto, delante. José Antonio Parra, Asier Alonso, Alfonso Fraile y Juan Manuel Gómez. Alberto Aja

Los posos que deja el vino cántabro

La necesidad de mayor promoción y el escaso asociacionismo, claves en el discurso de los bodegueros

Álvaro Machín

Santander

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Jueves, 1 de enero 1970

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Los protagonistas del vino cántabro han catado este lunes su propio sector. Se han mirado al fondo de la copa. El arranque de la tercera temporada del ciclo 'La agroalimentación en el siglo XXI', que organiza El Diario Montañés, a través de su suplemento Cantabria en la Mesa, en sus instalaciones, se ha convertido en una reflexión profunda, sin paños calientes, sobre la realidad de la viticultura en la región. Un foro del que han salido conclusiones positivas -sobre todo, las relativas a una calidad consolidada de producto-, pero también un reguero de asuntos pendientes y necesidades. Se ha hablado de falta de unión, de un mínimo asociacionismo, de una promoción imprescindible y escasa y de los intentos para mejorar o pulir la figura de la Indicación Geográfica Protegida (IGP). Y todos -entre el público había bodegueros, restauradores, representantes de la administración, sumilleres...- han coincidido en que un foro como el de ayer resulta, como punto de partida, un instrumento útil.

Ha sido una tarde de vinos que ha empezado con una charla a cargo del director del Centro de Estudios del Románico de la Fundación Santa María la Real, Jaime Nuño. «En el arte se ha asociado a la abundancia y a la generosidad, a su capacidad para la alegría». El experto ha dibujado una historia de uvas y viñedos recorriendo los periodos de la historia y las manifestaciones artísticas. De Osiris a los dioses griegos y romanos. De las bacanales al reclamo del vino «como un icono de la fe» más comedido con el triunfo del cristianismo. De las barricas en los monasterios y la importancia del aporte calórico de la bebida en tiempos de poco comer a los cuadros de la vida y los personajes cotidianos de Velázquez. Un repaso que ha concluido reconociendo que el vino tiene hoy «una personalidad artística propia».

Ha sido la introducción para un debate que se ha ocupado de lanzar el presidente de la Asociación de Sumilleres. Alfonso Fraile ha puesto las cartas sobre la mesa. «Más que emprendedores, los que se dedican a esto están 'locos'. Querer vivir de ello es apasionante, pero creo que estamos un poco perdidos y que cada uno hace la guerra por su cuenta. Nos falta unión. Los vinos son buenos, excepcionales, pero nos faltan cosas. Falta un plan estratégico de acción. Tenemos un racimo de bodegas acogidas en la IGP y otras que no y no sé por qué. El asociacionismo sería buenísimo, pero a día de hoy no funciona», ha asegurado.

A partir de ahí, José Luis Pérez, redactor jefe de El Diario Montañés y conductor del acto, ha ido dando la palabra a los bodegueros. De entrada, al hablar de precio del kilo de uva, ha quedado claro que este ha sido un año difícil para el sector. «Catastrófico», se ha dicho. Y caro. Tiempo complicado. «Cantabria es un sitio difícil, requiere más labores y costes que otros lugares», ha empezado diciendo Manuel Torío (Behetría de Cieza). Años malos elevan los costes en un 30%. Una sangría. Asier Alonso (Sel d'Aiz) estaba justo a su lado y fue el siguiente en tomar la palabra. Ha reconocido que «cada uno hace la guerra por su lado» y ha considerado que hay «un desconocimiento general de lo que supone la IGP». «No se identifica que eso supone que hay unos controles y unos trabajos por detrás del que tiene esa etiqueta». Y eso le ha llevado a cuestionarse el aporte real para las bodegas incluidas en 'Vino de la Tierra Costa de Cantabria' y 'Vino de la Tierra de Liébana' (la doble IGP que existe hoy en día).

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Asier Alonso, de Sel D'Aiz, que elabora el vino Yenda; Cecilia Pérez, sumiller del restaurante Ronquillo en Ramales de la Victoria; y Juan Manuel 'Manel' Gómez, de bodega Río Santo, que elabora el vino Lusía.

Fernando Mier, de la Oficina de Calidad Alimentaria (Odeca), ha recordado que «somos nuevos» en este sector y que «costó muchísimo identificar» esas dos marcas con las que se cuenta en la actualidad. «Empezamos a aprender y aprendemos todos juntos», ha dicho antes de defender los controles que llevan a cabo, «exhaustivos, casi milimétricos». Mier ha anunciado que habrá «una partida para impulsar el asociacionismo, para sumar productores que se unan a las marcas de calidad» -ahora son once en Costa de Cantabria y tres en Liébana-.

Ya metidos en pleno debate, Isabel García (Orulisa), ha definido como «heroico» el papel de los lebaniegos que cultivan y mantienen «viñedos viejos». «Doy fe de que nos achicharran a controles. Y los que no están en la IGP, sin tanto control, al final quedan en una situación de superioridad. Sobre todo, en los años difíciles». José Antonio Parra (Picos de Cabariezo) ha explicado que sí que cree «en la IGP y el asociacionismo, pero hay que pulir cosas». Y ha contado sus motivos para abandonar el año pasado la Indicación.

«Ha habido una evolución, se han dado pasos. Pero Cantabria en el sector, a nivel nacional, no existe. Fuera de aquí somos invisibles», ha señalado Hugo Rivero (Boreal), que ha incidido en la necesidad de apoyo de la hostelería y de la distribución. Pedro Agudo (Matoblanco) ha apostado por «diferenciarse» de otras regiones con la apuesta por las «variedades autóctonas» y no las foráneas que actualmente ampara la IGP. Mier, de la Odeca, cuando las intervenciones han ido hacia ese punto -el de las variedades de uva-, ha recordado que «fue el propio sector el que decidió las variedades en las primeras reuniones». «Pero, si se puede cambiar la Constitución, cómo no se van a poder cambiar los reglamentos. Podemos reunirnos y ver si es posible y si está justificado. Porque tiene que estar justificado», ha advertido antes de relatar las dificultades para ampliar hectáreas de cultivo en una comunidad como Cantabria. Pequeña y sin peso en el sector para obtener derechos frente a otras provincias.

Y entre opiniones, desde Liébana, ha llegado una de las últimas. Una que ha sonado muy sensata. «Las asociaciones -dijo José Manuel Gómez (Río Santo)- hay que hacerlas, sí. Pero antes hay que hablar. Y ayudarnos sería la mejor asociación».

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