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Alfonso Cruz pinta un paisaje submarino bajo las aguas del Cabo de Palos, en Cartagena. Javier García Gallego Vïdeo: ADAIHPS

El pintor que toreó tiburones

Alfonso Cruz retrata paisajes submarinos por todo el mundo. Buzo profesional, ha llevado el arte, su pasión, hasta el fondo

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Domingo, 16 de junio 2019

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Alfonso Cruz ha visto cosas que no creeríais sin necesidad de viajar más allá de Orión. Le ha bastado con sumergirse en los mares y océanos del planeta y pintar donde nadie lo ha hecho antes. Allí abajo, armado con su lienzo y sus óleos, retrata ese enigmático mundo submarino de sugerentes cromatismos y silenciosos habitantes que pueden deparar sorpresas. En una ocasión, en Cuba, había plantado su caballete en un fondo de arena por el que andaba patrullando una colonia de tiburones toro (dos vocablos que ya meten miedo) capaces de devorar a una persona en cuestión de segundos. Con el cuadro a medio terminar en una mano, Alfonso observó con inquietud cómo uno de los escualos se separaba de la manada dirigiéndose hacia él, atraído por el fuerte olor que desprendían los óleos. Como no sabía muy bien qué hacer, el instinto le llevó a tratar de parar la embestida de aquella fiera de cien kilos echando mano del lienzo como si de un capote se tratara. La insólita estampa de tauromaquia submarina merecería el sonido amortiguado de un olé y la ingravidez de un aplauso, pero básicamente deparó pánico, que es una sensación que no se diluye bajo el agua. «Fue un momento increíble, pero pasé miedo», recuerda desde su casa en Terrassa (Barcelona) este buzo profesional de 61 años que ya hace tiempo que cambió el soplete con el que soldaba cascos dañados por la paleta de colores.

Alfonso, con el lienzo en la mano, momentos antes de la 'faena' con el tiburón toro en el Caribe.
Alfonso, con el lienzo en la mano, momentos antes de la 'faena' con el tiburón toro en el Caribe. R. C.

Unos años antes de lidiar aquella 'faena' en el Caribe cubano, Alfonso pintaba bajo un atolón al sur de las islas Maldivas cuando percibió de reojo que una sombra negra se aproximaba sigilosamente. «Parecía un submarino, era algo gigante». Se trataba de un tiburón ballena, de 16 metros... «y tan inofensivo como un juguete grande. Jamás ataca». Aquel inocente ejemplar sólo quería curiosear un poco alrededor del artista mientras recorría el arrecife en busca de plancton.

«Despliego el caballete, me arrodillo y empiezo a pintar a lo que veo»

Alfonso Cruz

Cruz, que tiene su propio blog, cuenta por miles las anécdotas, tantas como inmersiones ha hecho por todo el mundo. Se formó como buzo en la Escuela de la Armada, en Cartagena, mientras hacía la mili en 1979, y luego se ganó la vida arreglando barcos bajo las turbias aguas del Puerto de Barcelona. «La visibilidad era tan mala que era más seguro trabajar solo para evitar llevarte por delante a un compañero con el soplete».

Barca hundida con remo.
Barca hundida con remo. A. C.

Luego, lo dejó todo por el arte, su verdadera vocación junto a la poesía (ha escrito quince libros). Primero se dedicó a la pintura hiperrealista e incluso llegó a exponer en Nueva York. Dedicó quince años a esos retratos que parecen calcos de fotografías, y ya entrado en los 40 decidió dar un giro a su línea artística y cambiar completamente de escenario y de lenguaje pictórico. Entonces se empleó a fondo en la pintura submarina, un arte minoritario pero no tan extraño: cuenta con 150 años de tradición (lo inició un barón austríaco llamado Eugen von Ransonnet-Villez, que, eso sí, descendía a pintar metido en una campana con ventanas) y con artistas como el indio de origen escocés, Zarh Pritchard, fallecido en 1956 y que ya bajaba con escafandra, como un buzo clásico, y que firma obras maestras en el museo del Louvre.

Buceador profesional

El pasado de Cruz como buceador profesional le permitió avanzar rápido en su recién estrenada faceta artística. Eso sí, tuvo que aprender a dominar la técnica, distinta a la de la pintura en seco, pero no tardó en empaparse en la nueva disciplina. Alfonso ya lleva 20 años sumergiéndose con su escafandra, su botella de aire, sus gafas, sus plomos, la linterna... y con el equipamiento de un pintor, que él reduce al máximo por razones obvias: un caballete metálico plegable con un cajón para guardar los óleos, una pequeña paleta para mezclar colores y la espátula que emplea para adherirlos al lienzo. «Todo va dentro de una maleta que me hicieron expresamente en Italia», cuenta.

Cuadro de un cañón de un navío hundido en la Costa Brava.
Cuadro de un cañón de un navío hundido en la Costa Brava. A. C.

Para que el cuadro no acabe en papel mojado impermeabiliza la tela con una capa de clorocaucho, ese material azul que se suele emplear para revestir las paredes de las piscinas. Así es como la pintura se adhiere al lienzo sin mayor problema. El óleo (metido en tubitos de plomo que no flotan, luego no pueden salir 'volando') es una pintura grasa que no se disuelve en el agua y resulta fácil de trabajar con la espátula. «Yo la aplico en el lienzo y la esparzo como si fuera mantequilla superponiéndola en capas», explica. Cruz trabaja la textura, el grosor, la mezcla de colores... hasta dar con el resultado que desea, siempre tamizado por la carga de emociones que genera una sensación tan armoniosa como la de bucear y pintar a la vez.

Una de las cuevas pintadas por Alfonso Cruz. A. C.
Imagen - Una de las cuevas pintadas por Alfonso Cruz. A. C.

A 30 metros de profundidad

Alfonso ha pintado bajo el Mediterráneo, el Atlántico, el Mar Rojo, el Océano Índico... y tiene pendiente descolgarse en el Ártico. Suele hacerlo a doce o quince metros de profundidad, pero ha llegado a los 30 (nunca más allá) para retratar fantasmagóricos pecios que gracias a una estudiada técnica recobran vida en sus cuadros. Algunos de esos barcos naufragaron con decenas de tripulantes que se hundieron con ellos. «Cuando pinto uno de esos buques, experimento sensaciones muy fuertes que intento plasmar en mis cuadros. No se trata de bajar y hacer una copia exacta, sino de hacer una interpretación expresionista de lo que estás viendo. Hace poco estuve pintando en un cenote en el Caribe. Pensar que eres el primer ser humano que ha descendido hasta allí a pintar es como muy solemne, muy poético, y eso se refleja en mis obras», ilustra.

Con la pintura al óleo y su paleta de colores hace mezclas de estas características en sus lienzos.
Con la pintura al óleo y su paleta de colores hace mezclas de estas características en sus lienzos. A. C.

Sus lienzos subacuáticos cuelgan en colecciones privadas de Europa, Estados Unidos, México, Cuba, Canadá, Egipto... y en varios museos españoles, que difícilmente tendrán piezas con tanta carga de profundidad. Porque la magia de pintar bajo las olas también se contagia al observador.

Cruz puede permanecer hasta noventa minutos a quince metros de profundidad, el tiempo que por término medio dedica a cada lámina. Busca su modelo allá abajo, planta el caballete, saca la espátula y mientras respira lenta y acompasadamente, empieza a mezclar los colores sobre el lienzo cosechando efectos sorprendentes: por ejemplo, un azul de Prusia superpuesto sobre un verde turquesa para crear el envolvente ambiente de una colonia de esponjas de mar.

Otro cuadro de Cruz con un elemento del 'Reggio Messina', un carguero hundido en la Costa Brava.
Otro cuadro de Cruz con un elemento del 'Reggio Messina', un carguero hundido en la Costa Brava. A. C.

Y el abismo detrás

Cuando este abuelo de tres nietos desciende a 30 metros de profundidad sólo dedica a la sesión media hora, el tiempo justo para no entrar en descompresión. A esa distancia de la superficie, recostado en el lecho marino, duerme el 'Reggio Messina', un carguero italiano hundido en la costa del Mongrí (Gerona), uno de sus 'modelos' favoritos. «Tiene cien metros de eslora y aún conserva las vías interiores que transportaban vagones de tren. Es impresionante». Hay otros aún más emocionantes. Cruz se detiene en el 'Cristóbal Colón', un crucero acorazado de la Armada española comandada por el almirante Pascual Cervera y Topete en la batalla naval de Santiago de Cuba. Los 112 metros de eslora del navío, hundido en 1898, están como inclinados, no demasiado lejos de la superficie; la popa como a diez metros y la proa, a 30. Cruz lo ha pintado situándose en la esquina de proa mirando hacia arriba, hacia la popa. Pero justo detrás de él se abre un escalón de cuatro mil metros de profundidad, un abismo que define con tres palabras: «Es poesía pura».

Alfonso pinta desde la proa el 'Cristóbal Colón'; a sus espaldas cuatro mil metros de profundidad. M. Cáceres Suárez
Imagen - Alfonso pinta desde la proa el 'Cristóbal Colón'; a sus espaldas cuatro mil metros de profundidad. M. Cáceres Suárez

Miles de inmersiones después (en las que también ha sido testigo de la progresiva degradación de nuestros mares por culpa de la contaminación y los plásticos), Alfonso sigue viviendo cada una como una experiencia única. «Me tiro al agua desde una embarcación, me sumerjo y busco una cueva, me meto dentro unos veinte metros, me giro y observo la entrada de la cueva. Me arrodillo allí, instalo mi equipo y empiezo a pintar lo que veo. Esa luz penetrando por las claraboyas abiertas en las rocas, esa gama de colores... da la sensación que estás en una catedral gótica bajo el mar». Está claro que a nuestro buzo-pintor no le hace falta viajar mas allá de Orión para ver cosas que no creeríais. Por si acaso, estos días ya prepara su curiosa maleta italiana para desplegarla en las profundidades del enigmático Triángulo de las Bermudas.

Cruz, en plena acción. R. C.

Del soplete a los pinceles

Alfonso Cruz (Terrassa, 61 años) está casado, es padre de tres hijos y abuelo de tres nietos. Vive cerca de la Costa Brava y viaja constantemente por todo el mundo para pintar sus cuadros bajo el mar. En breve se desplazará al golfo de Tailandia y al Triángulo de las Bermudas. Alfonso se formó profesionalmente como buzo en la Escuela de la Armada, en Cartagena, en 1979, cuando prestaba el servicio militar. De la mili salió con un oficio que le abrió las puertas de los astilleros Vulcano, reparando barcos con soplete bajo las aguas del puerto de Barcelona. Dejó el trabajo por su vocación artística y se enfrascó en la pintura hiperrealista, llegando a exponer en Nueva York. Luego vino la modalidad de pintura subacuática, en la que se encuentra literalmente inmerso. Pero ¿cómo puede pintar sin que el lienzo se eche a perder? El 'truco' para pintar bajo el agua es impermeabilizar antes el lienzo con una capa de clorocaucho, esa especie de resina azul que se emplea para revestir las paredes de las piscinas. Así, la pintura al óleo se adhiere sin problema a la tela y, mediante una pequeña espátula, el artista la va esparciendo. Además, el óleo es una pintura grasa que no se disuelve en el agua. Y como lleva las pinturas metidas en unos tubitos de acero, se quedan 'pegadas' al cajón sin que salgan 'volando'. Los cuadros de Cruz están expuestos en hogares y museos de varios países. 12.000 euros es su obra más cara, un tríptico vendido a una galería privada de Andorra.

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