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Cantabria se resistió a integrar la agricultura

Cantabria se resistió a integrar la agricultura

Cuando los pueblos del norte de la Meseta habían entrado en el Neolítico, los vecinos cántabros prefirieron mantener la caza y la recolección durante al menos cinco siglos

José Carlos Rojo

Santander

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Viernes, 10 de agosto 2018

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Algunos autores opinan que fue el primer gran avance de la humanidad. Equiparable a la revolución industrial, urbana o la digitalización. La instauración de la agricultura y la ganadería sustituyó a milenios de caza y recolección para transformar las sociedades desde su base. El hombre dejó de servirse de la naturaleza y comenzó a transformarla para generar de forma artificial nuevos recursos. El nomadismo dio paso al sedentarismo, la garantía de una alimentación sostenida posibilitó el despegue demográfico y el reparto de los nuevos recursos, en muchos casos acumulables, sirvió para instaurar la sociedad de clases. Quienes gestionaban el excedente se garantizaban el poder. El Neolítico, que en Cantabria llegó hacia el 5.000 a.C. y se prolongó hasta el 3.000 a.C. fue, en toda regla, el primer paso hacia la construcción de la sociedad que hoy conocemos. Pero por alguna razón, tardó mucho más en llegar a Cantabria que al resto de Europa.

«Parece que a las sociedades cántabras no les hacía mucha gracia dar al traste con tantos milenios de caza y recolección. Probablemente sabían que modificar la forma de adquirir alimento entrañaba una transformación profunda de su modo de vida y durante unos cuantos siglos lo rechazaron. Incluso conociendo las técnicas que habían visto en los vecinos del otro lado de la cordillera, en el norte de la Meseta». Para Pablo Arias, catedrático e investigador del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas (Iiipc), aquellos cántabros antiguos tenían parte de razón. No todo en el Neolítico fue un cambio a mejor.

«Los grupos cántabros conocían a los agricultores de la Meseta, pero se resistían a dar el salto»

Pablo Arias | Prehistoriador

«Trajo muchas cosas buenas y también otras no tan buenas», matiza el experto. «Se incrementó el contenido de metano en la atmósfera, algo que indica la aparición de la ganadería. Se redujo la superficie de arbolado, que podemos demostrar con los análisis del polen de aquel tiempo... El poder transformador de la naturaleza había comenzado». Pero garantizar el sustento, por ejemplo, no supuso estar mejor alimentado. «La dieta era mucho más monótona. Aquellos primeros agricultores se centraron mucho en el consumo de hidratos de carbono. Comían mucha fécula, harina de trigo y cebada». La caries, por ejemplo, es una afección que comenzó a aparecer en estos tiempos, cuando las bacterias de la boca empezaron a recibir todos estos nutrientes.

«El sedentarismo trajo otra serie de enfermedades, sobre todo infecciones y el trabajo se incrementó. No tenían que cazar pero tenían que labrar el campo, cuidar a los animales, etc. Una de las indicaciones claras de que la calidad de vida empeoró es el descenso de la talla de los sujetos, que se puede comprobar claramente analizando los restos», desvela Arias.

«Surge el megalitismo y el concepto de que la gente empieza a estar arraigada a su tierra»

Luis César Teira | Prehistoriador

La ganadería –y sobre todo la agricultura– generó una serie de mecanismos sociales que favorecieron la acumulación y la imposición de unas sociedades sobre otras. «Es muy difícil someter a un cazador recolector, no permite tener poder sobre él porque no tiene nada que perder. Con la gente que está atada a una tierra es diferente». Las diferencias sociales se perciben sobre todo en el arte. Comienzan a aparecer representaciones humanas en que unos individuos tienen mayor talla que otros. «En que esos mismos destacados aparecen con armas, que por norma general tienen un acabado más detallado que lo que la misma figura humana».

La suspicacia cántabra

Parece que los cántabros de aquel tiempo conocieran todos estos inconvenientes. En torno al 5.000 a.C., cuando hacía ya unos seis siglos que existían aldeas de agricultores y ganaderos en la España mediterránea, la región seguía estando habitada por poblaciones que vivían de la caza en los bosques. Eran grupos que mantenían relaciones con otros del valle del Ebro y que sin duda habían entrado en contacto con algunos grupos agricultores.

«De hecho tenemos constancia de poblaciones de Picos de Europa que ya trabajaban la alfarería con barro de la zona, algo típicamente neolítico, pero no habían instaurado aún la agricultura y la ganadería», confirma Arias. «Los primeros indicios de ganadería en la región cantábrica se encuentran en la cueva de Arenaza, en Galdames (Vizcaya), en torno a 4.900 a.C. Se encontraron allí huesos de vaca doméstica», confirma el experto. «En el caso de la ganadería hay que ir hasta la cueva de El Mirón (Ramales de la Victoria), donde se ha datado un grano de trigo en el 4.400 a.C. Probablemente ambas técnicas se introdujeron a la vez pero aún no hemos encontrado restos que lo certifiquen».

Los rituales funerarios, que comenzaron a dar importancia a las raíces de las personas a su tierra, se tradujeron en el levantamiento de monumentos basados en estructuras de roca. No se ha logrado datar con exactitud el de la imagen, que se encuentra en Valdeolea.
Los rituales funerarios, que comenzaron a dar importancia a las raíces de las personas a su tierra, se tradujeron en el levantamiento de monumentos basados en estructuras de roca. No se ha logrado datar con exactitud el de la imagen, que se encuentra en Valdeolea. José Luis Sardina

Cultivaban varios tipos de cereales: trigo, cebada... «No hay indicios de que trabajaran las legumbres, pero sí que es probable que plantaran lenteja, garbanzo, guisantes... Lo que ocurre es que es muy complicado conservar restos que podamos analizar», cuenta Arias.

El arte dejó de mirar a la naturaleza para fijarse en el hombre

Encontrar la figura humana en el arte Paleolítico era una tarea casi imposible. «Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, en el pospaleolítico, se convierte en tema relevante. Asistimos, de algún modo, a los balbuceos del retrato social», indica el investigador Luis César Teira. El mundo del cazador y recolector giraba en torno a la naturaleza. Dependía de ella:de sus ritmos, de sus caprichos... Las representaciones de ese tiempo retratan sobre todo animales. Pero con la llegada de la agricultura y la ganadería el hombre comienza a tener conciencia de su capacidad para modificar la propia naturaleza. De algún modo incrementa su autoestima porque tiene el poder de controlar ese entorno caótico. Con lógica el antropocentrismo cobra relevancia. «Empiezan a verse representaciones humanas, incluso el dibujo de personajes singulares dentro del grupo humano», advierte Teira. «Son individuos más altos, y con un rasgo característico:portan un arma, que normalmente es un rasgo de distinción que deja clara la posición social más elevada». Eran expresiones gráficas que comenzaban a dejar constancia de la aparición de las primeras sociedades complejas, donde la desigualdad y las jefaturas comenzaron a aparecer.

Con los animales sucede algo curioso, porque todos los que se explotaron con labores ganaderas provienen de tierras muy lejanas. «Crían oveja, cabra, vaca y cerdo. Más tarde, hacia el 2.000 a.C., es cuando incorporan el caballo a la dieta», desvela el catedrático. La domesticación comenzó en Próximo Oriente, hace 10.000 años, y probablemente todos los animales que luego se trabajaron aquí comparten ese origen. Todo esto se explica porque, si se analiza la genética de las especies, no se encuentran antecedentes silvestres en el norte de España ni en toda Europa. «Para hacernos una idea, la cabra doméstica que hoy conocemos tiene su origen en el norte de Irán e Irak».

La estructura de bandas de los cazadores dejó paso a la tribu, con grupos más amplios unidos por lazos de parentesco. Toda esta renovada forma de ver el mundo propició también la aparición de un nuevo fenómeno íntimamente ligado al Neolítico, el megalitismo. Y los ritos funerarios. «El pensamiento ligado a la inmediatez desaparece y se empieza a manejar el concepto del largo plazo. Algo clave para la buena gestión de la ganadería y la agricultura», explica Luis César Teira, prehistoriador e investigador del Iiipc.

Los megalitos

«Tras la siembra hay muchos sucesos azarosos que pueden dar al traste con todo un plan y eso lleva a la aparición de nuevos miedos. Temores que además son compartidos por toda la comunidad, cosa que es fundamental para comprender todo esto». Aparecen ritos pseudoreligiosos y funerarios que tienen que ver con grandes estructuras de piedra sobre el terreno. «Es la monumentalización de la ceremonia funeraria, que viene asociada al sentimiento de pertenencia de los ancestros a una tierra», analiza Teira. Eran, para simplificar el concepto, los cementerios de la época.

En Cantabria se cuentan unas 250 estructuras megalíticas. Una de ellas, el llamado Cotero de la Mina, ubicado en Labarces, muy cerca de San Vicente de la Barquera, fue una de las más monumentales que existieron en todo el norte de España. «Por sus dimensiones, que podemos analizar contemplando lo que queda de ella en su base, podemos certificar que fue mucho más grande que la media. Su cámara funeraria es la más grande conocida hasta la fecha en el norte de la península», certifica el experto. Buena parte de estas estructuras comienzan a aparecer a partir del 4.000 a.C.

Un tiempo en que comenzaría la carrera hacia el dominio de los metales, la jerarquización aún más estricta de la sociedad, con la aparición de las jefaturas y que conduciría a la Prehistoria hacia su fin, con la romanización; pero eso será materia de otro capítulo de esta serie.

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