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Agudo, afilado, certero

Agudo, afilado, certero

'El cuchillo en el agua' | Director: Roman Polanski; Filmoteca UC Mañana en Náutica

Guillermo Balbona

Santander

Miércoles, 10 de abril 2019, 09:39

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En su apariencia la tensa atmósfera, la mórbida y escabrosa corriente subliminal de su historia podría firmarla hoy el Haneke de 'Caché' y 'Funny Games'. Pero estamos en los sesenta, hablamos de una ópera prima y el título, 'El cuchillo en el agua', era abordado con muchas dificultades dada su distancia moral y emocional de lo que dictaba el realismo socialista. Polanski, tras varios e interesantes cortometrajes filmados a finales de los cincuenta, se asoma a la industria como un rupturista que tiene la lección visual muy aprendida.

Más influyente de lo que podría pensarse en el tiempo pueden buscarse argumentos y realizaciones que absorben su esencia, caso de la nada desdeñable 'Calma total' de Phillip Noyce, debut en los ochenta de Nicole Kidman. La ópera prima de Polanski es inteligente, no deja resquicios y echa mano de un guión preciso, agudo, con estilete, sagaz y tenso que está habitado por situaciones límite y nunca suelta al espectador.

La puesta en escena contiene astucia para simular el limitado presupuesto de la apuesta, a la que suma la belleza de la fotografía, cómo el cineasta de 'El pianista' exprime al máximo los escenarios y aporta una sensación permanente de desasosiego, morbo, punto final y desazón. Con tres personajes, ambición y riesgo por montera, el entonces joven cineasta logra dar muestras de su estilizada mirada al convertir un idílico paisaje de vacaciones , un velero y una travesía contemplativa en un infierno de deseo, fuego en el cuerpo, dominación y sombra de muerte.

La claustrofobia, ese mismo 'cul de sac' que luego propicia el título de otras de sus primeras grandes obras, encierra y envuelve a los personajes y, por ende, al espectador, en una encadenada condena de absurdos, miedos primarios, infidelidad, sospecha y vértigo. Los cuerpos y el deseo, la violencia que se mastica, el cuchillo (objeto de una singular conversación) como metáfora de la violencia soterrada y la amenaza configuran una ecuación tan atractiva como repulsiva, un juego que luego estaría implícito en gran parte de la filmografía del cineasta. Es una obra que busca, delata y revela los contrastes: el conservadurismo y la rebeldía; la protección y el ansia de libertad; los espacios abiertos y los cerrados; lo acomodaticio y lo arriesgado; la propiedad y el paternalismo y la sugerencia y el aliento de lo libertario; y lo reflejado y establecido y lo moderno e innovador.

Al margen de los simbolismos y metáforas sobre el régimen comunista (Polanski acabaría rodando en Francia y Gran Bretaña su posterior obra) el filme es un contundente drama psicológico, en el que el erotismo, la música y lo siniestro, también desde el interior de cada criatura, integran una obra de cámara pegajosa, que juega con madurez con el tiempo y el espacio. Todo el film es un largo ejercicio de voyeur entomólogo que disecciona a tres seres enmarcados por el mar y dos o tres objetos. Entre la sugerencia y la fluidez, la mirada serena pero inquieta, uno siente el posible corte afilado entre la vida y la muerte.

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