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Secreto. Varys y Tyrion son dos de los personajes más intrigantes. En la imagen, con Missandei. El final se oculta con celo. HBO
Derrames, pérdidas, traiciones

Derrames, pérdidas, traiciones

Guillermo Balbona

Santander

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Sábado, 13 de abril 2019, 07:51

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Blake Edwards traicionó el espíritu con el que Truman Capote impregnó su 'Desayuno en Tiffany's' cuando el cineasta, pese a realizar una gran comedia, se inclinó por un final ajeno al vínculo entre la vida y los personajes originales. Y Henry King hizo lo propio en su adaptación de 'Las nieves del Kilimanjaro' al impostar un final feliz en la frente literaria de Ernest Hemingway. Arrancar una obra siempre conlleva una declaración implícita de intenciones, un riesgo y la tentación del deslumbramiento que puede ser tan lúcido como decisivo. Pero, ¿y el final?, ¡ay los finales!...estrambóticos, excéntricos, tiránicos, simplones, falsos, epatantes, extraños, incoherentes, traidores y hasta mortales...al pie de la letra. Sucede en libros, en películas y, por supuesto, en series. Por contra, hay ejemplos de un supuesto canon donde el final elegido parece merecer la aprobación general, la bendición emotiva no exenta de esa ligera sombra que alude a «y si hubiera sido de esta u otra forma...». De 'Seven' a 'Memento', de 'Los otros' a 'Casablanca', de 'El sexto sentido' a 'American beauty' hay cierta unanimidad coral y colectiva a la hora de dar el visto bueno a títulos donde el final parecía crucial en el instante de asumir el discurso, la estética y el mensaje de cada creación. Son muchos los que creen que eso del final está sacralizado y se decantan por la obra abierta, por el punto de fuga que permita ensalzar el sentido y el sino de lo creado.

El relato, ese término hoy tan polivalente como manipulado, debe tener un final acorde con su desarrollo, inspirador de lo que se ha ocultado y de lo que se ha mostrado hasta la saciedad. Pero, además, debe engarzar con el espectador/lector/oyente. Es decir, el destinatario debe seguir inmerso en la historia cuando el 'the end' se visualiza en carne o alma.

¿Hay un final ideal?: solo el que posee cada uno en mente, que no tiene por qué coincidir con el establecido. Quizás el «buen final» sea aquel que se corresponde en dimensión, sugerencia, sutilidad y adherencia con el desarrollo de la obra.

Una situación muy recurrente es la del engaño, la falacia justificada en la fácil sorpresa, o aquella que se ampara en la búsqueda del efectismo y la necesidad de zarandear gratuitamente. Lo rotundo y lo importante estriba en el valor de la atmósfera y en la sinceridad como respuestas a una complicidad sobreentendida que ha crecido durante la propia asunción de la obra y su conocimiento. No se trata ni de que la creación en cuestión permanezca en el cautiverio de una ficción secuestrada sine die ni en cuarentena, sino que prolongue su existencia en una 'estación termini' que escenifica, paradójicamente, la posible llegada de anteriores historias con retraso, o que muestre trayectos por recorrer gracias a la imaginación y al territorio fomentado. Los buenos finales dejan un legado de sensaciones y emociones y potencian las ganas de contar. Los finales forzados, provisionales, ocurrentes..., malos, dejan desazón y provocan un hálito de desgracia, de pérdida de tiempo y disgusto como si el relato, las criaturas conocidas y los caminos andados ya no nos pertenecieran. Una de las opiniones más rotundas es aquella expresada por Julio Cortázar partidario de que en todo final asome esa sensación de que lo subliminal, el subterfugio escondido que «emerge y nos sorprende y nos sacude, aunque de alguna manera sabíamos que estaba allí». Precisamente hay finales a lo Carver en los que un hilo de la narración aflora «y da sentido a todo lo que el autor nos ha contado». Y hay finales redondos que remiten al comienzo de la historia, como si fueran un círculo que gira sobre sí mismo; otros, en clave, parecen guardar un ignoto factor humano o un enigma en el tiempo; y hay aquellos, en fin, que esperan una última imagen, una última página que no llega, entre la epifanía, la revelación y el tacto casi virginal.

La controversia se ha vivido y padecido (franquicias, spin off y prótesis aparte) en títulos emblemáticos como 'Perdidos'. Y ya que hablamos de series hay chapuzas que han hecho historia como 'Los Serrano', 'Prison break' o 'Dexter', más las discutibles como 'Twin Pweaks'. Al otro extremo, los finales que han proporcionado más satisfacción son, por ejemplo, los de 'A dos metros bajo tierra', 'Los Soprano' o 'Hannibal'.

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