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La pasion de Pasolini

La pasion de Pasolini

'El evangelio según San Mateo' (lunes en Espacio Espiral)

Guillermo Balbona

Santander

Viernes, 12 de abril 2019, 18:15

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Quería un Cristo cuyo rostro expresase fuerza, decisión, como el de los pintores medievales». El poeta y cineasta marxista Pier Paolo Pasolini firmó una de las películas más hermosas de su trayectoria al adentrarse en 'El Evangelio según San Mateo'. Aunque hubo un absurdo escándalo, la cinta es un laboratorio, un embrión intenso de poética interior que el cineasta expuso después en su maravillosa Trilogía de la vida de la que luego renegó.

Al margen de la experiencia de la mirada personal, nada mejor que las palabras del cineasta asesinado para acercarse a una obra hermosa y honda: «Es una obra poética que deseo hacer, no una obra religiosa, en el sentido usual de la palabra, ni una obra ideológica en ningún otro sentido. Creo que Cristo es divino, ideal, que sobrepasa los límites comunes de la Humanidad. Por eso he hablado de poesía, instrumento irracional hacia Cristo». Neorrealismo, actores no profesionales, cercanía, fisicidad, intensidad. Todo genera un perfil de Jesús de Nazaret que nunca elude el texto bíblico, y que desprende –como en buena parte de su cine– un halo de sinceridad, sencillez y hondura.

Un filme que se aparta radicalmente de todas las versiones, visualizaciones y acercamientos a la figura de Jesucristo, con rigor o metafóricamente o como experimentación. Con Pasolini, un joven sindicalista catalán de madre italiana, que estudiaba literatura y quería centrar su tesis en la obra escrita del cineasta, el joven Enrique Irazoqui encarna a Jesús. En sus imágenes cabe quizá la sombra del umbral de una nueva era, algo enunciado pero que no llegó a concretarse del todo. Hace apenas cinco años, con motivo del cincuenta aniversario del filme rodado en 1964, la película, presidida por un rostro cargado de gravedad y fragilidad, y al tiempo serenidad, rodada en parajes desolados de la Italia meridional, recibía la admiración del Vaticano.

L'Osservatore Romano, periódico oficial de la Santa Sede, la definió como «la mejor obra cinematográfica sobre Jesús». Simbolismos y metáforas, blanco y negro bergmaniano componen la plástica de una obra, ajena a la transgresión, de ideas e imágenes transparentes, que apuesta por el lirismo y se adentra en un pensamiento filosófico, lejos de los estereotipos y las representaciones icónicas asociadas ala fe. Como en otros de sus títulos, combina el paisaje finalista, de soledad y sombra de muerte, con las miradas y silencios, la música de Mozart o Bach, y todo con una extraña mirada que parece aséptica y descreída, que lo es (la visualización de los milagros, por ejemplo), pero sencilla, sin aspavientos ni efectismos, y con un Cristo militante que recluta a los suyos frente al poder.

Primeros planos y planos generales de paisajes integran una particular sinfonía humanista que enmarca la imagen de un hombre al que vemos apasionarse en su visión política y dudar de su creencia espiritual. Un filme que sobre todo exalta la palabra y construye una mirada renacentista.

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