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La desigualdad social se gesta hace 9.000 años

La desigualdad social se gesta hace 9.000 años

La llegada de la agricultura y la ganadería trajo la aparición de excedentes alimenticios, el primer concepto de 'riqueza'

José Carlos Rojo

Santander

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Viernes, 10 de agosto 2018

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Podría decirse que el estado natural del hombre es el de la convivencia en condiciones de igualdad social. El sapiens cazador y recolector no tenía mucho que repartir; el botín de caza servía para saciar el hambre del grupo a partes iguales. Las complicaciones llegaron con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, cuando hubo que tomar decisiones sobre la gestión de los excedentes alimenticios, el primer concepto de 'riqueza' conocido. Así se explica el origen de la sociedad de clases. Un relato que se remonta en algunas partes del mundo al 7.000 a.C. y al 5.000 a.C. en Cantabria.

«No sé si es correcto decir que en la sociedad de cazadores y recolectores no había desigualdad. Sí que había individuos que destacaban sobre el resto. Eran personas que se distinguían por algún detalle: bien por algún rasgo físico determinado o sencillamente porque eran más diestros con la caza, un valor que debía ser muy considerado», detalla Roberto Ontañón, director del Museo de Prehistoria de Cantabria. «Pero hablamos de que se trataba de una clasificación muy individual. Yo te admiro porque eres mejor cazador que yo. La verdadera desigualdad social llega cuando esa distinción se institucionaliza, se eleva al rango de tribu o familia».

Aquellos primeros pobladores cántabros tenían sus formas de organizar el grupo. Se sabe que eran muy pocos los que tenían acceso al interior de las cuevas donde milenios después se han encontrado esas magníficas obras de arte rupestre. «Lo sabemos porque encontramos muchos más restos en la boca de algunas cavidades cántabras -donde se realizaba la mayor parte de la vida- que en el interior. Eso significa que las profundidades de la cueva siempre fueron menos frecuentadas», acredita Ontañón.

Algunos investigadores, incluso algunas corrientes de expertos, apuntan a que existieron seres muy destacados dentro de aquellos primeros grupos. Algo así como chamanes o brujos. Probablemente personas de edad avanzada a las que se les suponía una experiencia. El llamado Bastón de mando de El Pendo, una de las joyas arqueológicas de arte mueble halladas en Cantabria, fue atribuida en un inicio a un líder. «Dijeron que podía ser el distintivo que reflejara que era quien mandaba; pero lo cierto es que nadie tiene ninguna prueba de que fuera así. Nadie sabe exactamente qué uso le pudieron dar a ese instrumento», aclara Manuel González Morales, catedrático y experto del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas (Iiipc).

Lo que sí parece claro es que poco o nada se puede hacer para someter a un cazador-recolector. Cualquier disputa interpersonal, o incluso de un individuo con el grupo, podría acabar por la disolución de esa relación. «La gente se enfadaba con el vecino y cambiaba de grupo. O sencillamente lo hacía en busca de una pareja sexual», explica Pablo Arias, catedrático e investigador del Iiipc. Entonces nadie tenía nada que perder.

«Cosa diferente sucede cuando el hombre depende de una tierra cultivada, o de un rebaño de cría. Ahí comienza a haber una razón por la que permanecer amarrado a una tierra, a unas formas de vida, y esa es la condición necesaria para el germen del sometimiento y la desigualdad», agrega el experto.

El excedente, clave de la riqueza

La fortuna quiso que algunas familias cultivaran tierras más fértiles que otras. También apareció la necesidad de tomar decisiones acerca de los excedentes. Cuánta cantidad se guarda, qué medida de semilla se invierte en la siembra del año próximo, o incluso cómo se reparte ese alimento de más. «Eran deliberaciones que condicionaban mucho la vida de toda la comunidad», remarca Ontañón.

Es un tiempo en que la fuerza y la violencia comienzan a estar al servicio del sometimiento. «Si no haces lo que te digo, te hiero o te mato. Eso fue algo que comenzó aquí. También el desarrollo de las armas. Aunque a veces es cierto que se daba en un orden más constructivo», explica Ontañón. «Podía ser en el sentido de si tu me defiendes con tus hermanos, que son muy fuertes, cuando viene alguien a intentar robarme las ovejas, pues te dejo que seas mi jefe porque me conviene», explica el director del museo. «También sucedía que si yo tengo excedentes y te los cedo para que no mueras de hambre, soy otro tipo de líder, el generoso, pero líder al fin y al cabo».

Poco después comenzó el desarrollo y ostentación de las armas y la aparición de las primeras figuras de algo muy parecido a lo que serían los príncipes guerreros. «Sobre todo en el apogeo de la Edad del Bronce la figura del guerrero era muy importante», detalla Ángel Armendáriz, investigador del Iiipc. «Eran individuos que se enterraban con todo su equipo de guerra», considerados nobles en las poblaciones célticas. Personas y grupos que vivían como una élite. «Una casta de guerreros que se dedicaba solo a combatir y que era alimentada por el resto de la comunidad». Las tumbas son muy ilustrativas del rango social que ocupaba cada individuo, porque muchas personas bien posicionadas eran enterradas con un buen puñado de riquezas.

Toda esta forma de ver el mundo dejó su sello en el arte cántabro de la época. La llamada estela de Salcedo es un ejemplo claro del modo en que se rendía culto al arma. Forma parte del conjunto artístico de Monte Hijedo, representativo de las comunidades agrícolas y ganaderas que poblaron esta zona entre Cantabria y Burgos, hace 4.000. «La representación vaga de la figura humana en la que destaca el puñal atado al cinturón es muy explicativa del modo en que el arma definía a la persona, su rango dentro del grupo...», explica el investigador del Iiipc Luis Teira, experto en megalitismo, sobre esta pieza que alberga el Museo de Prehistoria en la capital cántabra. Quien ostentaba las armas tenía el poder. «Es algo muy similar a lo que nos sucede hoy, lo que ocurre es que hemos cambiado los cuchillos por los tanques», ironiza Armendáriz.

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