«Nuestra forma de vida es insostenible y hemos hecho como si no lo supiéramos»
Su 'Diario de un celador insomne' ha sido uno de los focos testimoniales alternativos durante el confinamiento. La mirada desde el interior de la pandemia, editada por La Vorágine, se presentará en la Feria del Libro
«Es en esa habitación donde empiezo a ponerme bastante malo. Mareado. Con ganas de vomitar. Con ganas de salir corriendo. Con mogollón de dolor ... por la opresión de las gafas, el casco y la mascarilla. Al cabo de un par de horas, se te clavan en la piel y duelen como heridas de bisturí». Es un fragmento del 'Diario de un celador insomne', una inmersión en una de la zonas cero de la lucha contra el covid. El poeta Pedro Sáez se incorporó el 27 de marzo como celador en un hospital de la Comunidad de Madrid donde el coronavirus hizo estragos. Sus sensaciones, reflexiones, vivencias y miradas desde el interior de la pandemia fueron conformando un relato poético y político, un espejo social y humano sobre la dura realidad.
Su publicación (editorial La Vorágine) será presentada esta semana en la Feria del Libro santanderina.
-¿Han sido muchos los vértigos de un montañero poeta metido a celador?
-Bueno, quien se metió a celador fue un tipo que de vez en cuando escribe poemas o sube montañas. Ambas cosas implican ciertos vértigos . y ciertos miedos conocidos y controlados. Ser celador fue un vértigo desconocido.
El autor
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Perfil Pedro Saez nació en Collado Villalba (Madrid) y estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Ha trabajado de casi todo y ahora es guía de montaña en diversas cordilleras europeas y es promotor de los encuentros literarios de Peña Pintada, en Cercedilla y miembro del colectivo literario 'La Carpintería'. Escribe también narrativa y crítica en medios alternativos y, «en los resquicios de la vida, ha sido y es activo y activista en diferentes trincheras», desde la insumisión a los movimientos sociales en Lavapiés o con Ecologistas en Acción en la Sierra de Guadarrama. El pasado año publicó su primer poemario, 'Las dudas del francotirador' (Calumnia Ediciones).
-¿Cómo define su 'Diario de un celador insomne'?
-Tal cual. Es un diario bastardo, que se escapa de algunas de las convenciones del género, pero que no deja de ser un diario. Una escritura que narra sobre la marcha lo que ocurre, sin tiempo para la elaboración. Una escritura sobre una situación excepcional que produce insomnios, desvelos y todas las preguntas nocturnas que se suscitan en tales situaciones.
-¿En algún momento pensó en rendirse?
-No. ¿Pensaron en rendirse los miles de trabajadores sanitarios de este país o de otros? No.
-La escritura frente a la pandemia, ¿es catarsis, lucidez, desprendimiento, retrato?
-Para mí la escritura es muchas cosas, algunas de ellas las que apunta usted. Pero sobre todo es testimonio.
-¿Hemos potenciado la fragilidad y lo vulnerable con errores y decisiones que han subordinado lo meramente humano?
-Yo no los llamaría errores. Los llamaría decisiones conscientes del capitalismo.
-Desde el balcón de un hospital en zona cero, ¿cómo veía la sociedad?
-Atemorizada. Desconcertada. Impotente. Una sociedad que se ha entregada a la frivolidad y ha hecho oídos sordos a las advertencias de que la catástrofe puede llegar en cualquier momento. Que ha llegado y que seguirá llegando en diferentes formas. Se ha utilizado mucho el símil de la orquesta del Titanic: el barco se hunde y la orquesta sigue tocando. Aquí el agua nos llegó a los tobillos y empezamos a tomar conciencia de que algo le pasaba al barco. El barco es el planeta. Nuestra forma de vida es insostenible y hemos hecho como si no lo supiéramos. Así lo veía y lo veo.
-¿Qué le ha enseñado esto que no tiene nombre y que llamamos crisis?
-Que somos incapaces de estar a la altura de las circunstancias.
-¿Se planteó otros formatos y géneros, la propia poesía, a la hora de poner negro sobre blanco lo vivido?
-No. Todo fue muy espontáneo y lo que salió fue un diario, una narración. La poesía canta y la narración cuenta. Aquí había que contar, en directo, en tiempo real y en primera persona.
«La primera vez que llevé a un fallecido al mortuorio. Cuando moría un paciente al que había ayudado»
Los más duro
-¿El coronavirus ha propiciado un buenismo superficial? ¿Sigue faltando autocrítica y una disección profunda del sistema?
-Totalmente. Como dije o cambiamos de forma de vida o nos enfrentaremos a un futuro terrible. Otra forma de vida implica múltiples renuncias, pero no a las cosas fundamentales: la propia vida, el propio planeta, la amistad, el amor, el arte, las buenas relacione sociales, el gobierno de todos.
-Mucho canto repentino a la sanidad pública por parte de algunos gestores pero los sanitarios siguen en un limbo deficitario, sin la valoración que merecen...
-En Madrid especialmente. Esta semana la presidenta ha anunciado que pagará un millón de euros a la Iglesia para que no falten sacerdotes en los hospitales. Es un insulto. Ese dinero debería emplearse en investigación, equipos, personal, seguridad laboral, y no en creencias personales muy respetables pero que no tienen que ver con la salud pública. Por otro lado, siguen empeñados en considerar a la sanidad como un negocio para los amiguetes y las grandes constructoras. El hospital pandémico es otro insulto a los miles de profesionales que se han dejado la piel. No tiene ningún sentido, salvo si excluimos el enriquecimiento de las grandes empresas. Los aplausos de los balcones tuvieron un efecto de efímera solidaridad en la gente, que así se sentía más unida y empoderada; pero ahora vemos que se vuelven a votar a los mismos que han denigrado y socavado a la sanidad y a sus trabajadores. Es lamentable.
-De la postpandemia, ¿qué teme? ¿seremos más egoístas o crecerá la red de solidaridad?
-Pues se están produciendo fenómenos curiosos. Por un lado, existen y crecen las redes solidarias. También el deseo de volver al campo, no ya por seguridad, sino porque la vida tal cual es en las ciudades es invivible y literalmente impagable para mucha gente. Pero a la vez crecen los nacionalismos, la xenofobia, el clasismo, etc, es decir, el fascismo de siempre. Estos fenómenos no son compatibles y en algún momento habrá un choque. Espero que se imponga la razón y la experiencia, que no dice otra cosa sino que somos interdependientes. En la pandemia se ha visto cuáles eran los trabajos esenciales: la sanidad, la agricultura, la distribución de alimentos, la recogida de basuras, los trabajadores de las redes eléctricas, etc etc. Sin esas personas, muchas de ellas inmigrantes, hasta Ortega Smith se habría muerto.
-¿El celador se volvió activista y el hospital, trinchera?
-El celador no fue al hospital por activismo (aunque lo haya sido o lo sea en algunas cosas, con todas mis contradicciones a cuestas) sino porque escuchó gritos en la oscuridad y fue a ver qué pasaba. Y fui a echar una mano. Muchos sanitarios habían enfermado. Una amiga doctora y un amigo celador enfermaron de cierta gravedad. Había que tomar el relevo de los que ya no podían trabajar. Por otro lado, un hospital no será nunca una trinchera. Un hospital público financiado con el dinero de todos es la mayor cristalización de la solidaridad y los cuidados necesarios.
«Espero que se imponga la razón y la experiencia, que nos dice que somos interdependientes»
¿Y AHORA QUÉ?
«Me he reído mucho. Es un mecanismo de defensa y exaltación de la vida en medio de la muerte»
CONVIVIR EN EL HOSPITAL
-¿Qué es lo más duro que vivió en ese periodo?
-La primera vez que llevé a un fallecido al mortuorio. La segunda vez. La tercera vez. Cada vez que moría un paciente al que había ayudado. Hubo uno con el que estuve un mes entero. Y murió. Fue muy duro.
-¿Cómo se defiende la vida en un terreno donde prima la muerte?
-En un hospital, primero con los medios humanos y técnicos puestos al servicio de la curación. Así se defiende la vida de los pacientes. Y la vida de los cuidadores se defiende con risas, ayuda mutua, solidaridad, trabajo en equipo, cariño y generosidad. Yo me he reído mucho en el hospital. Es un mecanismo de defensa. Y una exaltación de la vida en medio de la muerte.
-¿Sustituyó las lágrimas por la escritura?
-Lloré lo que tenía que llorar y escribí lo que tenía que escribir.
-¿El francotirador Pedro Sáez hacia dónde apunta?
-Hacia la injusticia, por hablar en mayúsculas. Y en minúsculas, hacia la mala música.
-¿Qué se siente cuando uno lleva al depósito de cadáveres un cuerpo rendido por el covid?
-La primera vez uno está en shock. No piensa. Cree que aquello no es cierto. Luego llora. Cuando has llevado a diez, te blindas. Los seres humanos nos acostumbramos a casi todo.
-¿Lo de héroes sanitarios no ha tenido algo de falaz paternalismo?
-Sí. Decía Bertolt Brecht que pobre del país que necesita héroes. Además del paternalismo ha habido también mucha hipocresía. La gente ahora no se acuerda mucho de esos trabajadores, que no héroes, que están agotados para afrontar un posible rebrote, y se descuidan las medidas preventivas. Es irónico, ¿no?
-¿Pensó en algún momento que no habría marcha atrás?
-Cuando lo escribí. Si uno es celador, lo es para toda la vida.
-¿Cree que su diario puede considerarse una poética política confesional?
-Toda poética es política y confesional al mismo tiempo. Todo lo que escribo está atravesado por el famoso lema feminista de los 70 popularizado por Carol Hanisch: «Lo personal es político». A lo que yo añado: lo político es personal.
-¿Teme que las mascarillas se conviertan en bozales?
-Son medios de prevención. El miedo inteligentemente utilizado sí puede convertirse en bozal. Por otro lado, está ocurriendo que las mascarillas se están convirtiendo en un complemento indumentario más. Y, para los más idiotas, en forma de expresión de su idiocia política.
-¿Habrá un poemario de la vacuna?
-Lo ignoro. Pero sí debería escribirse una épica de la investigación científica.
-¿Ahora la poesía reclama una voz social, militante y combativa que sirva para mutar la falta de abrazos en voces de vida?
-Puede ser. Pero a la gente lo que le interesa es el fútbol y comprarse smartphones.
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