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Exposición 'Lorenzo Lotto. Retratos' en el Museo del Prado. Fernando Alvarado (Efe)
Los retratos narrativos del renacentista Lorenzo Lotto que nunca quisieron los nobles

Los retratos narrativos del renacentista Lorenzo Lotto que nunca quisieron los nobles

A pesar de su original tipología apaisada repleta de detalles que contaban historias, el italiano del siglo XVI nunca pudo ser un pintor cortesano pero hoy sus cuadros se exponen en el Prado

doménico chiappe

Madrid

Viernes, 15 de junio 2018, 22:31

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Tanto en su estilo como en su forma de vida, el renacentista Lorenzo Lotti (Italia, 1480-1557) fue el anverso de su contemporáneo Tiziano, artista de reyes y papas, al que, sin embargo, quiso imitar en un periodo de su vida. Pero desistió pronto, rechazado por la nobleza. Negada la gloria del artista cortesano, deprimido por el fracaso, autodesterrado de su Venecia natal, donde era un pintor más destinado a la nulidad, Lotto buscó otra clientela alejado del centro de poder. «Conoce los vaivenes de la fama y desarrolló una gran sensibilidad hacia los pobres y desarraigados», afirma Miguel Falomir, comisario de la exposición 'Lorenzo Lotto. Retratos' en el Museo del Prado. «Es la otra cara del Renacimiento».

El arte de Lotto permaneció en el olvido hasta que el experto y marchante Bernard Berenson le rescatara a finales del XIX y le pusiera en el ojo del mercado. Lotto tenía mérito para asentarse en el lugar que ahora ocupa. Sus retratos innovan, dentro de la pintura italiana, quizás inspirado por los flamencos: «Es uno de los primeros retratistas modernos», sostiene Falomir. «Trabajó tipologías desconocidas en la pintura italiana. Retrató parejas y eligió un formato apaisado que, con el mayor espacio, convierte el retrato en una narración, gracias a los detalles que incluye». Una historia en dos tiempos o capítulos. Uno, el de la figura humana, el rostro fielmente pintado con sus detalles, y, dos, la 'cubierta', «una especie de tapa para los cuadros, donde se muestra el lado intelectual. Se conservan muy pocas, así que sólo nos llega una parte de la información que quería transmitir el retratado». Uno de los binomios retrato-cubierta que han vencido el paso del tiempo es el de 'El obispo Bernardo de Rossi' y su 'alegoría'. Ambos, óleo sobre tabla. El sacerdote con su vestido bermellón y el fondo negro. La cubierta, un paisaje metafórico, interpretación visual de la pasión del religioso.

La exposición reúne 38 pinturas y diez dibujos, la mayoría retratos realizados durante 50 años de trayectoria. «Muestra la evolución del artista pero también la de la pintura italiana en la primera mitad de siglo XVI», opina Falomir. «Hay modas y momentos. Quizás el más fecundo de Lotto fuera su etapa en Bérgamo. Él es ejemplo de la democratización del retrato, hasta el s. XV reservado para la nobleza, cuando la burguesía quería tener los suyos, y buscaba también nuevas formas de retrato. Atendió las demandas de una clientela sofisticada».

Fracaso y destierro

En Bérgamo, Lotto trabajó doce años y en 1525 se sintió preparado para triunfar en Venecia. Allí retrató al tesorero del convento dominico Santi Giovanni e Paolo, así como a otras personalidades de la orden, y recibió el encargo de pintar un óleo para el altar, 'San Antonio de Florencia repartiendo limosnas', una pieza que muestra ese acercamiento a los 'pobres vergonzantes', entre quienes se incluye, según la tesis de Falomir. «Nos dimos cuenta que firma encima de ese pobre del centro vestido con una túnica roja. Además en el cuaderno que dejó al morir, se sabe que en esa época compró una tela de ese color». Mientras la realizaba, Lotto expresó su deseo de ser enterrado con el hábito dominico. No fue así: en Venecia, fracasó. «Tengo la mente muy alterada por diversas y extrañas perturbaciones», escribió. Los siguientes años vivió en ciudades del centro de Italia, como Ancona y Macerata, donde trabajó con otro tipo de clientes, hombres de la calle, más reales y corrientes. Como muestra, los dibujos de sus últimos años, de los que en el Prado se expone una decena. Hombres de semblantes serios, miradas perdidas, sin nombre ni registro, catalogados como 'Retrato de hombre' u 'Hombre con barba'.

«Ser un artista de la corte tiene sus ventajas evidentes, como los fondos económicos y la fama», medita Falomir. «Pero en el retrato no es necesariamente positivo. Al revés: con su rigidez, cercenan la creatividad del artista. Los de Tiziano son más aburridos que los de Lotto, que tenía una gran variedad de clientela». Lotto volvió intentar su sueño de triunfar o al menos morir en Venecia. Ni lo uno ni lo otro. En la ruina, decepcionado y cansado, en 1549 subastó sus obras, sin éxito. Los últimos años pintó a sus caseros para pagar el alquiler y en 1552 ingresó al santuario de Loreto, en la provincia de Ancona, donde murió en 1556 sin volver a hacer un retrato.

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