La claridad de la escritura o el Premio Nobel de Bertrand Russell (y2)
La grandeza de Russell consistió en alcanzar la claridad de su significación a pesar de sus insignificancias singulares. La claridad como finalidad de la inteligencia y de la expresión
Bertrand Russell, a quien recuerdo en esta plazuela al cumplirse setenta y cinco años de su obtención del Premio Nobel, fue un estupendo descubridor y analizador de paradojas. Una paradoja es una opinión contraria a la opinión comúnmente admitida. Lo paradójico sobresalta al entendimiento que trata de entender las cosas sirviéndose de opiniones consabidas. La gran paradoja de la voluntad de claridad es tener que pensar y decir con claridad cosas oscuras. El deber de ser claros se malentendería si quisiéramos serlo a toda costa; a costa, por ejemplo, de recurrir a simplificaciones. Russell se acusaba con frecuencia de simplificar demasiado los asuntos.
Sería mentir hacer creer que asuntos que son, en sí mismos, oscuros y complejos, pueden o deben, en virtud de la voluntad de claridad, simplificarse sin equivocarse. Es parte esencial de la voluntad de claridad aceptar la oscuridad y complejidad de lo real. Esta clara, enérgica y valiente paciencia ante lo difícil y lo oscuro debe mantenerse a plena luz. Ahora bien, aceptar con valentía y paciencia las oscuridades reales no debe nunca confundirse con lo que Habermas denomina las «formas estratégicas de comunicación» (el mentir, el despistar, el engañar, el manipular, etc). Para Habermas y para Russell, estas estrategias son derivaciones parasitarias del habla y del pensamiento auténtico cuya finalidad inmanente es la comprensión y la comunicación.
Es interesante examinar brevemente la relación personal que Russell mantuvo con T. S. Eliot. Se trata de un filósofo y un poeta que fueron dos grandes hablantes, preocupados ambos por «purificar el dialecto de la tribu». Al pasar de la filosofía a la literatura pasamos de lo impersonal a lo personal. Ambas cosas son quehaceres personales del poeta y del filósofo pero parece –aunque tal vez no sea del todo cierto— que en los textos literarios se acentúa todo lo personal y singular. 'Mr. Apollinax' es un poema de Eliot que recoge su primera impresión de Bertrand Russell. Russell es descrito en el poema como un singular encuentro y, por lo tanto, como diría Vicente Aleixandre, como un «hallazgo». Se trata de un buen poema —un espléndido apunte de retrato literario— que presenta a Russell en su estar siendo percibido por primera vez por Eliot. El aspecto más interesante del poema es quizá este de presentar a la vez «aparecer» y «aparecido». El aparecer es la singularísima sensibilidad de Eliot; el aparecido es Russell que es «esa huraña figura entre los abedules» y que en casa de un supuesto profesor, cómicamente denominado Channing-Cheetah, «se reía como un feto irresponsable».
Aquí hay una curiosa ambivalencia: Russell es presentado en el poema desde un principio, mediante una cita de Luciano, como una gran novedad, una paradoja elevada al cielo, como un hombre «ocurrente» (según traduce José María Valverde), pero a la vez como algo inacabado, un feto que no responde con toda propiedad, que no corresponde aún del todo al mundo, y que resulta profunda y submarinamente irresponsable. Russell nos dice en sus memorias que desde la pubertad creyó en «la amabilidad y el pensamiento claro», pero a la vez confiesa en una carta a una mujer que amaba, Constance Malleson, que «mi naturaleza es desesperadamente complicada, una enorme cantidad de impulsos contradictorios». Russell llegó a parecer, de hecho, a sus contemporáneos, frívolo. Y D.H. Lawrence, el novelista, hablaba de su vehemente deseo de herir y golpear. Podía llegar a parecer brutal. Eliot en el poema que comentamos dice irónicamente que trata de ver si la cabeza de Mr. Apollinax rueda por debajo de los butacones y sonríe, con algas en el pelo, sobre una mampara.
Russell era evidentemente una figura inquietante. Su seria y apasionada conversación devoraba la tarde. El poeta reconoce que se trata de un hombre encantador pero a la vez se pregunta: «¿qué quería decir?». «He must be unbalanced», a juzgar por sus orejas puntiagudas. El último recuerdo del poema es «una rodaja de limón y una mordida pastita de almendras». La singularidad y la total insignificancia combinadas con la gran significación intelectual del filósofo. La grandeza de Russell consistió, con toda seguridad, en alcanzar la claridad de su significación a pesar de sus insignificancias singulares. Hablar de Russell es hablar de la claridad como finalidad de la inteligencia y de la expresión. Por eso esta plazuela es un elogio de la claridad.
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Ilustración Marc González Sala
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