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De izquierda a derecha: Sandra Montón Subías, Andrés Gutiérrez Usillos, Lucía M. Díaz González, Gracia Trujillo Barbadillo, Margarita Sánchez Romero, Pilar Fatás Monforte, Margarita Díaz- Andreu García y Asunción Martínez Llano, la pasada semana, con el Palacio de La Magdalena a su espalda Javier Cotera
Nuevos aires para la arqueología y los museos

Nuevos aires para la arqueología y los museos

Bajo un enfoque de género, la 'XIEscuela a de Arte y Patrimonio Marcelino Sanz de Sautuola' ensancha el relato histórico y museográfico en La Magdalena

Mada Martínez

Santander

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Lunes, 18 de julio 2022, 07:17

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Hace unos años se viralizó un acertijo que decía así: un hombre y su hijo tienen un grave accidente de coche. El hombre fallece y el chico es conducido al hospital para que una eminencia médica le intervenga de urgencia. Pero dicha eminencia se para en seco ante la mesa de operaciones: «No puedo operarlo, es mi hijo», dice. ¿Cómo se explica esto?

Hubo respuestas de lo más variopintas, como la posibilidad de que el cirujano en cuestión fuese... ¿un sacerdote? De hecho, apenas el 14% de los participantes en el estudio de la Universidad de Boston en el que se planteó el enigma dio la respuesta correcta: la eminencia médica era la madre del chico, o también su otro padre al tratarse de una pareja homosexual. Ya archiconocido, el juego volvió a probar que los estereotipos condicionan nuestra forma de interpretar la realidad.

Pensemos ahora en la cueva de Altamira. ¿A quién imaginamos pintando o grabando bisontes, caballos, ciervos o manos en negativo hace miles de años? Pues bien, no hay una respuesta cerrada. «No tenemos evidencias científicas de que lo hicieran ni hombres ni mujeres. Y lo que intentamos es que, cuando alguien piense en una persona del Paleolítico pintando, pueda pensar no en un hombre como se ha hecho siempre, sino también en una mujer», responde Pilar Fatás, directora del Museo Nacional de Altamira. Esta y otras revelaciones pretenden «romper con los estereotipos que hemos venido arrastrando» y abren las puertas a «una relectura del pasado». Como no podía ser de otro modo, esa relectura está «apoyada siempre en las posibilidades reales, porque en la arqueología hay un punto de interpretación, pero está basada en datos», dice Fatás.

Con ese propósito, la 'XI Escuela Marcelino Sanz de Sautuola', celebrada la pasada semana en la UIMP, aplicó este año un enfoque de género a la arqueología, el patrimonio y los museos. El planteamiento tiene mucho que ver con el interés genuino de Fatás y su equipo en aprender y debatir: «Llevamos años trabajando en igualdad de género, organizando actividades e intentando introducir esa perspectiva de manera transversal en la actividad del museo –investigación, documentación o divulgación–. Y nos planteamos contar con compañeras expertas en ello para poder reflexionar». Así que armaron un plantel de especialistas que han traído a la UIMP nuevas formas de mirar el pasado que no son sino formas de entender el presente y el futuro.

«Desde el ámbito académico, y también desde el de los museos, archivos, exposiciones, etc., tenemos el reto de hacerle otras preguntas al pasado, a partir de las evidencias empíricas. Hay que revisar muchas de las representaciones y las narrativas, que siguen conteniendo estereotipos.

La cuestión del lenguaje

La cuestión del lenguaje es fundamental porque no solo describe la realidad, sino que va configurando nuestra visión sobre el pasado: al decir 'el artista' que pintó en la cueva, 'el ayudante' que le portaba la lámpara, 'los cazadores' no vemos a las mujeres o a la infancia en ese relato. Y nuestro lenguaje es rico, permite utilizar expresiones más inclusivas ('las personas que pintaban') que, además, se corresponden con las evidencias empíricas: no sabemos quiénes pintaban», explica Gracia Trujillo Barbadillo, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Trujillo participó en una mesa redonda de título evocador: 'Otras prehistorias son posibles'. Lo son. «Las aportaciones de las teorías feministas y queer nos permiten ampliar el análisis y nuestra mirada más allá de los binarismos sexuales y genéricos (hombre-mujer, heterosexual-homosexual, etc.)», dice Trujillo, y «no tanto para pensar en un 'tercer género', sino para reflexionar colectivamente sobre cómo la manera en la que la sociedad ha ido construyendo los géneros y las sexualidades no deja espacio a una multiplicidad de corporalidades, identidades o sexualidades».

Coincide con esta idea Andrés Gutiérrez Usillos, que habló en Santander de las llamadas 'mujeres de poder', de personas transgénero y diversidad. El conservador del Museo de América (Madrid) situó a la clase ante las figuritas Valdivia, la primera evidencia iconográfica de representaciones antropomorfas de Ecuador, equivalentes a piezas que se han encontrado en muchas culturas europeas en el Paleolítico y el Neolítico. Se sirvió de ellas para plantear la relación entre lo masculino y lo femenino, la división de roles o para introducir un análisis de género más abierto que, de hecho, ya «retratan los cronistas españoles en el siglo XVI». Porque algunas de las 'valdivias' presentan un abultamiento entre las piernas que puede interpretarse claramente como genitales masculinos y, siguiendo la evidencia que han dejado culturas próximas y más pródigas en iconografía, con una persona transgénero. Se trata de «abrir la mirada», de no aplicar sistemáticamente «el filtro binarista que tenemos interiorizado –solo hay hombres y mujeres y solo matrimonios de parejas 'hombres-mujeres cis'– y de reinterpretar materiales que se conservan en los museos o proceden de nuevas excavaciones», dice.

Entra aquí en juego la arqueología queer mencionada por Trujillo, y que, en palabras del conservador, sirve para «hacer relecturas y tener la mente más abierta cuando uno se encuentra con cosas que se salen de lo habitual en excavaciones arqueológicas o en crónicas históricas». Porque «no solo es que una relectura de la historia sea posible, es necesaria», apostilla Fatás.

Las arqueologías queer y feminista procuran herramientas para ensanchar el relato, sigue Gutiérrez. Recoge el guante Margarita Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria de la Universidad de Granada, que en la UIMP se dedicó a desenterrar a las mujeres de la prehistoria, periodo que «se ha mirado siempre desde un punto de vista muy androcéntrico, priorizando las actividades que entendemos que hicieron los hombres en el pasado, estereotipando y minusvalorando aquellas que históricamente han hecho las mujeres, y que, desde nuestro punto de vista presentista, consideramos menos importantes», reflexiona la científica, miembro de 'Past Women', un proyecto dedicado entre otras cosas a crear recursos divulgativos con enfoque feminista. En Santander, habló de cuidados o de actividades de mantenimiento, básicas para la supervivencia del grupo –y ejercidos por mujeres sin perjuicio de que también cazaran o pintaran techos y paredes de roca–, pero históricamente minusvalorados. Esa y otras rémoras hunden sus raíces en la ideología «patriarcal», cuya estrategia pasa por «presentar muchos de sus rasgos como naturales, acudiendo para ello al pasado más lejano porque piensa que ahí nos comportábamos de acuerdo a nuestra naturaleza», apoya Sandra Montón Subías, de la Universidad Pompeu Fabra. Y la arqueología feminista, «enraizada en un presente que nos disgusta y que queremos subvertir», trabaja por «la deslegitimación» de ese patriarcado. Montón plantea «la necesidad de romper los silencios historiográficos». Es decir, no se trata solo de hallar mujeres cazadoras o guerreras, sino de poner en el centro de la investigación el cuidado, la atención al otro y la interdependencia entre las personas. «Es importante para entender que lo que ahora pensamos que son los hombres y las mujeres tiene una genealogía histórica independiente de la genética. No está en los genes de los hombres ser cazadores y en los de las mujeres coser botones».

¿Y qué pasa con los museos, con la forma de exponer sus piezas o armar sus narrativas? «Siguen transmitiendo imágenes muy estereotipadas, poniendo a los hombres en primer plano haciendo actividades que consideramos importantes, y a las mujeres en segundo plano, más pequeñitas, haciendo actividades ocultas», señala Sánchez Romero. El museo necesita cambiar: «La historia también nos incluye a nosotras y a la hora de contar se nos tiene que incluir en las imágenes, en los recursos». Para incidir en el «final del patriarcado, la desigualdad o la discriminación de aquellos con una sexualidad no normativa», Montón apela a foros como esta Escuela. Y también a los museos: «Tienen una capacidad enorme para incidir en lo que la gente piensa a través de los objetos, las cartelas y las imágenes con que las representan». Y pone un ejemplo: imaginemos una clase de niños y niñas que visita un museo que representa la historia con imágenes tradicionales. ¿Qué entenderá un niño blanco? ¿Y qué pensará una niña negra? Busque su respuesta.

Sin catedráticas de arqueología hasta 1974, sin directoras de museos nacionales hasta 1991

Margarita Díaz-Andreu, profesora de Icrea (Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats) en la Universidad de Barcelona, dirige 'ArqueólogAs', un proyecto que analiza de forma crítica el papel de la mujer en la arqueología española desde su profesionalización, en el siglo XIX. «Es sumamente necesario reintegrar a las mujeres a la historia de la disciplina», reivindica la investigadora, y «comprender a las que estuvieron ordenando colecciones en los museos, ayudando continuamente, escribiendo sin poner su firma en las publicaciones de otros, pero logrando cada vez más que se reconociera su papel y alcanzando mayor igualdad».

A Díaz Andreu, Premio Nacional Ramón Menéndez Pidal 2021, le bastan tres ejemplos para exponer la naturaleza de las dificultades a las que se enfrentaron tantas predecesoras: «Uno: no se las dejó estudiar en la universidad hasta 1910. Dos: no se nombró a ninguna catedrática de arqueología hasta 1974. Y tres: no hubo ninguna directora del Museo Arqueológico Nacional hasta 1991». Solo hace 30 años de este último hito, así que «¡no deja de ser absolutamente sorprendente cuánto se ha tardado en que a las mujeres nos hayan dado una oportunidad de demostrar lo que somos!».

Se necesitan referentes. «Es importante que tanto las que se están formando como las que ya somos profesionales sepamos que hubo mujeres que nos precedieron. [...] Si queremos una arqueología científica y rigurosa, esto también se ha de reflejar en cómo el pasado mismo de la disciplina es elaborado y enseñado a las futuras generaciones».

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