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La historia la hacen los valientes

La historia la hacen los valientes

Croacia da una lección de entereza y amor propio y sorprende a una decepcionante Inglaterra

JON AGIRIANO

Miércoles, 11 de julio 2018, 23:01

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Llevaban unos cuantos días los ingleses convencidos de que el fútbol iba a regresar a casa y no dejaban de cantarlo -football is coming home- cada vez que veían ganar a su selección en el Mundial. Lo mismo hicieron en la Eurocopa de 1996, pero no acertaron en su diagnóstico y el fútbol, caprichoso como es, continuó residiendo en el extranjero, concretamente en Alemania, uno de los lugares que más le gusta. La verdad es que siempre me ha parecido divertido que los ingleses consideren al fútbol como una especie de hijo pródigo que un buen día abandonó el hogar en el que nació y creció, y se puso a golfear por el ancho mundo. Que se marchó es cierto, pero no porque fuera un vividor sin escrúpulos, sino porque se aburría soberanamente, porque ya no podía aguantar el maltrato, los patadones y cabezazos, la fatigosa épica de la lluvia y el barro de la tardes de noviembre.

Esto debería quedar claro ahora que el fútbol ha decidido continuar fuera de su lugar de nacimiento. En concreto, deben quedar claros los motivos. Inglaterra fue en Moscú un equipo calculador, vacío de contenido, sin vuelo suficiente para merecer ser finalista en un Mundial. Southgate fue incapaz de elevar a su equipo, que desperdició una oportunidad histórica por su falta de atrevimiento. Todo lo contrario que una Croacia heroica, finalista de un Mundial por primera vez. ¿Acaso la historia no la hacen los valientes?

El partido tuvo un comienzo perfecto: saltó por los aires en los compases iniciales, tras un golazo de falta de Trippier en el minuto 5. La jugada tuvo el efecto contrario al que imaginó Inglaterra, cuya lectura no pudo ser más equivocada. Southgate -inmutable con su pinta de jugador de billar- y los suyos se convencieron de que con su armadura les bastaría para superar a una Croacia a la que imaginaban débil, con las fuerzas ya muy escasas, un poco pasada de rosca. Lo tenían claro. La 'sahovnica' era un rival escaso de efectivos -doce o trece jugadores de verdadero nivel- y se había desgastado muchísimo, tanto en la fase de grupos como en los cruces de octavos y cuartos, ambos alargados hasta los penaltis.

Racanería inglesa

Durante la primera parte, esta lectura pareció acertada. Inglaterra controló el partido sin mayores agobios. Croacia apenas se acercaba a los dominios de Pickford. Modric y Rakitic pasaban desapercibidos. El 2-0, en alguna carrera supersónica de Sterling, era una probabilidad mayor que el empate dentro de un partido de lo más tedioso. Había que rascar muchísimo para encontrar algo interesante. En esta tesitura, tras el descanso los ingleses cometieron un grave error, producto no se sabe si de la pobreza de su juego o de un estúpido exceso de confianza. El caso es que despreciaron a los croatas -al peligro que podían generar, se entiende- y se dedicaron a pasar el tiempo de mala manera. El sopor se fue extendiendo y los balcánicos se dieron cuenta a tiempo. Tuvieron un momento de lucidez y comprendieron que el rival les estaba hipnotizando, que esa era la manera que había elegido para acabar con ellos. Y reaccionaron a tiempo con un amor propio y una entereza excepcionales. Perisic se convirtió de repente, en el hombre del partido, lo cual siempre es una malísima noticia para los rivales de Croacia. Ya lo comprobó España en la pasada Eurocopa. A partir del minuto 65, el jugador del Inter comenzó a entrar con una antorcha en el área inglesa y no dejó de provocar incendios. Primero fue un susto, luego el gol del empate y después un disparo al poste que dejó a Pickford con una cara de terror como para aprovecharla en el cartel de alguna película.

El empate hizo justicia al envidiable carácter competitivo croata, al coraje de once guerreros a quienes su entrenador, por muy cansados que estén, solo sustituye si se le presentan con la cabeza en la mano. No se conformaron con el empate y buscaron la victoria antes de la prórroga, que en principio les condenaba. A quien acabó condenando, sin embargo, fue a una decepcionante Inglaterra. Se puede decir que el gol de Mandzukic hizo justicia. Inglaterra se había olvidado del fútbol y este no quiso regresar a casa. Con razón.

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