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Joaquín Salas, gobernador de Madrid

Joaquín Salas, gobernador de Madrid

El as de Peñacastillo ganó en 1961 en la capital de España su séptimo título de campeón nacional, en una bolera que lastró el juego de casi todos los bolistas

JAVIER SANTAMARÍA

Domingo, 16 de enero 2022, 10:16

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Entrando en el otoño de 1961, los días 23 y 24 de septiembre, se disputaba en Madrid la vigésima edición del campeonato nacional de primera categoría individual. Fue la tercera y última vez en la que el título más grande se ponía en juego en aquella capital de España que entonces mostraba orgullosa las credenciales de su pujanza bolística, cuando contabilizaba seis boleras en su demarcación territorial. Y de entre ellas, la federación nacional apostó porque el evento se celebrara en la que el Club Banesto tenía en sus instalaciones de Pinar del Rey, al entender que era la que mejores prestaciones ofrecía para responder a las condiciones técnicas demandadas por los ases. El entorno del terreno de juego presentaba un aspecto precioso, casi bucólico, con gradas metálicas perfectamente conjuntadas con bancos de piedra y árboles a medio crecer. Engalanada con toda variedad de flores para la ocasión, todo en aquella bolera se aparecía divino y sensacional para procurar dos jornadas de bolos que debían ser inolvidables. Pero aquí se hizo patente ese viejo dicho bolístico que asevera que 'Al lanzar las bolas el jugador las propone, pero que luego es Dios quien las pone'.

Pero el supremo no ayudó mucho, porque los registros obtenidos en el conjunto del torneo por los 22 protagonistas llevó al cronista de El Diario Montañés a encabezar su crónica con este titular: 'Los jugadores parecían albañiles por los ladrillazos que pegaron'. Y es que más de veinte concursos se firmaron con menos de 100 bolos, apenas tres pasaron de 120, y solo uno llegó todo lo justo a 130, merced a dos emboques. Todo ello dejó malherido el orgullo de aquella voluntariosa organización que se empleó a fondo para poner decente una bolera que se volvió imposible cuando se vio acosada por el calor que hacía muellear el cutío y aplanaba hasta el infinito la maltrecha condición física de los jugadores.

La Casa de los Bolos buscó calentar el ambiente organizando un viaje en autobús para jugadores y aficionados, pero la idea resultó desastrosa cuando las repetidas averías del cacharro abortaron la previsión de rendir trayecto el viernes a la hora de cenar, haciendo que se llegara a Madrid superadas con creces las siete de la madrugada del sábado. Eran los tiempos en que el orden de tiradas se decidía por sorteo, así que tocaba jugar sin dormir, puesto que el torneo empezaba a las diez de la mañana y todos los jugadores habían de estar presentes en la bolera media hora antes.

El calor que hizo afectó mucho a la bolera del Club Banesto en Pinar del Rey y a los jugadores

En aquellas condiciones, pronto se olió que el campeonato sería para quien mejor supiera sortear las dificultades del cansancio físico y las añadidas por un cutío que descentraba y confundía, de manera que no lo iba a ganar quien más bonito se exhibiera jugando, sino aquel que menos errores cometiera en la odisea de afrontar cada eliminatoria. Y como el talento para agarrarse a la bolera siempre fue, y siempre será, la virtud por la que los buenos acaban marcando diferencias, nadie a esas tempranas horas dudaba de que una vez más el triunfo lo discutirían entre Salas, Cabello y Ramiro, los caciques que se habían repartido en exclusiva los trece títulos precedentes. Los pronósticos ya tomaban carta de naturaleza al acabar la primera vuelta de este torneo que pasaba a la historia por el decepcionante juego desplegado por los presuntos ases. Con tal pobreza se desempeñaron que las crónicas que lo contaron malamente salvaron de la quema al campeón, y sólo por el mero hecho de serlo. La pelea arrancaba con Cabello tomando la delantera con un apañado registro de 116, gracias al lujoso pulgar que mostró en sus dos últimas manos. Con uno menos arrancaba Salas y al rebufo de estos, con 112, Linares y Miguelín Pérez.

Una gran jugada de Salas

Los cuartos de final y las semifinales siguieron con la tónica de muy pocos bolos, con Salas jugando a lo suyo, sin más angustia que mantener la ventaja, y con Linares ganando a Cabello el desempate para entrar de comparsa en la final.

Ante la falta de juego, la nota emotiva del campeonato la puso la reacción de los espectadores cuando se anunció la presencia de cuatro viejas glorias en el palco presidencial. Federico Mallavia, Marcos Maza, Manolo Gándara y Rafael Díaz fueron obligados a salir a la bolera para recibir la infinita ovación con que la afición madrileña rindió honores a su trayectoria y categoría. Y sería el gran Ico Mallavia el encargado de arbitrar aquella final de puro trámite en la que Salas entraba con un margen favorable de 31 bolos sobre su rival. Una ventaja imposible de recuperar, aunque Linares la peleó y consiguió reducir diferencias sin que en ningún momento llegara a comprometer la victoria del as de Peñacastillo, que ganaba su séptimo título nacional y el segundo de los tres que se disputaron en la capital de España. Quizá de ahí aquellos gritos del graderío cuando recibía el trofeo del campeón pidiendo que le nombraran gobernador de Madrid.

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