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mi saque de esquina

Apología del milagro

Quizás lo inverosímil, lo improbable y casi lo imposible, dejen de serlo, y hasta lo sobrenatural pose los pies en la tierra para enriquecer creencias

Raúl Gómez Samperio

Domingo, 25 de junio 2017, 08:00

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Algo hemos tenido que hacer mal. Supongo que eso mismo pensarían los pupilos de Moisés cuando tuvieron que vagar durante cuarenta años por un desierto que se me antoja repleto de campos áridos de Segunda División B. Su pecado fue la adoración de falsos ídolos, como si el acercamiento a Francisco Pernía, Harry y sus secuaces nos hubiera condenado a una pena demasiado gravosa para las almas racinguistas. Es cierto que cuando el club se liberó de las ataduras faraónicas en un proceso que recordamos emocionados con los históricos plante y Junta General de Accionistas de enero de 2014, las aguas del Nilo parecieron abrirse para mostrarnos el camino despejado de un nuevo Racing. Pero aquí estamos, errando aún por el desierto, con el maná llovido de algunos goles que alimentan nuestro tesón, y sobre todo nuestra esperanza.

Dicen que lo más maravilloso de los milagros es que a veces suceden, y en el mensaje de estas palabras nos vemos empapados estos días los racinguistas para saber si estos pueden viajar a Barcelona, junto a los cientos de incondicionales de fe inquebrantable que hoy acompañarán al Racing en su último partido de la temporada. Para que viajen con nosotros, rezo e invito a rezar.

Desde hace cuatro años, tengo a mi amiga racinguista, sor Marta Torres, rezando por el Racing en el convento benedictino de Santa María de Dueñas, en Alba de Tormes. Siempre que tengo ocasión se lo recuerdo, porque estas monjas son hábiles negociadoras y tienen mano bendita en el arte del pedir, aunque bien claro me ha dejado sor Marta que los de arriba no hacen diferencias entre rivales y mantienen una neutralidad exquisita. La verdad es que mientras esa neutralidad no sea como la supuesta del colegiado navarro Galech Apezteguía, vamos bien, aunque presiento que hoy será necesario algo más que una divina equidad para pisar esa tierra prometida del fútbol profesional que dicen que mana leche y miel.

De mis tiempos de futbolista, recuerdo la costumbre de uno de mis entrenadores, José Antonio Saro, que nos invitaba a rezar un padrenuestro en el vestuario antes de saltar al terreno de juego. Le pregunté una vez que qué ocurriría si el equipo contrario hiciera lo mismo. ¿A quién harían caso? Saro me respondió más o menos que la oración no era para ganar, que contribuía a la concentración del equipo y que era más adecuado pedir por el mantenimiento del espíritu deportivo o para que nadie se lesionara, por ejemplo. En aquellos tiempos tenía la costumbre de jugar sujetándome las medias con cintas pasadas por las llagas de la imagen del Cristo de Bielva. Cosas de mi padre. Creía que aquello era milagroso como protector de patadas, hasta que sufrí en Sarón una fractura abierta de tibia y peroné. Veinte años después, tuve el honor de obtener el primer premio del concurso literario conmemorativo del Centenario del Nacimiento del Zurdo de Bielva, distinción que recibí en el mismo pueblo del legendario jugador de bolos. Fue cuando mi padre, orgulloso por el mérito de su hijo ante sus paisanos, me aseguró convencido de que aquellas cintas sí fueron realmente milagrosas, porque de no haberme roto la pierna, seguramente hubiera seguido jugando al fútbol para malvivir en algún equipo (ciertamente no era un buen futbolista), mientras que gracias a la lesión pude encaminar mi destino a los estudios y sacar dos carreras universitarias. Las palabras de mi padre, paseando por la bolera de Bielva, me dieron qué pensar sobre la existencia de los milagros.

Acaso la curiosidad sobre el favor sobrenatural fue lo que me llevaría un año a viajar como camillero de la Hospitalidad de Lourdes al famoso santuario mariano con un grupo de enfermos cántabros. A pesar de las confesiones, los baños y las procesiones de antorchas, nadie pudo levantarse de su silla de ruedas ni sanar de su enfermedad. Todos hablaban del milagro espiritual cuando preguntaba por una curación, hasta que me sorprendí organizando un partido de fútbol en el prado del mismo recinto sagrado, a las orillas del río Gave, con un grupo de niños del sanatorio de Santa Clotilde. Ver a los chavales moverse con sus aparatos ortopédicos y sus muletas persiguiendo gozosos la pelota y sintiéndose jugadores del Racing, fue algo que recordaré siempre como un auténtico milagro de Lourdes, eso y que no hubiera ninguna desgracia con tanto entusiasmo como pusieron.

Esta tarde en Barcelona el balón de fútbol volverá a convocar milagros. Quizás lo inverosímil, lo improbable y casi lo imposible, dejen de serlo, y hasta lo sobrenatural pose los pies en la tierra para enriquecer creencias. O simplemente tengamos que abrir los ojos para descubrirlos, como hizo Santi Gutiérrez Calle en su emotivo artículo del pasado martes en este periódico, relatándonos cómo un hijo ayudaba a su padre de noventa años, ataviado con la bufanda del Racing, para acceder a la grada de los Campos de Sport. Ojalá que en el día más largo del año, tanta luz permita alumbrar ese milagro que algunos no son capaces de ver aún. Surgió el pasado domingo en El Sardinero de forma mayoritaria y como poderoso vigor colectivo, y ahí está hoy con ese casi millar de aficionados que, a pesar del adverso resultado de ida, está dispuesto a reivindicar en Barcelona que el Racing es capaz de todo, incluso de un milagro, aunque el verdadero e invencible milagro sean ellos mismos.

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