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Jeremy celebra entre las protestas de los jugadores del Sporting. Javier Cotera
Diario de un sufringuista

El rechace también es parte de la jugada

Un zapatazo de Mario García mientras el colegiado pitaba el final del partido pudo haber sido el gol del empate

Lunes, 13 de octubre 2025, 02:00

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Ya se sabe que las prisas no son nada buenas, pero mucho menos cuando vas perdiendo y a quien le apremia echar la trapa es al árbitro. Lo vimos ayer en El Molinón, cuando Manuel J. Orellana -y Cid de segundo, que aunque ya no los digan, los colegiados siguen teniendo dos apellidos- decidió que ya se había acabado la fiesta y, tras el lanzamiento de una falta con todo el Racing metido en el área local, sopló su silbato justo cuando Mario García enganchaba el rechace y desde más de veinte metros le quitaba las telarañas a la escuadra de la portería sportinguista.

Orellana, como debe ser norma en su gremio, ni pestañeó: si pito, pito, parecía decir. Y en el barullo posterior, lógico por otro lado, a alguno se le debió dcalentar la boca y al colegiado la mano, que sacó la tercera roja del partido. Sangalli se llevó el regalito, aunque el disgusto fuera compartido. ¿De verdad hacía falta acabar el partido precisamente en ese instante, justo antes de que Mario marcase el que podría haber sido el gol estrella de su carrera? Todo venía, además, de una falta que habían cometido precisamente sobre el lateral cántabro. Una patada en las costillas que no venía demasiado a cuento, y que además el árbitro castigó con roja directa. El Racing, de nuevo muy irregular, llevaba treinta minutos intentando arreglar el desaguisado de la primera hora de partido, y la falta era la oportunidad perfecta para empatar y que los mil y pico racinguistas que habían acompañado al equipo se llevaran algo más que el cachopo de la comida. Pero el tiempo de descuento -de por sí bastante generoso, ocho minutos- ya se había consumido; parecía tan claro que no habría segunda jugada, que hasta el portero Jokin subió a rematar.

Y luego, balón al cielo y despeje de la defensa. Mientras todos corrían en dirección contraria, el colegiado no quiso ni mirar el rechace y sopló en su silbato.

Un solo pitido, por cierto, porque ahora hay esperar a que el Gran Hermano le de el nihil obstat. Pero en lugar de bendiciones le llovieron las protestas de los verdiblancos.

Cierto que, con el tiempo cumplido, permitir o no una segunda jugada es decisión del árbitro. Y caprichosa, muy a menudo. Pero es que un rechace, sobre todo cuando al quite solo está un único jugador y además del equipo atacante, ¿no debería ser también parte de la jugada? Pero claro, las normas no las escribimos los aficionados, y además se aplican al estilo de Groucho Marx: estos son mis criterios, pero si no les gustan, tengo otros. Fastidia, pero es así. Alguien tiene que decidir, qué vamos a hacerle. Pero además de autoritarismo, ya podrían aplicar un poco de psicología, y de mano izquierda. Cierto que los nuestros podrían haberse ahorrado las protestas, pero en una situación así, ¿quién se queda callado? De no mediar graves ofensas ni amenazas, no parece nada justo castigar de igual manera una patada voladora que un lamento lógico y hasta cierto punto justificado, que al final tampoco hace daño a nadie.

Por lo demás, señalar que las dos rojas que se llevó el Racing -para que luego se quejen los rivales- fueron por lo mismo, por piarla. Igual hay que entrenar no solo las triangulaciones y el disparo a puerta, sino también la autocontención y el silencio. Que no parecen muy futbolísticos, pero todo ayuda.

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