«El Sardinero va a ganar el partido»
Los vecinos de Santander confían en que «el Racing dé primero para ir con ventaja a Mallorca»
La calle es de todos, pero últimamente en los meses de mayo -con permiso- suele ser un poco más del racinguismo. En el mes de ... las flores el sentimiento vediblanco golpetea como el corazón de un niño ladrón sin que nadie lo quiera ocultar. «Somos del Racing ¡Oye, que somos del Racing!» se escucha sin que haga falta decir más. En la fachada del Ayuntamiento de Santander luce una bandera, de punta a punta, que habla sin decir ni mú. «Este año, sí» es la frase más repetida por los viandantes que se cruzan por la inercia de la rutina. En los bancos de la plaza del Consistorio, las conversaciones sobre los candidatos a la alcaldía que el domingo buscan el bastón de mando rivalizan con el perseguido ascenso de categoría: «A mí me da igual quién salga, lo que quiero es que el Racing suba que es lo que de verdad le viene bien a la ciudad», le sugiere Félix Salazar a Mari Luz Arenal; el primero tiene 72 años y sujeta un libro. La segunda es su mujer que le mira con cierta desaprobación. «Soy socio desde hace mil años», insiste al tiempo que se detiene. «A mí también me da igual lo de la política. Lo del Racing es que... Ya es hora», sentencia la 'jefa'. Y es que durante estos días se activa la enzima del racinguismo casi de forma automática. Mayo: play off, nervios...
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De camino a la Plaza de la Esperanza no hay forma de evitar rodearse de flores. Los puestos relumbran con el esplendor de las rosas, los claveles y la camelias. Colorido. Alegría. «Nos tocará sufrir, pero este año subimos. Iré al campo como siempre. Se llenará hasta la bandera», confiesa orgullosa Mari Luz Cuesta, accionista, abonada y «alguien que lo pasa muy mal con el equipo». Se ha parado junto a las orquídeas. «¿Cuánto vale un ramo?», pregunta Briant Cobo, un joven de apenas veinte años que lleva de su mano a Celia Martínez, con otras veinte primaveras al zurrón, y que quiera o no siente hormigueo. «No soy socio, pero con sólo ver cómo sufre todos los domingos un amigo que tenemos... ¡Ojalá suba!». Delantal en ristre, la florista rememora las penas: «¿No fue el año pasado cuando la cagó?». En la calle, a las cosas se las llama por su nombre.
Una mañana de miércoles en el centro neurálgico de Santander es un torbellino de historias. Un baile de disfraces acelerado; entre corbatas con prisa, estudiantes con flequillo y andarines con móviles, la hora de comer pide paso sin permiso. Pero basta sacar una bufanda del Racing para alterar el normal funcionamiento de la rutina urbana. «¡Ey! Mal equipo nos ha tocado. Allí va a ser una encerrona», murmura Luis Abascal, que dejó de ser socio «cuando bajó porque se acabó la desilusión». Sin embargo, cada mes de mayo, en los últimos cinco años a excepción del pasado «que fue para matarlos» -con perdón- rejuvenece un poco. «Mis hijos y los amigos no faltan. El domingo allí estarán». Señala con su dedo el nordeste, donde se supone está El Sardinero.
El mercado como un estadio
Aparcar alrededor de la Plaza de la esperanza en días en los que hay venta ambulante es trabajo de dioses, pero quien lo sabe siempre va con ventaja. En esos lugares la ciudad se mueve a pie. Cuando uno entra al mercado parece que lo ha hecho a un estadio de fútbol. Allí también palpita el corazón azorado. Y es que no hay mejor medidor de los sentimientos que un paseo por entre los pasillos que atraviesan los puestos. «Esta semana no se habla de otra cosa. La gente está preocupada por el rival ese de Baleares», sugiere Chelo Martínez, vestida de faena y en pie desde las seis de la mañana, como casi todos los que le rodean y que visten muy parecido a ella. «Por el Racing lo que haga falta, pero que gane que me he apostado una cena y si pierden me toca pagar y somos diez. El Sardinero va a ganar el partido», replica su vecino de en frente, Pachi Ortute, a quien no le importa hacer de portavoz improvisado del racinguismo y llamar a filas a los clientes. «A ver, poneos por aquí para una foto. Que hay que animar a los chavales». Hay a quien le cuesta más que a otros; unos se hacen los remolones. También los hay que corren para no perderse esa cuota de protagonismo. «Como nos pase lo de la otra vez, me da algo». A Javi Gutiérrez, el 'zurdo' como le gusta que le llamen, todavía le dura la de hace dos años. «Si es que lo teníamos en la mano y fue una bofetada. Pero esta año se han hecho las cosas bien, coño», expresa con firmeza. Es socio él «y el hijo, el sobrino y casi le hago al perro». Lleva en la bolsa «una merluza para poner con salsa y un chicharro a la sartén». Tiene la entrada para el domingo desde hace una semana, «no sabía ni cuando jugaban» y cuenta las horas que faltan para el partido.
Le pasa lo mismo a Nacho Solórzano, que su padre es el socio número 138 y que anda preocupado: «No me gusta nada el rival. El Atlético Baleares allí, en su campo, va a ser difícil. Hay que golpear primero». La vida circula sin avisar por entre las rendijas del mercado, una máquina que mide los estados de ánimo. «La gente está más contenta cuando el Racing sube, eso está claro. Si el equipo gana, durante la semana siempre hay bromas», dice Jesúa Marcos, que atiende el teléfono, a los clientes y no para de ir de un sitio a otro. Estrés doméstico. «Somos del Pesquero, muy de Munitis, muy del Racing», apunta. El eterno capitán fue uno de los últimos que dirigió el timón del equipo hacia el ascenso. Aún brotan las lágrimas.
De la carnicería a la charcutería y de camino uno se topa con los ojos de un besugo que se ha quedado ojiplático. «Como ese me quedé yo hace dos años», bromea Emilio Costas. «Hay que dejar bien la cosa en el partido del domingo. Allí hay que ir con ventaja», sentencia mientras pone en la balanza un puñado de bocartes. «A nosotros nos viene bien que suba, a la ciudad, a todo el mundo, pero a la hostelería lo que más. No es lo mismo estar arriba que abajo», señala con otro puñado de bocartes. Y tanto.
Y en el cajero de la sucursal de turno se escucha «¡Aúpa el Racing!» al ver la bufanda verdiblanca y una cámara de fotos irrumpir en la calle. Y el taxista, Ángel Espinosa, que pese a que pregunta «¿cuándo juegan?» no le falta tiempo para unirse al lío: «Ojalá suban, hombre». Faltaría más
En La Albericia ayer hubo más gente que de costumbre. Estaban los de siempre y más. Los habituales ya se lo han dicho todo, pero también había un grupo de jóvenes estudiantes jugando en un campo. Entre ellos, tres chicas, Lucía Amo, monitora de la Academia del Racing que confesaba que «la ilusión de los alumnos esta semana es enorme. No hablan de otra cosa». También Alba Fernández y Aser de Vicente, que entrenan con el Racing Féminas, y que compartían su sentimiento y su denuncia. «El domingo en El Sardinero va a ganar. Seguro. Pero también había que acordarse un poco de las chicas que ya ascendieron a Primera B y mira...». Razón no les falta. Ya llegará. Claro que sí.
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