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Visitantes non gratos
El Mirandés, que solo envió 384 entradas a Santander para un estadio medio vacío, no consiguió aguar la fiesta a un Racing que ahora sí sabe cerrar los partidos
Poco antes del primer gol, la retransmisión enfocó a la grada visitante y el comentarista televisivo dijo: «La afición del Racing ha acudido en masa». ... Tal vez se refiriera a que los racinguistas que habían podido conseguir entrada, los trescientos sesenta y ocho, estaban apiñados en medio de la nada, enjaulados en dos quesitos de una curva de Mendizorroza. Porque desde luego poca, muy poquita gracia hacen esos comentarios cuando en un partido como el de este sábado, que habría invitado a un desplazamiento numeroso por la poca distancia y por la situación de ambos equipos, y además con el aliciente de servir en cierto modo de revancha por la eliminación en el playoff de la temporada pasada.
En Miranda, sin embargo, lo vieron claro: nada de invasiones visitantes. Que igual sirven para hacer caja, pero a tu equipo le suelen sentar entre muy mal y horrible. Ya vimos algo parecido hace dos semanas en Torrelavega, cuando en el Vicente Trueba había casi tantos palentinos como aficionados locales. Y la grada no juega, pero empuja lo suyo. Así que el Mirandés, que por aquello de David y Goliat nos cae a todos muy simpático, pero en realidad va a lo suyo y no perdona ni una, barajó hasta dos explicaciones para cerrar a cal y canto las taquillas: por un lado, para «garantizar la seguridad de todos los asistentes al evento»; por otro, porque «estadio alternativo de Mendizorrotza no se encuentra habilitado en su totalidad». Formas bastante elegantes de hacer lo que a uno le da la gana, porque de lo que se trata es de eso, de barrer para casa. En lo deportivo es comprensible, pero también es otra contribución al cambio que está viviendo el fútbol, que cada vez es menos de los aficionados y más un espectáculo convencional. La industria del entretenimiento debe de resultar muy rentable, y dejar mucho más beneficio que las aficiones visitantes. Sin embargo, la económica no debería ser la única vara de medir en este deporte.
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Verde y blanco... en la medida de lo posible
En fin, que aunque el disgusto de no haber podido viajar con el equipo despierte cierta sed de venganza, ya veremos si el Racing decide pagarles con la misma moneda cuando a los mirandeses les toque devolver la visita en la segunda vuelta. Desde luego que no se debe de hacer el canelo –y en Mendizorroza hubieran cabido sin mayor problemas cinco mil racinguistas–, pero cuánto mejor sería llegar a acuerdos entre clubes y propiciar los desplazamientos. Que en lugar de encerronas sean fiestas.
Eso sí, para fiesta, la que pudieron disfrutar los trescientos y pico racinguistas; los de las jaulas y pocos más, porque hacía falta mucha picardía para conseguir una entrada de estrangis. A partir de la hora de partido, solo se les oía cantar a ellos, y hasta pedir «que bote el Sardinero». Serían pocos, sí, pero no les pudieron aguar la fiesta. Y eso que, de primeras, se hacía raro ver al Racing todo de blanco, improvisando una cuarta equipación –¿la segunda no valía?–, pero enseguida se vio que era nuestro equipo de siempre; en cuanto le calcaron el uno a cero, para no perder las viejas costumbres. Y las nuevas, como esa de que los rivales aticen a
Andrés de lo lindo. Hasta el árbitro se quiso sumar, con una advertencia incomprensible, aparentemente reprochándole que se cayera cuando le empujan los rivales.: ¿cómo puede ser que los buenos jugadores, los que siempre reciben los golpes, sean los que están bajo sospecha? Todavía más desesperante fue ver cómo en el minuto ochenta y tres, con el jugador lesionado, se negó a detener el juego.
Menos mal que el Mirandés no pudo parar al Racing ni a golpes; y eso que lo intentaron con ahínco; seguro que Íñigo Vicente se acordó toda la noche de su excompañero Juan Gutiérrez y su bloqueo de pivot. Eso sí, algo está ha cambiado en el Racing: en lugar de perderse en protestas, redoblaron esfuerzos y contemporizaron para cerrar el partido. Esto promete.
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