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Un sol de carallo
Siniestro son ya banda de varias generaciones, una refutación gamberra de que la verdadera España fuera la de 'Cuéntame'
Julián Hernández podría haber cantado anoche aquella coplilla de su amigo Antón Reixa, 'Galicia caníbal', donde con mucha sorna decía eso de «con esto de ... la movida hay mucho yeyé que de noche y de día lleva gafas de sol: fai un sol de carallo». Como el que debía de hacer en la Porticada, donde apareció el alma mater de Siniestro Total de traje y corbata y con gafas de aviador. A medio camino entre los Blues Brothers y los Godfathers, sólo hizo falta que se acercara a la concurrencia y saludara levantando el sombrero para arrancar la primera ovación. Y eso, cuando todavía sonaba la sintonía de 'Corrupción en Miami'. Para que luego digan que la irreverencia está reñida con la tradición.
Sucede que, casi cuarenta años más tarde, Siniestro son un clásico. Y sus coplas y coplillas –así las define Hernández, que define a su espectáculo como 'recital' o como 'aquelarre', indistintamente– son ya banda de varias generaciones, una refutación gamberra de que la verdadera España fuera la de 'Cuéntame'. Ja. Cuando en el futuro se estudie el final del siglo XX, en las facultades de Historia analizarán sus letras.
Locos por incordiar, abrir fuego con una versión de Rosendo es poner las cartas boca arriba. Y encender los motores de los abonados a la nostalgia, porque, salvo error de cálculo, sólo tocaron canciones del siglo pasado. Aunque no se puede decir que hayan envejecido en absoluto 'Camino de la cama' o 'Diga qué le debo'. Otras, como 'Vámonos al Kwai', 'Sobre ti' sonaban todavía mejor que en los ochenta. Debe de resultar todo un rompecabezas seleccionar sólo veintitrés canciones de un repertorio con más de dos centenares.
Caerían más versiones: de Obús, de Cucharada –con emotivo recuerdo para Manolo Tena– e incluso se versionaron a sí mismos, con el espectacular Óscar Avendaño haciendo de Miguel Costas en 'Sobre ti'; Claro que si Siniestro tiene una especialidad es la de poner letras castizas a éxitos foráneos; ya quisieran los Ramones haber escrito 'Rock en Samil'. Se echó de menos, eso sí, algún guiño a Germán Coppini, al menos antes del rescatar de la noche de los tiempos una aceleradísima 'Ayatollah'.
Claro que nosotros –y ellos–, los de entonces, ya no somos los mismos, pero la velada resultaba reconfortante al demostrar, por partida doble, que la juventud es un estado mental: arriba, Siniestro sonaba mejor que nunca. Incluso, mejor que en los noventa. Y con el mismo colmillo afilado de siempre, lanzando invectivas contra el convidado de piedra –Pedro Velarde, a fin de cuentas, ejercía de anfitrión–, la política gallega o esta España mía, tuya, nuestra… Las historietas que improvisa Julián Hernández para presentar cada canción son de antología; alguien debería recopilarlas en un libro. Pero es que la contrapartida estaba sobre el empedrado, con un variopinto público intergeneracional, desde mamás desbocadas cantando el 'Cuanta puta y yo qué viejo' hasta veinteañeros que se desgañitaban con 'Bailaré sobre tu tumba'. Seguro que hoy muchas lumbares están dando la lata, aunque merecía la pena algún exceso: ni la lluvia, que durante veinte minutos acompañó a los músicos, pudo enfriar los ánimos de una parroquia que tocó techo con el icónico 'Miña terra galega' –con todo el cariño para nuestros paisanos, eso sí que es un himno regional– y, tras hora y media, el final de apoteosis en formato pregunta/respuesta: '¿Quiénes somos de dónde venimos, a dónde vamos?' –con Hernández filosofando casi en prosa, delicioso–; 'Somos Siniestro Total'.
Si no fuera en contra de sus principios, esta banda debería ser reconocida y protegida como bien cultural y patrimonio de la humanidad.
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