El dulce aroma de los 120 años de la fábrica de Nestlé de La Penilla
La planta cántabra de la multinacional suiza, que inició su actividad en 1905, se ha transformado por completo debido a sucesivas inversiones para mantener las instalaciones en la vanguardia
Cuando llegas a La Penilla de Cayón, te invade un inconfundible y empalagoso olor a chocolate. Un aroma que, posiblemente, sea el único testigo que ... queda vivo de los inicios de la fábrica de Nestlé que allí se instaló allá por 1905. Hace nada menos que 120 años –los que la factoría celebró con un gran acto este pasado martes–. De los inicios poco más resiste. Nada tiene que ver la imagen de postal antigua, o incluso de caja de detergente o chocolates estilo retro de mediados del siglo XX, de las instalaciones originales. Aquellas pasaron al recuerdo, la planta actual es fruto de sucesivas reconversiones y de millones y millones de inversión –solo 75 ha destinado la compañía Suiza en su centro de Cantabria desde 2022–. Un importante esfuerzo dirigido a mantener la planta en la vanguardia, y avanzar en digitalización, automatización y sostenibilidad, términos que no estaban ni por inventar hace más de un siglo.
La fábrica de La Penilla se convirtió en un referente desde el origen no solo por la importante novedad que supuso para Cantabria, que aún sufría la pérdida del comercio con ultramar e impulsaba su transformación hacia una industria moderna; también porque fue la primera planta que la multinacional suiza abrió en España. La región fue el lugar escogido, entre otros motivos, por los fértiles y húmedos pastos que alimentaban a un ganado de renombre, que a su vez nutriría la fábrica. También por el abundante agua del Pisueña y la cercanía del ferrocarril.
Contrastes
Acostumbrados a ver máquinas de última generación y procesos automatizados en las plantas modernas como la actual fábrica de Nestlé de La Penilla, redescubrir las fotografías antiguas con los ojos de 2025 puede dar sensación de instalaciones rudimentarias. O arcaicas. Lo cierto es que Nestlé –a la sazón la sociedad 'Farine Lactée Henri Nestlé'– en 1905 abrió las puertas a una fábrica de última generación en La Penilla. La firma creó infraestructuras ferroviarias incluso en el interior de la fábrica para desplazar con comodidad y rapidez los productos elaborados. También ejecutó un canal para captar el agua del río que circulaba a 2.000 litros por segundo.
Por aquel entonces, la producción se centraba en harina lacteada, un producto exclusivo destinado a combatir la alta mortalidad infantil de la época. La planta consiguió consolidarse hasta el punto de que duplicó su producción solo en sus primeros diez años de trayectoria, al pasar de los 140.000 litros de leche que procesó en su primer año a los 374.000 litros de 1914. A partir de ahí, la fábrica vivió una expansión constante marcada por hitos que transformaron el consumo en España: en 1910 comenzó a elaborarse la leche condensada La Lechera; en 1928 se inició la producción de chocolate —que pronto incluiría las célebres lenguas de gato— y en los años cuarenta nacieron productos esenciales como Pelargón, Egrón y Nescafé. Más tarde llegarían Nestum y Celac, y en la década de los sesenta irrumpió Nesquik, que revolucionó el mercado de los solubles. El tiempo terminaría consagrando otro icono surgido de La Penilla: la Caja Roja, convertida en un símbolo del chocolate como regalo. Por no hablar de las tabletas Jungly, cuyo regreso hace un par de años despertó una auténtica fiebre de ventas.
1920
Fotografía de la planta original. DM
1929
Empaquetado de bombones. DM1 /
Más allá del éxito comercial, hay que hablar del laboral. El alcance del proyecto fue tal que rara era la familia del valle que no vivía de la planta. En muchos casos incluso doblemente, porque era habitual que los operarios fueran a su vez ganaderos que mantenían sus cuadras y al mismo tiempo se ganaban el jornal en 'la Nestle' –así, sin acento, como la llaman tradicionalmente en la zona–. Además, solo basta con echar un vistazo a las imágenes antiguas que acompañan este texto para comprobar que fue un impulsor del empleo femenino. Un trabajo que ha llegado hasta nuestros días, porque algunos de los efectivos de hoy en día heredaron su puesto de sus padres, madres, abuelos y abuelas. Una plantilla que en la actualidad conforma una familia de más de 900 personas que endulzan el día a día de todo el mundo.
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