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La población de Goma huye de la zona afectada por el volcán con las pocas pertenencias que ha logrado salvar. efe
Goma, la ciudad del diablo

Goma, la ciudad del diablo

La erupción del volcán Nyiragongo revela la extrema fragilidad de esta ciudad congoleña y la preocupante situación de su población

gerardo elorriaga

Sábado, 29 de mayo 2021, 23:04

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Los mangos, los baldes de colores y los ataúdes, grandes y negros, pequeños y blancos, se apilan en las aceras de Goma. La vida y la muerte se mezclan cotidianamente sin aspavientos en esta población situada en el límite oriental de Congo. La siniestra circunstancia puede deberse a su condición como la ciudad más peligrosa del planeta. El volcán Nyiragongo, su última pesadilla, amenaza con destruirla.

El temor a esa catástrofe que todos temen ha provocado un éxodo local sin precedentes. Alrededor de 400.000 personas, casi dos tercios de su población, la han abandonado en las últimas cuarenta y ocho horas. El gigante, de 3.470 metros de altura y situado a 20 kilómetros del centro, parece anunciar una segunda erupción. La primera, hace una semana, ocasionó 32 muertos y 40 desaparecidos.

Pero la fatalidad cuenta con, al menos, diez maneras de atentar contra el maltrecho vecindario de la localidad. Para comenzar la relación de desdichas hay que apuntar que la urbe no cuenta con una, sino con dos montañas de fuego. Porque a tan sólo 13 kilómetros se encuentra el Nyamuragira, la más activa del continente.

Ahora bien, la amenaza más extraña y letal se halla bajo las aguas del cercano y aparentemente plácido lago Kivu. Una fuga de los 300.000 millones de dióxido de carbono que albergan sus fondos originaría una erupción límnica, rara y devastadora. Un sismo, un deslizamiento de tierras o el súbito aumento de la temperatura de sus aguas podrían originar este fenómeno. Se teme que no habría manera de evacuar con la suficiente presteza las calles próximas al puerto lacustre, atestadas de transeúntes y socavones.

Goma no se antoja un lugar extraño, a pesar de las extravagancias geográficas. La mirada del forastero no distingue el horror, tan sólo, acaso, el caos y la miseria habitual a las grandes urbes africanas y esos suelos irregulares y negruzcos, originados por la lava solidificada. La ciudad, una población de aluvión sin censos fiables, ha crecido entre este lago inmenso, que posee islas fluviales, y las agrestes laderas que conducen a los cráteres.

Emisiones peligrosas

Dos penachos blancos se distinguen en el horizonte, allí donde se vislumbran las últimas casuchas de madera y uralita. Esas emisiones no son inocuas. Cada día el Nyamuragira emite más dióxido de azufre que todo el provocado por la industria europea. La contaminación se ceba con los desafortunados. El 'mazuku' o viento del diablo, que alude a las pequeñas y letales emisiones de dióxido de carbono, se cobra anualmente un número indeterminado de víctimas.

Los residentes en la 'zona roja' de Goma, sus diez distritos orientales, han buscado refugio en Gisenyi, la localidad ruandesa fronteriza, pero el demonio los persigue. Los temblores que anuncian la explosión derrumban edificios y la comunidad de llegada también ha iniciado la partida hacia áreas más seguras.

Pero no sólo la naturaleza se ceba con la ciudad por su inclusión en el extremo occidental del valle del Rift. Como capital política de la provincia de Kivu Norte, ha sido el epicentro de la guerra de los Grandes Lagos, un conflicto de larga duración y baja intensidad que se ha cobrado ya entre cinco y seis millones de vidas.

El conflicto es un expolio camuflado. El Ejército congoleño y diversas milicias, algunas apoyadas por los países limítrofes, se disputan los vastos recursos de la zona. En 2012, la guerrilla del M23 la ocupó durante varios días. Tanto los insurrectos como las Fuerzas Armadas cometieron entonces graves violaciones de los derechos humanos.

Riesgo aéreo

El cielo tampoco es protector. La extracción ilícita del coltán y otros minerales nutre un tráfico aéreo incesante. Los aviones sobrevuelan constantemente el núcleo urbano y, en ocasiones, se precipitan sobre él. Las compañías congoleñas ostentan los peores índices de siniestrabilidad, fruto de la desidia oficial y mediocre mantenimiento técnico. En 2013 un avión de carga ese estrelló en un descampado y en 2019 una aeronave cayó sobre el barrio de Birere provocando 29 muertos.

El miedo nutre la otra nube tóxica que sobrevuela toda la región. Tras Colombia, el gigante africano es el Estado con más desplazados y la mayoría procede de las regiones orientales. Los relatos de aquellos campos de acogida como el de Mugunga hablan de hombres armados que los desalojaron de sus aldeas y de irrupciones nocturnas, culminadas en crímenes, robos y violaciones a mujeres y niñas. En periodos de mayor violencia, cuando cae la tarde, los campesinos suelen abandonar sus hogares y buscan la protección del bosque.

Mientras tanto la vida prosigue en la ciudad, a pesar de los riesgos, y los que permanecen se afanan en la supervivencia, el reto cotidiano. La crisis económica provocada por la pandemia ha inducido a menores a conducir muchos de los mototaxis que circulan por sus torturadas calles. Los últimos habitantes vigilan al Nyiragongo.

En 2002, su colada de lava fue tan fluida, que tras arrasar 120.000 viviendas, llegó a la ribera del lago en tan solo doce horas. Pero en la urbe atormentada, nunca se sabe dónde se halla el mayor riesgo. Quizás en esas fracturas que han surgido en la calzada y por donde puede aflorar el magma infiltrado en el subsuelo. Pero resulta difícil precisar el futuro. Hay demasiadas maneras de morir en Goma.

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