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Nicaragua: Asalto a los Pueblos Blancos

Nicaragua: Asalto a los Pueblos Blancos

La represión paramilitar en Niquinohomo, Diriá, Diriomo y Catarina añade otros diez muertos al balance de la represión orteguista

Mercedes Gallego

Enviada especial a Managua

Lunes, 16 de julio 2018, 09:01

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En su enfermizo análisis de la represión nicaragüense, la esposa del dictador Daniel Ortega, a la que el año pasado convirtió en vicepresidenta, informó jubilosa a su gabinete y embajadores la conclusión de «una semana victoriosa en espíritu cristiano, socialista y solidario». Sólo en el séptimo día en el que toca descansar, su ejército de paramilitares ametralló al obispo de Estelí monseñor Juan Abelardo y lanzó una brutal ofensiva sobre la cordillera de Pueblos Blancos salpicados entre la ciudad de Granada y el volcán de Masaya. Diez muertos más que se añaden a los 357 ya contabilizados en tres meses. Toda una semana de «Triunfos del Pueblo», declaró victoriosa en su comunicado.

Vestidos con pasamontañas negros y camisetas verdes, los paramilitares en caravana de la muerte entraron por Niquinohomo al amanecer lanzando ráfagas de metralla a las fachadas de las pintorescas casas del pueblecito en el que nació Augusto Sandino. Desde las barricadas los jóvenes los enfrentaron con sus morteros caseros construidos con tuberías rellenas de pólvora e hicieron sonar con desesperación las campanas de la iglesia, sólo para dar tiempo a sus cabecillas a salir corriendo bajo la lluvia, monte a través, camino de Monimbó, el único foco rebelde de todo el país que todavía resiste la ofensiva con uñas y dientes.

«Si vieras cómo llegaron... Llenos de lodo, heridos, sin comer en todo el día». El que lo cuenta se juega la vida, por eso pide que solo se le identifique como «Comandante H». Tiene 29 años y cursaba su último año de Ingeniería Civil hasta que en abril pasado las medidas de austeridad prendieron la mecha del desencanto que ha ido germinando en los últimos once años ininterrumpidos del gobierno de Daniel Ortega. Un líder que «traicionó la revolución» a la que este grupo autodenominado «Hijos de Sandino» dice querer devolver su dignidad.

«A él nunca le importó el pueblo, sólo el dinero», le desprecia. «Lo que pasa es que tuvo mucha labia y fue muy hábil para manipular a la gente, pero ese no es ni sandinista ni nada, sólo un corrupto».

Las 50 o 60 camionetas de paramilitares vestidos con pasamontañas negros y camisetas verdes, «armados hasta los dientes», avanzaron a toda velocidad por las calles del pueblo lanzando vivas a Daniel. Les precedían palas mecánicas que se llevaron por delante las barricadas de adoquines que este pueblo de 13.000 habitantes ha construido durante los tres meses de alzamiento para impedirles la entrada. Con ocho o diez hombres armados con rifles AK-47 y lanzacohetes antitanques RPG7 por cada furgoneta pick up, «¿qué íbamos a hacer nosotros, si no tenemos armas?», se lamentaba anoche el comandante H desde la casa de seguridad en la que se ha refugiado.

Lo primero que hicieron fue arrancarle a la estatua de Sandino la bandera nicaragüense azul y blanca que reclaman los alzados. El general «de los hombres libres» que expulsó a los marines estadounidenses en 1928 quedó secuestrado por la pañoleta rojinegra del Frente Sandinista que los paramilitares instalan en lo más alto de los pueblos insurrectos que retoman para el gobierno.

Les esperaban los «sapos» de los CPC, los Consejos del Poder Ciudadano que controlan todo lo que pasa en su barrio, al estilo de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) cubanos. «Esos perros danielistas les andaban enseñando las casas de los dirigentes y todos los que estaban en las barricadas», recuerda. A la suya entraron 15 hombres a patadas, pero para entonces todos los varones habían logrado huir «y gracias a Dios nos respetaron a las mujeres». Su madre, su tía, su prima, su hermana... El daño que les infligieron no pasó de un desvanecimiento que sufrió su madre, atosigada por los enmascarados. «Qué dónde me había escondido, qué dónde estaban las armas... ¡pero qué armas ni que armas, si nosotros no tenemos armas!», se lamenta.

Insiste en que varios tenían acento cubano y venezolano, «mi familia no me va a mentir». Esa es la versión que sostienen también los estudiantes de la Universidad Nacional de Nicaragua (UNAN), asaltada brutalmente el viernes, y que se repite por todos los focos reprimidos durante esta última semana en la que Ortega y su esposa dicen haber «avanzado en el camino de la paz». Hablan de botas nuevas, se les ven walki talkies en las fotos, exhiben tácticas militares en sus avances, tienen francotiradores certeros y, algunos, acento cubano y venezolano, insisten los jóvenes, «como yo sé reconocer que tú eres española en cuanto te escucho».

A los que se llevaron los torturaron en el colegio que está cerca de la parroquia, «se oían los gritos desde la calle». A media docena bien conectados a los que dejaron marchar todavía les temblaban anoche las piernas y cumplían con el silencio que les habían hecho prometer. A Cirilo, un vecino de 45 años que no se pudo contener y les increpó «¡Asesinos!», le metieron un tiro y lo dejaron seco en la calle, para escarnio público. Otros siete quedaron heridos.

Su reino de terror duró todo el día. Apostados desde lo alto de la iglesia, algo que el párroco Javier Solís niega pero muchos moradores juran, sembraron el pánico con el retumbar de sus disparos y algún que otro herido hasta bien entrada la tarde. Se marcharon jubilosos, tocando el claxon y coreando consignas del Frente Sandinista, pero dejaron apostados en las esquinas a hombres armados que se encargan de mantener el orden conquistado.

«Todo el pueblo tiene miedo. Aquí no volverán a alzarse barricadas. Sólo nos queda huir». El comandante H se sumará a los miles de jóvenes que han abandonado el país camino de Costa Rica, Panamá, EEUU y España para ponerse a salvo de la persecución orteguista, pero eso no significa que todos estén dispuestos a rendirse. «Le seguiré armando la guerra de otras maneras», jura. «¿A qué vamos a salir, a morir en las calles? No necesitamos más mártires. Le sirvo más a mi país vivo que muerto».

Queda la esperanza de la Mesa del Diálogo que mantiene viva la Conferencia Episcopal. «Nosotros ya hemos hecho todo lo que podíamos hacer. Si de verdad esa gente está con nosotros que consigan ellos que adelante las elecciones y luego de verdad voten». Otros se han cansado de que les maten y piden «combatir el plomo con plomo». Ese es el miedo de quienes temen que las protestas cívicas se transformen en una guerra civil, el juego que Ortega sabría jugar mejor de cara a la comunidad internacional. Su último reto para aplastar a los insurgentes es Monimbó, a las faldas de Masaya, el barrio indígena que combatió por los sandinistas durante la dictadura de Somoza, con la misma fiereza que estos días lucha contra los paramilitares de Daniel y hasta quema a los francotiradores que captura. Doblegar esta fortaleza de guerreros con tradición de explosivos caseros será la última batalla del régimen para poder celebrar el jueves el 39 aniversario de la revolución «en nombre de Jesús», promete la vicepresidenta.

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