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Jueves, 1 de abril 2021, 07:47
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El tercer tiroteo masivo con trágicas consecuencias mortales que sufre Estados Unidos en menos de un mes tiene algo importante en común con los anteriores: el pistolero está vivo. Eso permitirá aclarar el desconcertante laberinto mental que acompaña a cada uno de estos asesinatos, que en el caso del ocurrido el miércoles en Orange (California) parece tener motivaciones más claras.
Aminadab Gaxiola Gonzalez, de 44 años, tenía «una relación personal y de negocios» con las víctimas, contó la policía. La aparente venganza dejó cuatro muertos, entre ellos un niño de nueve años que presuntamente murió en los brazos de su madre cuando ésta huía con él por el jardín. La mujer es la única superviviente de la masacre y se encuentra hospitalizada.
Las víctimas restantes, que podrían estar emparentadas entre sí -según dijo Paul Tovar, cuyo hermano es dueño de la empresa, a la cadena de televisión KTLA-TV- son un hombre y dos mujeres. «Ni él ni mi sobrina contestan el teléfono, estoy rezando», confió el hombre esperando que no estuviesen entre los muertos.
El asesino iba equipado con esposas de plástico y había bloqueado con cadenas todas las puertas de la oficina de la inmobiliaria de casas prefabricadas Unified Homes, en la que disparó contra sus víctimas. Eso ralentizó la respuesta de los agentes que acudieron al recibir una llamada a los servicios de emergencias, pero al oír los disparos dentro se arriesgaron a disparar a través de la verja e hirieron al presunto asesino.
Uvaldo Madrigal, un mecánico que se encontraba a esa hora (en torno a las cinco y media de la tarde) en un taller de coches adyacente, contó al diario 'Los Ángeles Times' que oyó con claridad los disparos. Diez seguidos, afirmó. Cuando salió a ver qué pasaba se encontró con una escena de película. La calle estaba tomada por cinco coches patrulla con las puertas abiertas detrás de las cuales se parapetaban policías con chalecos antibalas apuntando con sus pistolas. «Nunca había visto nada así en la vida real», confesó.
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