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Empleadas del supermercado, desalojadas tras el tiroteo en la localidad de Boulder (Colorado). foto: AFP | vídeo: atlas

Biden pide vetar los rifles de asalto tras la matanza de Colorado

Un joven de origen sirio que llevaba casi toda su vida en EE UU asesinó de forma indiscriminada a diez clientes en un supermercado

mercedes Gallego

Nueva York

Martes, 23 de marzo 2021, 00:35

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Más tarde o más temprano, cada presidente de EE UU desde la masacre de la Universidad de Texas en 1966 se enfrenta a un tiroteo masivo que deja sobre su mesa un reguero de muertes sin sentido y la obligación moral de hacer algo para impedir que se repita. Siempre fracasan. A Joe Biden le llegó su turno ayer, cuando la matanza que perpetró un inmigrante sirio de 21 años en un supermercado de Boulder (Colorado) resucitó la intención de vetar las armas de asalto de tipo militar, innecesarias para la caza o la defensa personal. «Si bien aún tenemos que esperar a tener más información sobre el pistolero, sus motivos y las armas que usó, no necesito esperar ni un minuto para tomar medidas de sentido común que salven vidas en el futuro», dijo el nuevo presidente al confrontar la tragedia.

No era la primera, pero sí la mayor de su corto mandato. La semana pasada otro joven de 21 años que intentaba «eliminar la tentación» de su adicción sexual mató a ocho personas, seis de ellas mujeres asiáticas, en tres salones de masaje a las afueras de Atlanta (Georgia), lo que probablemente inspiró al de Colorado a subirse al panteón de los pistoleros que la prensa intenta no glorificar. De ahí que sus nombres se entierren bajo el horror de sus crímenes.

Agencias
Imagen principal - Biden pide vetar los rifles de asalto tras la matanza de Colorado
Imagen secundaria 1 - Biden pide vetar los rifles de asalto tras la matanza de Colorado
Imagen secundaria 2 - Biden pide vetar los rifles de asalto tras la matanza de Colorado

En Georgia el asesino utilizó una pistola que había comprado ese mismo día, pero en Colorado los testigos describen un rifle de asalto militar de los que reparten cientos de balas por minuto. Esos que estuvieron vetados durante diez años a raíz de que en 1989 un criminal disparase con un kalashnikov a 34 niños y un profesor del colegio de Stockton (California), matando a cinco. Para lograr el hito legislativo todavía hicieron falta cinco años de trabajo y la unión de tres expresidentes de ambos partidos –Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan–, que escribieron a la Cámara de Representantes para apoyar una iniciativa compartida por el 77% de los estadounidenses, según Gallup.

Tiroteos masivos

Si bien el veto tuvo un impacto mínimo en la delincuencia, donde el porcentaje de muertes asociadas con estas armas bajó apenas un 0,1%, en tiroteos masivos se redujo el número de víctimas un 70% durante los diez años que estuvo en vigor, entre 1994 y 2004, según un estudio del 'Journal of Trauma and Acute Care Surgery'. «Podemos volver a vetarlas», alentó este martes Biden a los legisladores. «Lo conseguí como senador, pasó y estuvo en vigor durante mucho tiempo. Debemos hacerlo otra vez».

Nadie ve el ambiente propicio. En Estados Unidos las armas matan cien personas diarias, pero sólo las masacres sacuden las conciencias lo suficiente como para iniciar acciones legislativas. Paradójicamente, son éstas las que más disparan la venta y hasta los tiroteos. En su primer año de gobierno Trump ignoró todos los incidentes que dejaron menos de diez muertos hasta que la masacre de un concierto country en Las Vegas sacudió directamente a sus bases y se convirtió en la mayor de la historia, con 27 muertos. Aún así, su presidencia registró la mitad que la de Obama. Mientras la portavoz del Congreso, Nancy Pelosi, prometió ayer seguir dando la batalla a las armas, el senador republicano de Texas Ted Cruz calificó sus palabras de «un teatro ridículo».

En el año de la pandemia no hubiera sido fácil atacar un cine, un concierto o una escuela, muchos de ellos vacíos, pero la carnicería humana en la que quedó convertido el lunes el supermercado King Sooper estremeció porque era una de las pocas actividades a la que todos han seguido yendo. El autor, un inmigrante sirio que llevaba «casi toda su vida» en EE UU, salió medio desnudo y por su pie, aunque le corría la sangre pierna abajo. No medió palabra, simplemente abrió fuego a su alrededor.

Las diez víctimas mortales oscilaban entre los 20 y los 65 años, incluyendo un policía con diez años de servicio que deja siete hijos sin padre. El hermano de su asesino lo calificó de antisocial y paranoico, pero nunca pensó que pudiera hacer algo así.

Paradójicamente la ciudad de Boulder, con un corte muy progresista, no había esperado a que demócratas y republicanos se pusieran de acuerdo en Washington, sino que vetó las armas de asalto a raíz de la tragedia de Parkland en 2018. Hace diez días un juez invalidó ese veto tras estudiar la denuncia de la Asociación de Tiro del Estado de Colorado, que cuando este martes fue confrontada con la posibilidad de haber propiciado la masacre con su acción judicial lo calificó de «sensacionalismo emocional».

«Habrá tiempo para debatir la legislación de las armas, pero no es hoy», zanjó. Este martes era el día de acordarse de Suzanne Fontaine, «la persona más amable que he conocido», decía una vecina de la propietaria de la sala de conciertos e-Town Hall, de 59 años, asesinada mientras esperaba para comprar fiambre en el supermercado. O de Carlee Lough, la vivaracha joven de 25 años, con el pelo morado y un pendiente en la nariz, que acaba de terminar su turno cuando el pistolero la recibió a la salida del supermercado de un disparo. O de Rikki Olds, que había burlado al coronavirus trabajando en el supermercado durante toda la pandemia solo para sucumbir ante el rabioso asesino que ahora se enfrentará a la justicia.

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