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El Rey llama a la serenidad y a la confianza

Estimulante mensaje de Felipe VI

ANTONIO PAPELL

Madrid

Domingo, 24 de diciembre 2017, 21:11

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El mensaje de Navidad de Felipe VI ha sido en esta ocasión objeto de especial atención porque se esperaba, y con razón, que el monarca reanudara de algún modo el mismo hilo argumental que había iniciado con su discurso sin precedentes del pasado 3 de octubre, cuando, en calidad de Jefe del Estado, salió a la palestra con inusitada energía a defender la Constitución y el estado de derecho.

En aquella ocasión, el Rey denunció el desmán que se estaba cometiendo —“determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno”— para reclamar acto seguido la oportuna respuesta de las instituciones democráticas: “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía”. Era, pues, lógico pensar que después de que esas instituciones aplicaran los mecanismos constitucionales extraordinarios adecuados para restaurar el orden quebrantado —el artículo 155 C.E.— y de que, tras disolver el Gobierno el parlamento catalán, se hayan celebrado unas elecciones autonómicas, el Rey volvería al tema y recuperaría el argumento.

Así ha sido, en efecto, aunque en el marco de un oportuno recordatorio de quiénes somos y de dónde estamos: en un desarrollo pertinente del papel estimulante de la Corona, don Felipe ha enfatizado que en estos últimos cuarenta años hemos conseguido un país nuevo y moderno, tras "la transformación más profunda de nuestra historia en muchos ámbitos de nuestra vida: en educación y en cultura, en sanidad y en servicios sociales, en infraestructuras y en comunicaciones, o en defensa y seguridad ciudadana". Y esta historia, que es la de “un salto sin precedentes” y la de “un gran triunfo de todos los españoles”, ha sido posible “gracias a una España abierta y solidaria, no encerrada en sí misma; una España que reconoce y respeta nuestras diferencias, nuestra pluralidad y nuestra diversidad, con un espíritu integrador; una España inspirada en una irrenunciable voluntad de concordia".

En relación a Cataluña, el jefe del Estado ha dado por hecho que las elecciones, en que se ha pronunciado la ciudadanía con todas las garantías, deberán suponer un punto de inflexión tras el cual los representantes electos “deben afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes, respetando la pluralidad y pensando con responsabilidad en el bien común de todos”.

“El camino —ha proseguido el Rey— no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o a la exclusión, que sólo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y económico de toda una sociedad. Un camino que, en cambio, sí debe conducir a que la convivencia en el seno de la sociedad catalana –tan diversa y plural como es– recupere la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo; de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos. Un camino que debe conducir también a que renazca la confianza, el prestigio y la mejor imagen de Cataluña; y a que se afirmen los valores que la han caracterizado siempre en su propia personalidad y le han dado los mejores momentos de su historia”.

En síntesis, el Rey aspira, como hacemos seguramente una mayoría abrumadora de españoles, a que el incidente catalán no lastre el camino de prosperidad general que emprendimos hace cuatro décadas y que –la tarea es ya del establishment, de la clase política, no de la Corona— debe proseguir, con una Cataluña reintegrada al anhelo colectivo. Quizá se haya echado en falta una llamada explícita al reencuentro y a la reconciliación, que lógicamente deberán pasar por un trayecto de concesiones mutuas en el generoso marco constitucional o incluso mediante su reforma por las vías establecidas, pero este designio ha estado seguramente implícito en el mensaje regio, que ha pretendido levantar el ánimo de un país consternado y seriamente preocupado por la deriva catalana, para situarlo de nuevo en la carrera ilusionante hacia un porvenir pletórico en paz y en libertad.

Con buen sentido, el Rey no ha limitado su intervención ritual de Navidad a esta cuestión ingrata porque “superar los problemas de convivencia que ha generado esta situación no nos puede hacer olvidar, por supuesto, otras serias preocupaciones y desafíos de la sociedad española”. Y don Felipe ha mencionado la imperiosa y urgente necesidad de crear puestos de trabajo estables; la obligación de afrontar “la desigualdad y las diferencias sociales” derivadas de la crisis; de combatir con denuedo el terrorismo yihadista; de continuar luchando contra la corrupción; de contribuir a la integración europea; de mantener la defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático… Todo un programa cuyo cumplimiento no parece fácil con los nuevos equilibrios parlamentarios sobrevenidos al agotarse el viejo modelo del bipartidismo imperfecto.

Lorenz von Stein, teórico alemán del ‘Estado social’ (vertido deliciosamente al castellano por Tierno Galván) del siglo XIX, escribió que "la monarquía está por encima de las clases sociales y sus conflictos, representando la idea del Estado que es la libertad". Y también en este inquietante desentendimiento que nos acongoja, la Corona trata, con fundamento, de seguir esta máxima, marcando el rumbo que la Constitución, que es de todos, impone, y rescatando a la ciudadanía de la decepción y el ensimismamiento: los actores catalanes tienen la inexcusable obligación de rescatar los grandes valores que se habían debilitado y todo el país ha de recuperar el paso hacia un progreso sin límites, al que todos, catalanes incluidos, debemos adherirnos sin regateos ni excusas.

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