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No he tenido que abrir la puerta en calzoncillos como Rhys Ifans en 'Notting Hill'. Me ha sobrado mirar por la ventana y ver temprano a toda esa gente recién salida de toriles. No eran periodistas haciendo guardia para pillar a Julia Roberts y Hugh Grant, eran personas corriendo o disfrazadas de gente que corre. Pero igual de amenazadoras. Algunos caminaban en medio de la calzada poco transitada a lo 'Abre los ojos' para mantener la distancia con gente sudorosa y respirando fuerte (se fían del prójimo tan poco como yo). Sigo sin ver la necesidad de salir. Aunque me gusta ver gente feliz y salida. Como escribió Paloma Rando, ayer disfruté el placer tan bobo, tan gratuito y tan reconfortante de poder salir y quedarme en casa.

Aunque llegará el momento de la pobreza absoluta y me veré como Jane Darwell en 'Las uvas de la ira' (espero que no tan gorda) teniendo la obligación de abandonar Oklahoma camino de California (o del campo de Cartagena o de Huelva) a recoger lo que sea en el campo.

Pero volviendo a los problemas del primer mundo, la impresión en la calle ayer de siete a diez era la de estar como Cary Grant en 'Apartamento para tres' durante la carrera de marcha en Tokio 66. Ay, unos Juegos en Tokio, qué cosas pasaban antes. El título original de la última película de Cary Grant es 'Walk, don't run' (camina, no corras), algo así como el eslogan de Mariano Rajoy en el deporte y en la vida. Lo bueno para la nueva anormalidad, donde veo que bailarines proponen abrazos virtuales (abrazarse a sí mismo; de verdad, no puedo) es que el saludo vulcaniano (ideado por Leonard Nimoy como una versión con dobles dedos de la victoria de Churchill) me sale bien. Aunque no vaya a haber victoria alguna.

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