Dsde una peña con forma de nécora que hay a zaga de la ermita de la Virgen del Mar, en las noches de cielo raso ... y parca luna se distingue en el cielo la presencia de Boyero (en las cartas astronómicas, Boötes). El cual ostenta el puesto decimotercero en extensión de las 88 constelaciones que enjoyan el cielo con su deslumbrante parpadeo. En nuestra lengua, el término boyero equivale a pastor de bueyes y en la bóveda celestial se sitúa mirando de frente hacia la Osa Mayor. Quienes saben de astronomía (yo no paso de alucinado), aseveran que su principal estrella es Arturo (Acturus) una pelota gigante anaranjada, cuya magnitud cífrase en -0,04 y se encuentra a nada menos que 37 años luz de este Valle de Lágrimas.
En mitología, conviven varias interpretaciones sobre la fantástica historia atribuida a Boyero. Una de ellas, habla de un labrador, que controló a los bueyes de la Osa Mayor con sus dos perros, Chara y Asterión. Así consiguió atar los bueyes al eje polar y de esa manera pudo mantener los cielos en rotación constante.
Lo de los perros no es grano de anís. Hay un perro lanudo llamado El Boyero de Berna, también conocido como Perro de montaña de Berna, originario de Suiza. Donde es muy apreciado no sólo como compañero y mascota de la familia, sino también como perro de trabajo, para ayudar en las labores de campo.
«Dichoso el mes que empieza por Todos los Santos y acaba por san Andrés». En los luctuosos días novembrinos, cumple rememorar tan sabio refrán cántabro cuando sobre el nocturno camposanto de Ciriego la luminar presencia de Boyero, de permanente imaginaria sobre tumbas, nichos y mármoles desbaratados, se hace especialmente visible. Y oíble. Con su piadoso escucho estelar. Por si los mortales, creyentes o no, tienen a bien entonarlo a su compás: «Una flor se marchita, una lágrima se evapora, una oración la oye Dios».
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