Huesos de santo
Blancos por fuera y amarillos por dentro, los huesos de santo son un memento mori que nos comemos, un recuerdo de la muerte que reconcilia ... nuestra especie con los primitivos hábitos antropófagos que se le presumen. En las mesas no faltan en noviembre. Mes de vientos afilados, cortantes como cuchillos. Llegan cuando las prendas de abrigo se impacientan en los armarios reclamando ser sacadas de paseo, con el sombrero y la cachava. Quien y cuándo los bautizó es un arcano. Pero por Todos los Santos (Tosantos) se comían ya en los tiempos en que las máscaras cantaban por las esquinas: «Todo lo tiene bueno la Baltasara / todo lo tiene bueno / también la cara».
Buena cara, asimismo, tienen los huesos de santo, finos, largos y redondos, sobre cuya dulzura en boca se pronuncia La Voz, domingo 31 de octubre de 1880, sección de noticias: «Hoy, se abre al público, en la Plaza de la Libertad, casa del Sr. Camino, la sucursal de la Confitería Gaditana. Tanto en esta sucursal como en el antiguo establecimiento de la calle de Rupalacio, se pondrán a la venta estos días buñuelos de viento y los sabrosos dulces conocidos con el nombre de huesos de santo».
Con un ramo de flores para los difuntos en una mano y una bandeja de huesos de santo para los vivos en la otra es muy posible que a más de un santanderino le sorprendiera el aparatoso y trágico estallido en el puerto del vapor Cabo Machichaco, que puso todo el centro de Santander patas arriba.
Como todos los años, la Real Asociación Machichaco, que preside Roberto García Borbolla, conmemora la catástrofe, de la que se cumplen 132 años, con una ofrenda floral en recuerdo de las víctimas en la estatua conmemorativa. Acudir a la misma es un acto de justicia con la historia. Cuántos huesos de santo de verdad, no de confitería, se cobró en tan luctuoso día la maldita pólvora.
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