El asentamiento de una nueva clase
LA TIERRA DORMIDA ·
La situación política, en general, y el disloque producido por el telúrico 'plan Murcia' en particular, ha exacerbado aún más si cabe, en nosotros -el ... vulgo español- un ansia viva de crítica y hartazgo. Ciertos políticos -también en particular-, con estas estrategias de talento de baja calidad, que por su torpeza harían sonrojar al padre Maquiavelo, podrían tener un final indeseado por las burdas formas que se están utilizando para hacer política en España, tan ajenas a la 'finezza', a la sutileza precisa para que los pandemonios deparen triunfos.
Los ciudadanos -ese paciente vulgo- serán quienes, de nuevo, tenga que cargar sobre sus hombros el peso de las consecuencias económicas y sociales de esos frustrados aquelarres políticos. No queda otra, pues, que recurrir a terapias de supervivencia. Buena forma de curación, con el fin de resarcirnos (nos lo merecemos) con algo de epicaricacia -la complacencia maliciosa del apuro ajeno-, es adentrarse, por ejemplo, en un recomendable libro, 'Cuando los mediocres llegan al poder'. Para Alain Deneault (Quebec, 1970), su autor, estamos viviendo una época que se permite el lujo de materializar un peligroso hecho social, la mediocracia -el gobierno de los mediocres-, una especie de novísima clase formada tanto por políticos como por quienes les han aupado al poder, a sabiendas de que difícilmente rozarían la excelencia.
Explica el autor que, para instalar esa mediocracia, solo es necesaria la sumisión, la sonrisa, la reverencia, y también, mirar hacia otro lado «cuando las tropelías del orden político o económico se hacen evidentes. Bastaría con seguir el juego a un sistema cuyo funcionamiento exige una mediocridad expansiva capaz de expulsar del terreno a los mejores», dice el autor, uno de los intelectuales más importantes de la izquierda crítica de Canadá.
El mediocre toma decisiones teniendo como objetivo agradar, sin tener en cuenta los posibles efectos negativos de sus ausencias. Faltos principalmente de imaginación y arrojo, trabajan para no importunar, porque así se aseguran la supervivencia; no implicarse en adoptar medidas impopulares es una cualidad que si bien no le permite el triunfo, le asegura que no habrá fracaso. Pero sobre todo, el mediocre procura no rodearse de personas brillantes que puedan dejarle en evidencia. Prefieren la fanfarria de la Banda del Empastre a los incómodos informes que podrían dictar comités de sabios. Los norteamericanos tienen una forma de describir este escenario: «¿Sabes cuál es el secreto del éxito? Busca una persona ambiciosa, inteligente, trabajadora, capaz de sustituirte... y despídela». Los mediocres se mueven en todos los ámbitos, pero su hábitat más cómodo es la política. La falta de imaginación la suplen con ocurrencias, casi todas pilladas al vuelo -muchas en internet- porque allí donde no hay ideas, se enseñorean las ocurrencias. Haga usted mismo, amable lector, la lista: parque japonés, piscinas cuaternarias, bancos gigantones, metro... Si no te da para el original, cómprate una copia.
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