Bata blanca invisible
Cantabria aún no sabe a qué atenerse sobre las cinco posibles vacunas económicas contra la recesión en curso
La salud pública es el lugar donde la habitual comparación metafórica entre medicina y política cesa de ser metafórica y se convierte en designación literal. ... Ante la multifacética crisis del coronavirus, se necesita tanto na medicina política como una política médica. Pero en el terreno de la salud pública ambas cosas son la misma: normas, recursos y decisiones para que la enfermedad no desordene la sociedad y para que esta se recupere de las dolencias asociadas al desorden inicial (recesión económica y social, pérdida de calidad de servicios). Los presidentes son «médicos en jefe» y los máximos expertos o cargos técnicos son a su vez como unos «presidentes sanitarios».
Se nos venía avisando de que surgiría una segunda ola de contagios de covid-19 a partir de septiembre. La sorpresa es que ya desde el mes de agosto la curva empezó al subir con fuerte desnivel y que de nuevo España es el enfermo de Europa, con un mal desempeño en la contención de la epidemia. Y a diferencia de lo ocurrido en primavera, Cantabria está entre las regiones con peor evolución, al nivel de Castilla y León. Asturias exhibe otra vez salud pública en sus indicadores. ¿Por qué no podemos contener el morbo como los asturianos?
Una interpretación posible del origen de esta prevista (en su probabilidad) pero imprevista (en fecha y magnitud) segunda ola es la descentralización sanitaria. Alguien podría señalar, mirando de frente a las curvas del coronavirus, que han subido en los momentos de control autonómico de la salud pública y han bajado en el momento de centralización y desescalada por parte del Gobierno de España. Es indudable que los tiempos coinciden. Pero la causalidad podría ser solo aparente. El Ejecutivo nacional tiene obligación coordinadora y controladora ante sacudidas históricas como la presente. Las curvas podrían entonces leerse de este otro modo: los tramos alcistas coinciden con los periodos de inhibición del poder central en sus responsabilidades de coordinación de salud pública. Hemos dicho que metafóricamente el político tiene que ser médico de la sociedad (¿analgesia, cirugía?) y el médico, político del cuerpo (¿merece la pena operar, cuál es el mal menor… ?), pero que, en cuestión de salud pública, la metáfora colapsa y la medicina política coincide con la política médica. Dicho de otro modo: no podían alegarse razones políticas no-médicas para justificar el retraimiento de la principal bata blanca de España, que cuelga de un perchero en La Moncloa.
La palabra mágica ante un enemigo invisible, letal y disruptivo como el que nos ataca es «control». En política médica y en medicina política. Es claro que, si los indicadores de nación y/o de región son comparativamente malos, es porque hay descontrol comparativo. El brote en Santoña, en San Roque de Riomiera, en Torrelavega: descontrol, que luego se debe atajar con una exhibición de ultracontrol o, en su caso, de selección de chivos expiatorios, a saber, los turistas, los inmigrantes, la chavalería, la indisciplinada población… Confesión toda ella de falta de autoridad, que no es lo mismo que poder. El ultracontrol hace daño, hunde las visitas y la imagen de las localidades afectadas, produce estado (psicológico) de alarma. Y es injusto, como bien sienten algunos colectivos especialmente damnificados.
Pero no menos importante es el sentido de control en la medicina política, en este caso para la recesión económica. También aquí reina una sensación de poco control, pues seguimos en incertidumbres similares a las de los meses anteriores. En concreto, Cantabria necesita saber si tiene algún control sobre cinco aspectos esenciales: lo que hará el Gobierno central; lo que hará el autonómico; lo que harán los ayuntamientos; lo que hará la iniciativa privada; y el marco europeo para colaborar con su maná de 140.000 millones en todos estos «harán».
Primer punto: no se conocen aún las líneas maestras con las que el doctor Sánchez quiere ver aprobada su ley presupuestaria (ya va para tres años con la de Montoro vigente) ni tampoco las previsiones de inversión en/para Cantabria (pues invertir en tren o autovía en Palencia o Burgos puede considerarse legítimamente inversión 'para', aunque no sea 'en'). Los sucesivos «papelucos» no son hasta ahora más que obras literarias, no administrativas. Son como pagarés sin fecha para cobrar, y cuya satisfacción siempre se puede dejar para mañana.
Segundo punto: no se sabe si el Gobierno de Cantabria puede hacer la vista gorda con su objetivo de déficit este año (si no en este, ¿en cuál estaría más justificado?), si tendrá igualmente un generoso margen de números rojos en 2021 y qué orientación va a dar a su presupuesto, que podría aprobar tranquilamente porque dispone de mayoría absoluta. ¿Habrá que presenciar el curioso espectáculo de que los 'antiaustericidas' oficiales hagan un presupuesto basado en el 'no hay dinero'? ¿Es que lo había en 2012, con unas condiciones de Bruselas muchísimo más duras? Este planteamiento equivaldría a una autonomía no ejerciente.
Tercer punto: aunque el Congreso ha impedido confiscar el superávit municipal (que en Cantabria es de unos 450 millones de euros), aún no es claro por qué caminos legales los municipios podrán movilizar efectivamente tales ahorros. Para la región es clave, porque estamos hablando de capital equivalente a tres puntos porcentuales del PIB.
Cuarto: el marco político-jurídico para agilizar la atracción de iniciativas privadas, solas o en colaboración con lo público, apenas se ha modificado. Sin embargo, es preciso que funcione mejor que nunca. Hay falta de novedades en este campo, que es muy variado, pues va desde las licencias municipales hasta el estatuto del consumidor electrointensivo, pasando por la protón-terapia. Se necesita más brío a la hora de convocar al capital privado al desarrollo de la región.
Y quinto: aunque leemos noticias con enunciados muy interesantes sobre proyectos que podrían acogerse a las ayudas europeas (suponiendo que Moncloa las adopte, porque ese 'control' se lo ha reservado para lo económico quien no lo quiere ejercer para lo sanitario), todavía nos invade una sensación de 'papelería', de infografía de consumo rápido, tan animoso como prematuro.
Es como si hubiera cinco vacunas económicas en ciernes y aún no nos salvase ninguna. El pueblo necesita presenciar un poco de control no solo de la política médica, sino también, y sobremanera, de la medicina política. Todos los estadistas han llevado siempre bata blanca, invisible pero real.
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