La huelga que nadie quiere... pero que ya no podemos evitar
Basta de sostener un sistema que se apoya en el sacrificio invisible de quienes lo mantienen vivo
Cristina Naranjo
Martes, 9 de diciembre 2025, 07:10
Para llegar hasta aquí he recorrido un camino largo, duro y lleno de renuncias. Para estudiar Medicina necesitas ser un estudiante sobresaliente, no entras por ... suerte. Yo pasaba horas estudiando. No porque me obligaran, sino porque quería cumplir un sueño.
Entrar en Medicina fue mi primera victoria. Pero también mi primera renuncia. Seis años estudiando intensamente y, además, compaginando mis estudios con trabajos en Zara, Eroski o de camarera. Provengo de una familia humilde, había que ayudar y salir adelante. Y lo conseguí. Con orgullo, esfuerzo y una voluntad férrea que aún me sostiene. Después, el MIR: otro año estudiando, con el miedo de no alcanzar nota para Pediatría, la especialidad que soñaba. Y llegó mi segunda victoria, coger plaza de Médico Residente de Pediatría en Santander.
Empecé la residencia… Guardias eternas, noches en vela viendo amanecer desde una ventana del hospital. En mi memoria se almacenan miles de historias. Recuerdo correr al paritorio a las seis de la mañana, tras 22 horas seguidas trabajando, con las piernas temblando y el corazón acelerado porque la vida de un recién nacido dependía de mí. Recuerdo muchas carreras como esa. Salvar vidas y también perderlas. Nadie sale igual de esa etapa. Nadie.
Terminé la residencia con 30 años, finalmente era Pediatra, mi tercera victoria. Entonces llevaba diez años con mi pareja y queríamos formar una familia. Pero la estabilidad parecía reservada para otros. Encadenaba contratos de un mes, tres meses, una baja... Mi reloj biológico no esperaba y yo quería ser madre.
En mi primer embarazo trabajé haciendo guardias hasta los ocho meses, encadenando contratos, y cuando fui madre tuve que renunciar a tres semanas de mi permiso de maternidad para firmar el siguiente contrato.
Con mi segundo hijo la historia rozó el esperpento: embarazada de siete meses firmé un contrato para cubrir la baja de una compañera también embarazada. Solo disfrutaría mi permiso de maternidad si ella daba a luz antes. Parió 48 horas antes. Yo lloré, no de emoción, de alivio. Así de frágil es la vida laboral de un médico en España.
Mi tercera hija llegó años después, con más estabilidad, aunque sin plaza fija, y pude vivir un embarazo sin sobresaltos laborales. Pero después de tener hijos llega lo más desgarrador… cuando tu bebé tiene cuatro meses, vuelves y vuelves a hacer guardias. Días enteros en el hospital, más de 24h separada de tu bebé, corriendo a sacarte leche en los descansos porque los pechos te explotan, de dolor, de angustia, de culpa… con la certeza brutal de que cuidas a otros niños mientras el tuyo te necesita.
Con los dos pequeños pude evitar guardias su primer año, algo que en Cantabria agradecemos. Pero un año se hace corto.
Mis hijos, como todos los que van a guardería, pasaron por multitud de catarros, bronquiolitis, otitis, gastroenteritis… Y su madre, pediatra, no podía cuidarles porque el sistema no se lo permitía. Su padre, por suerte con un trabajo flexible, se quedaba en casa con ellos y yo me iba al hospital rota de dolor. No estaban desatendidos, pero yo me sentía la peor madre del mundo. Yo, pediatra, incapaz de cuidar a mis propios hijos enfermos. Qué ironía.
Hoy mis hijos tienen 9, 7 y 3 años. Me siguen necesitando y yo quiero reducirme las guardias, esas tardes y noches que nunca volverán. Pero no puedo. Las guardias no son jornada ordinaria, son obligatorias y no podemos reducirlas. Puedo reducirme mi jornada ordinaria, las mañanas. Pero las tardes y noches, cuando realmente me necesitan, no.
Otros profesionales sanitarios sin embargo sí pueden, porque todas sus horas son jornada ordinaria, aunque tengan turnos. Pero nosotros no, nosotros estamos atrapados en una ley rígida e injusta porque alguien decidió que la vocación médica debía pagarse con vidas rotas.
Pero la vocación no lo soporta todo. Este sistema me ha quemado, agotado, hecho enfermar... Mi cuerpo y mi mente han dicho basta. Mi familia ha dicho basta.
Y por eso hoy, con la misma determinación con la que estudié para ser pediatra, digo: basta. Basta de sostener un sistema que se apoya en el sacrificio invisible de quienes lo mantienen vivo. Basta de darlo todo mientras se nos exige más. Basta de cuidar vidas mientras perdemos las nuestras.
¿Quién cuida a los que cuidan? ¿Quién escucha a los médicos que ya no pueden más?
Este sistema sanitario no se sostiene gracias a políticos, gerencias, ni leyes. Se sostiene sobre los hombros cansados de médicos que ponen cuerpo, alma y, hasta su familia, para no dejarlo caer.
No hacemos huelga porque queramos. Nadie estudia más de 11 años para parar. Nadie que ha dedicado su vida en formarse para salvar otras quiere abandonar.
No hacemos huelga contra los pacientes, la hacemos por ellos. Porque un médico agotado se equivoca más. Porque un médico quemado abandona. Porque un médico sin conciliación no puede sostener un sistema que presume de humanidad.
Hoy levantamos la voz defendiendo algo más que nuestros derechos laborales. Defendemos la dignidad de la profesión médica. El futuro sanitario de nuestros hijos. Defendemos tu vida y la de cualquier persona que algún día necesite un médico descansado, presente, concentrado, humano.
Por eso paramos. No por egoísmo ni privilegios.
Paramos porque nos obligan a elegir entre la medicina y la vida. Y elegimos la vida.
Hoy decimos basta. Basta de romantizar el sacrificio médico. Basta de exigir heroísmo a cambio de precariedad. Basta de sostener un sistema a costa de nuestra salud.
Merecemos respeto.
Esta huelga no es el problema, es la consecuencia.
Por mí. Por ti. Por todos.
Médico pediatra, mujer y madre de tres hijos
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión