Últimas voluntades
Esta semana falleció una persona querida y asistí a su funeral. Para no recrearme en la pena, me dio por pensar en que dos milenios ... de liturgia dan para mucho; ese último adiós se ha convertido en un rito codificado, donde por fortuna cada uno sabe lo que tiene que hacer, porque no son momentos en los que se esté para pensar demasiado. Pero allí sentado, en la iglesia, mientras el cura consolaba a los familiares ahumándonos con incienso y perorando sobre la resurrección de los cuerpos y la vida eterna, me di cuenta que a mí no me gustaría despedirme así.
Cuánto mejor hacerlo a la irlandesa, esos 'wakes' donde la gente canta y brinda a tu salud. Reír, aunque la pena vaya por dentro, porque la muerte es parte de la vida y lo inevitable hay que aceptarlo como es. Celebrar lo vivido, y no llorarlo.
Así que, en lugar de dar de ganar a los notarios, aviso desde ya a los míos que no me entierren con albañiles. Que se esperen un poco, por si acaso, y que me busquen un ataúd con apertura desde dentro. Que no quiero agua bendita sino agua de fuego, y en vez de responsos y sermones, mejor que monten una fiesta y lean algún poema mío. De los peores, a ser posible, esos que no se toman en serio ni lo humano ni lo divino. Y nada de luto: a mí me gustan las camisetas del Racing y las de los Ramones.
Que me pongan las gafas de sol, y pasen de duelos, que a mí ya no me va a doler nada nunca más. Que lo pasen bien, en mi memoria. A fin de cuentas, solo se muere una vez…
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