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Confesaba el jueves Alba Carballal en esta misma página que, a veces, se queda en blanco ante el modesto encargo de escribir una columna. Amén, compañera. Mal de muchos, consuelo de articulistas. Desde aquí, mi solidaridad. Y mi sororidad. Y mi todo.

Una va siempre con los ojos y las orejas abiertas, por lo que pueda pillar. Lee los periódicos, dobla las páginas de los libros, escucha la radio y pone la antena en el autobús. Y apunta. En el móvil, en una libreta o en una servilleta de papel, que siempre hay que tener un recurso del que tirar por si el tiempo apremia y el magín flojea. Y en esas estamos cuando abro las notas del teléfono y me encuentro «donde está el cuerpo está la muerte», «afeitarse en el coche» y «vivir en lo meloso». Esto último se lo escuché el otro día a Ángel Antonio Herrera mientras preparaba ternera en salsa (sin guisantes, que al heredero no le gustan). No sé el contexto, porque la campana extractora no es, precisamente, silenciosa, pero me quedé con la idea. Y la apunté.

Ahí está la frase, convertida en fondo de armario. Como ese vestido negro que lo mismo te vale para un funeral que para acudir a la presentación de un libro que para soplarte dos botellas de tinto con los amigos. Para algo servirá. Porque las palabras resultonas, como los vestidos que sientan bien, hay que guardarlas. Porque hay palabras que te escriben solas una columna, o convierten un día miserable en uno medio decente, o te sacan de un pozo (o de una alcantarilla en mi caso, vale). Las otras, las que te aprietan como un vaquero ajustado que te queda pequeño, hay que borrarlas de la memoria. Aunque aún no sé cómo se hace. En ello estamos.

Por cierto, la ternera salió riquísima. Y melosa.

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