No hay derecho
La derecha era una casa que se vaciaba después de morir la última tía viuda
Y no hay derecha, que es lo verdaderamente traumático. Mira que nos ha hecho sufrir la derecha. Todo aquel barullo de puros en los palcos ... y curas con mando en plaza. Han sido muchos decenios de llanto, custodiando los mejores sentimientos frente a la gris avalancha del dinero. Cómo olía entonces la política a baúl con ropa de difuntos. La derecha era una casa que se vaciaba después de morir la última tía viuda, una atracción hacia la élite, aunque fuese de reciente cuño, y de uso doméstico, contra el prójimo. Recuerden ustedes el primer impulso del Manifiesto: «Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos…». La identidad suculenta, la pose del santanderino ligado a la corte. Y, más al sur, el señorito del cortijo, como Juan Diego con Mario Camus o Fernández de la Mora y su buena nueva tecnócrata. La sacristía, la montería y el club.
Mucho ha sido el peso que hemos cargado sobre nuestros apellidos sin componer, sobre una estirpe sin nobleza o capital. La derecha tenía, al menos, la humedad que reflejó Vicente Aranda en su 'Amantes': la tristeza del tiempo tomado por los vencedores. El rosario y las mujeres de luto, el placer que se buscaba en secreto. Últimamente, la derecha ha abandonado la utopía clerical-militar porque se avergüenza (a buenas horas) de su gen terrible.
Aunque fuese otra mentira, la derecha propiciaba el tedio de los días repetidos, la comprensión de la fiesta como desmesura de la carne. Uno podía prever cómo sería la tarde de hoy y de mañana: la lectura de las vidas de santos, la copla y los amores castos, como en las novelas de Henry James. De vez en cuando, la procesión en una paz lúgubre. Pero, ay, la derecha ahora quiere ser canalla y reivindica las 'virtudes del pueblo' contra la 'ingeniería social de la izquierda'. Sus teóricos (es una forma de hablar) dicen: «Que se queden ellos con las ferias del libro, que nosotros preferimos los eventos». Y los eventos son interminables. Poco importa el sentido de una fiesta –se la imaginan o la renombran– porque creen que todo les sirve. Si es Navidad, suena Mariah Carey. Si llega, qué sé yo, Halloween, el DJ pone algo de Black Sabbath. Todos se divierten como menores de edad. Ánimo, alcaldesa, incorporemos también Acción de Gracias, que es este mes; trinchemos los pavos como en Wisconsin. Demos gusto al pueblo y ya limpiaremos mañana los restos del botellón. Que, de esta, cae Pedro Sánchez. Seguro.
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