Lo que la pandemia oculta
La educación necesita más medios y recursos; sin ellos, nada es posible
Roberto González González y y JESÚS GUTIÉRREZ BARRIUSO, JUAN A. SÁNCHEZ SAIZ Y YOLANDA VALLE MEDIAVILLA
Martes, 6 de octubre 2020, 07:21
La vuelta a la normalidad es un ansia colectiva que se nos resiste, inmersos como estamos en una pandemia, que nos tiene como rehenes ... y a veces parece que juega con nosotros ¿Pero a qué normalidad? ¿Al mismo tipo de vida que llevábamos? ¿A idéntico funcionamiento, por ejemplo, de los sistemas del estado del bienestar? Las fuertes crisis y los desastres suelen actuar de intensificadores de los problemas y retos en que las sociedades están inmersas. Lo que antes era ya difícil de aguantar se convierte en insoportable; lo que era deseable cambiar son ahora transformaciones imprescindibles y urgentes.
Por eso, tenemos la obligación de construir una 'nueva normalidad'; pero necesitamos hacerlo de manera responsable y reflexiva, comunitaria y paulatinamente, para mejorar y transformar los sistemas del estado del bienestar respecto de cómo se encontraban antes de que esta pandemia diera la vuelta a nuestras vidas.
Por lo que al sistema educativo se refiere, tras la experiencia vivida a lo largo de estos interminables meses, el regreso a las aulas con un indispensable grado de seguridad para la salud, que los responsables políticos deben garantizar como un derecho fundamental, no arreglará sin más las debilidades que el sistema educativo tiene y los problemas que la enorme crisis global, producida por la pandemia, ha acentuado y dejado más al descubierto. «Repensar el futuro de la educación es tanto o más importante tras la pandemia del covid-19, que ha exacerbado y puesto de relieve las desigualdades», advierte la Unesco en la última edición de su informe de seguimiento de la educación en el mundo.
La educación necesita, ante todo, más medios y recursos, humanos y materiales; sin ellos, nada es posible. Los gobiernos, central y autonómico, deben tomar conciencia de ello y ser consecuentes. Cantabria tiene firmado, por unanimidad, un pacto social y político con el compromiso de llevar a cabo una mayor inversión económica en educación, así como una serie de importantes medidas que mejorarían enormemente la educación de nuestra región. Así pues, es una responsabilidad política de quienes gobiernan, y una obligación, dar cumplimiento a todo lo que el 'Acuerdo por la Educación en Cantabria' encierra.
Pero, con ser imprescindibles, medios y recursos no es lo único que se requiere. La escuela necesita que se la escuche, así como un mayor esfuerzo de comprensión y aprecio de su tarea y funciones por parte de sus responsables políticos, de las administraciones, de las instituciones, de la sociedad; echa de menos sentir el apoyo emocional y afectivo que le falta. La realidad es que nadie se lo ha expresado. A lo largo de todos estos meses que llevamos vividos bajo el dominio de la pandemia, la escuela no ha sentido reconocida ni comprendida la titánica labor que está realizando. Peor aún, siente que hay desconfianza hacia lo que hace, y ha escuchado infundados reproches por parte de responsables de algunos gobiernos y administraciones; incluso se le proponen condiciones de funcionamiento que sanitariamente no se consideran válidas para otros ámbitos sociales. Todo ello pone de manifiesto escasa o nula empatía con la escuela.
A todo lo anterior, es necesario añadir que el sistema educativo, en su conjunto, necesita cambios y transformaciones en aspectos nucleares de la educación que se ofrece a las niñas, niños y adolescentes de nuestro país. Urge abordar cambios relevantes en lo que la escuela enseña y en la forma de hacerlo; se requiere proyectar una nueva mirada sobre el currículo y la evaluación. Álvaro Marchesi, en un artículo reciente, decía: «Primero, hay que cambiar la forma de enseñar y aprender, la manera de entender la enseñanza. Dar una enorme importancia a la dimensión socioemocional en el centro. Poner en primer plano la educación en valores, comprendidos, sentidos y llevados a la acción».
Es ampliamente compartido que la escuela adolece de una gran debilidad; su currículum. Tal como está planteado, es un gran talón de Aquiles de nuestro sistema educativo. Es de una naturaleza incoherente y contradictoria pues, aunque en lo esencial persigue el desarrollo de una serie de competencias clave en las personas, en la práctica sigue aferrado a la tradición de impartir inabarcables listados de contenidos.
Tenemos un currículum oficial sobredimensionado y enciclopédico, que fomenta aprendizajes excesivamente parcelados o compartimentados y dejan muy poco margen para la elaboración, comprensión y tratamiento de la información por parte del alumnado. Los estándares de aprendizaje, por ejemplo, atomizan los contenidos y el conocimiento; desvirtúan y deshilachan el aprendizaje. En consecuencia, su contribución al desarrollo de las competencias clave en el alumnado es estéril.
En general, el currículum existente prima un aprendizaje bastante superficial y de escasa relevancia, en el que predominan los conceptos frente a otro tipo de contenidos más procedimentales y actitudinales. Unos aprendizajes notablemente desconectados de las necesidades reales de ese mismo alumnado, de la vida de las personas, de sus problemas y de los de la sociedad de nuestro tiempo, de los problemas relevantes del mundo en que vivimos.
Así pues, es necesario proponer cambios estructurales. El currículum en particular necesita, entre otras características, tener frescura y flexibilidad, así como un carácter abierto y diversificado.
Conscientes de todo ello, una parte del profesorado hace ya tiempo que trabaja tratando de paliar los problemas enunciados, bien mediante enfoques integrales y metodologías adecuadas a ellos, bien a través de otras formas más globales de organizar y desarrollar el currículum. Pero tanto la sociedad como los responsables políticos deben de tomar conciencia de que la educación de nuestro país sufre problemas de fondo, que es urgente resolver poniéndose de acuerdo en la manera más adecuada de hacerlo; no de cualquier manera.
Llevar a cabo la tarea de cambiar y mejorar la educación es responsabilidad de todos; los cambios que se necesitan deben partir de la propia escuela, tener sus raíces en la sociedad. Resulta vital esforzarse por buscar con ahínco un consenso social y político. Se han comentado algunas de las deudas que los responsables políticos, las administraciones públicas y la sociedad en su conjunto tienen con la escuela; aunque existen otros problemas relevantes, que será necesario seguir abordando y analizando. La escuela espera que el conjunto de la clase política y de la sociedad proyecte una mirada más profunda sobre ella; un mayor esfuerzo de comprensión y aprecio de su tarea y funciones; que se pongan a su servicio los medios y recursos que la educación del siglo XXI exige; y un acuerdo sincero, responsable y valiente, sobre los problemas de fondo que lastran el futuro de la misma.
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