La señal de Kantabria
Es momento oportuno para demostraciones de arriba a abajo que permitan restituir la creencia en una continua mejora de la región
La pregunta sobre si el género humano se halla en constante progreso hacia mejor ya la consideraba Kant en 1798, cuando quiso reformularla. ... Pero no es un tema dieciochesco, sino de hoy mismo. ¿No se dirigen todos los esfuerzos públicos y privados a procurar, con buena dosis de fe, el «progreso hacia mejor»? De la medicina, de la educación, de las comunicaciones, de los derechos humanos, de la cultura, de la convivencia interna y externa, del conocimiento, del periodismo...
¿No son estos los motivos más hondos que llevan a nuestro profesorado cada mañana a colegios e institutos, a nuestro personal sanitario a hospitales y centros de salud, a nuestros científicos, a los laboratorios, a nuestros colegas a las redacciones, etcétera? La factibilidad de un progreso es un supuesto tácito de nuestra existencia colectiva. Gobiernos, parlamentos, autonomías, ayuntamientos, universidades, empresas: todo existe para el progreso. Esto pasa desde hace unos dos, tres siglos, no más. Es un «recién pintado» en la larga historia desde Altamira.
Pero la madre naturaleza y la tía sociedad ponen continuo freno a una confianza excesiva en el amejoramiento continuo. No se trata solo del coronavirus, sino de una serie de fenómenos previos. El más ominoso, el calentamiento global, catastrófico para la civilización. Todas nuestras conductas en la pequeña Cantabria se van viendo alteradas por la necesidad de no ir «a peor» en ello: desde los automóviles que conducimos, al modo de producir y consumir energías, la dieta, el vestido o nuestras propias viviendas, incluso la responsabilidad social de las empresas. La gran cuestión es si llegaremos a tiempo para que el progreso no se redefina sino como una brusca adaptación a océanos más altos y atmósferas más violentas. El progreso como apaño.
¿Quién iba a imaginar en Nochevieja que íbamos a estar tres meses en casa y sufrir 20.000 muertos por un virus casi desconocido?
La pandemia, naturalmente, suscita el concepto de futuros 'bichos' exterminadores. También el cosmos inquieta. De repente, la cifra de pedruscos que pasan 'cerca' de la Tierra y se estrellan en las primeras páginas de los periódicos se ha multiplicado. Y las crisis humanas causadas por guerras y migraciones forzadas van quedando fuera de control razonable.
¿Hacia dónde marchan nuestros asuntos colectivos? Las tres posibles respuestas que examinaba Kant eran el 'terrorismo moral' (todo va a peor), el 'eudemonismo' (todo va a mejor) y el 'abderitismo' (ni a mejor ni a peor, el humano siempre es igual; 'abderitismo' viene de los filósofos clásicos de la ciudad griega de Abdera).
Seguramente la postura que alguien adopte dependerá de su percepción del presente. En una época de crisis habrá menos eudemonistas y se resentirá la cotización de los bancos. En una de avance, menos terrorismo moral y menos necesidad de analgésicos sociales. Así que, en un instante dado de una sociedad, la valoración de trayectoria se reparte en tres grupos: los nostálgicos, los confiados y los escépticos. Esto va fatal; esto marcha; ni fu ni fa.
Kant descarta la visión del terrorista moral, porque en algún punto la humanidad se autodestruiría. Hoy diríamos: en un Holocausto climático, biológico o nuclear. No somos ya tan optimistas como el profesor de aquella venerable Universidad Albertina de Königsberg. Nuestra política se basa en no descartar lo pésimo. También rechazaba el eudemonismo utópico: puesto que tenemos una mezcla de bien y mal, de virtudes y defectos, ¿cómo asegurar que crecerá el 'cuánto' de bien para garantizar un progreso moral? Compleja estimación. Y el abderitismo le parecía que somete a la especie humana a ser una farsa de vida animal sin propósito.
No podemos saber, ahora, si nos espera un recodo de decadencia o un trampolín de avance. ¿Quién imaginaba en Nochevieja que íbamos a estar tres meses encerrados en casa, sufrir 40.000 muertos por un virus casi desconocido y entrar en un desplome económico monumental? Mañana una de esas vacunas de las que nos informa Fernando Calderón en este diario podría abrir la ventana del eudemonismo y producir deserciones abderíticas. O su ausencia nutrir las filas del negativismo histórico.
Por estas incógnitas, la experiencia no nos puede sacar de dudas, señalaba Kant, así que debemos buscar como sustitución una 'señal histórica', que apunte hacia la tendencia de las colectividades. Él la encontró en el entusiasmo que había despertado la Revolución Francesa por toda Europa. Atestiguaba la existencia de un pulso moral de mejora que acabaría triunfando
Estos esquemas pueden aplicarse también, mutatis mutandis, a colectividades concretas. ¿Evoluciona Cantabria hacia mejor? Como para dar libre opinión no se requiere ficha técnica, me aventuro a afirmar que, a día de hoy, tenemos un 40% de abderíticos, un 30% de nostálgicos y un 30% de confiados, de los cuales una buena proporción cobra de la administración y lo único que teme del mercado es que desaparezca el papel higiénico.
Esta variable composición de los ánimos puede cambiar al hilo de los acontecimientos. Una labor fundamental, no de canutazos ni tuits, sino de documentos presupuestarios y convenios oficiales, es incrementar la proporción de eudemonistas sustrayendo efectivos a los abderíticos. Kant señalaba que el ritmo del progreso no podía venir de abajo a arriba, sino de arriba a abajo. Como buen prusiano, creía que el estado debía impulsar la mejora de la sociedad, mientras que los escoceses de su tiempo daban más espacio a la iniciativa del individuo. Para ellos, el interés de cada uno se combinaba en un mercado optimizado. Para Kant, la mezcla de bien y mal en el corazón humano requiere un cierto fomento oficial del bien.
No sé qué tomaríamos en Cantabria por 'señal histórica' de continuo progreso. ¿Qué nos ha entusiasmado? Desde luego, no nuestro declive relativo de este siglo XXI. Numerosas señales que se anunciaban como bengalas del porvenir han resultado fuegos de artificio para el aplauso del momento. A lo mejor conviene empezar por una nueva señalética 'desde arriba', más fiable, si es que hemos de creer que el género humano, en esta parte de Iberia, está en constante progreso y no en ocasionales destellos en noche cerrada. Como Kant, Cantabria necesita ver su señal: podríamos llamarla 'Kantabria', el signo kantiano de nuestro progreso «a mejor» y no solo «hacia delante».
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