El sexo débil
No es ningún error afirmar que en la generalidad de los animales el macho suele ser más grande, fuerte y pesado
Vigor, robustez y capacidad para mover algo o a alguien que tenga peso o haga resistencia; como para levantar una piedra, tirar una barra, etc». ... Así define la fuerza el diccionario de la RAE en el primero de los dieciséis significados de la palabra. En cuanto a debilidad, la misma institución académica señala como primera acepción que es «falta de vigor o fuerza física». Con matices, deberíamos aceptar que los calificativos de fuerte y débil referidos a una persona tienen que ver en principio con esa cualidad física cuya masa y peso muscular son tan determinantes, por ejemplo, en las competiciones de lucha y artes marciales, tanto masculinas como femeninas, donde se protege a los más débiles agrupando a los participantes en categorías.
Aunque con excepciones, que también las hay, no es ningún error afirmar que en la generalidad de los animales el macho suele ser más grande, fuerte y pesado que la hembra, sobre todo en aquellos más emparentados con nuestra especie, como los mamíferos y los simios. Sin tener en cuenta intencionalidades perversas que pueden expresarse en otros contextos, lo cierto es que decir de una mujer que pertenece al sexo débil no debería ser motivo de ofensa. Que el hombre es físicamente más fuerte que la mujer es una afirmación que no debería tener más discusión, de la misma manera que no admite dudas la mayor fortaleza de la mujer en otros campos donde no interviene la musculación, pero en el uso de la expresión «sexo débil» siempre lo he percibido en el ámbito de la robustez y sin connotaciones peyorativas.'
Recomiendo el libro 'Morderse la lengua' del que fuera director de la RAE, Darío Villanueva
Otro motivo por el que no debería rechazarse la evidencia de la debilidad femenina son las abundantes medidas que se aplican en defensa de la mujer, sobre todo en lo que concierne a su desigualdad física ante la violencia del sexo más fuerte. ¿No parece una incongruencia considerar la debilidad una ofensa cuando es precisamente lo que justifica tanta protección?
Recomiendo el libro 'Morderse la lengua' del que fuera director de la RAE, Darío Villanueva, para reflexionar sobre la corrección política, «la tolerancia represiva», el tabú, el eufemismo, el sentimentalismo tóxico y el culto exacerbado de la emoción hecha pública para comprender el mecanismo de una tendencia dominada por un supuesto sexismo del lenguaje, por la confusión de conceptos como género y sexo, y por el lenguaje inclusivo. En su día tuve la desagradable experiencia de asistir a un curso de lenguaje no sexista donde las palabras se planteaban como un instrumento de alienación que atentaban contra la dignidad humana. La profesora, por cierto, intolerante en el debate e imperativa en su adoctrinamiento, partía de la hipótesis de que nuestro pensamiento está contaminado y somos piezas de un engranaje social que está perturbado y es necesario curar. En su criterio, cuando hablamos y escribimos no nos damos cuenta, pero discriminamos y consideramos inferior al prójimo, de tal manera que, si ante un grupo de hombres y mujeres nos atrevemos a saludar a «todos», estamos menospreciando a las mujeres. Por eso necesitamos una reeducación psicológica y conductista con penitencia liberalizadora del pecado que llevamos dentro. En aquel curso había poca filología y mucha ideología. Poco duré en él, es cierto, porque el sentido común razona que el sexismo (que necesariamente implica discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior) no está en el lenguaje, sino en las personas que lo emplean. Las palabras son simples instrumentos y, como un cuchillo, están al servicio del usuario. Por eso ni un cuchillo es un asesino ni existen palabras machistas. Los asesinos y los machistas siempre son hombres o mujeres.
Otra cosa es la crisis ideológica de la izquierda (rebautizada ahora como progresismo) que ante el fracaso del marxismo busque rentabilidad en el ámbito social con otra lucha de clases, la de las mujeres contra los hombres, cuando en términos globales la gran desigualdad, no nos engañemos, sigue siendo la de los ricos con los pobres. La RAE y su diccionario cumplen con el excelso cometido de velar por la evolución de nuestro idioma asimilando cambios y adaptándolos a los usos de la comunidad hispanohablante. Ojalá que esa comunidad, y no las ideologías, sea la que module nuestra lengua. Para ello no hay que prohibir ni erradicar palabras o términos como «sexo débil» (en todo caso ya caerán en desuso), sino incorporar nuevos conceptos que enriquezcan y unifiquen nuestra expresión oral, como por ejemplo el vocablo 'hembrismo', en contraposición al machismo, que ya se hace necesario admitir para definir tanta oleada misándrica que envuelve a ciertos grupos de nuestra sociedad y que demuestra que el sexo débil no lo es tanto.
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