El siglo de la luz
Hace muchos, muchos años, cuando los abuelos nos abroncaban por dejarnos una luz encendida, los niños de entonces nos mirábamos y concluíamos con condescendencia: «cosas ... de viejos». No ha pasado ni medio siglo y, en lugar de haber alcanzado ese futuro paradisíaco de espadas láser y coches que volarían a la velocidad de la luz, ahora somos nosotros los que revisamos una y mil veces que todo esté apagado y hasta desenchufado, que luego llega el recibo de la electricidad y lo mismo alucinas. Pero no en colorines, que seguro que también te los tarifan.
Porque como para fiarnos andamos ahora los españolitos, medio infartados después de recibir la última factura. Después de comprobar que no se habían equivocado y habían mandado la de todo el edificio, la solución ha sido pasarse al último recurso. Pero de manera literal: las webs de tarifas eléctricas 'baratas' -las que 'solo' te cobran el precio fijado por el gobierno- llevan colapsadas toda la semana. Para que luego alaben por ahí las leyes del mercado.
Al final, vamos a acabar poseídos por el espíritu de los abuelos, levantándonos y acostándonos con el sol, trampeando contadores o poniendo bombillas de poquísimos watios. Bueno, más bien «vatios», que la RAE nos obliga a ahorrar una uve, supongo que por aquello de la economía del lenguaje. En fin, que lo mismo la próxima revolución no llega por falta de pan, sino porque ya va tocando repartir la riqueza energética, porque después del hachazo de combustibles, gas y luz, sólo falta que nos metan en cápsulas tipo Matrix. Y es que nos da la risa cuando lo vemos en 'Venga Juan', pero al final ha resultado que todo eso de los lobbies de la energía y las puertas giratorias tenía un coste. Y nos lo cobran en kilovatios hora.
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