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El rey Felipe VI recibe en audiencia al presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. EP
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Miércoles, 18 de septiembre 2019, 00:07

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Si es verdad que la noche de las elecciones, y al ver que iba ganando, Pedro Sánchez preguntó a Iván Redondo si llamaba a Rivera y este le dijo que no, que llamaran ellos, podría parecer que eso ya ha pasado. Con los fuegos artificiales de Rivera al proponer la abstención. Tarde y para nada. Ayer hablaba Rivera de «solución de Estado», pero más parecía una solución venenosa que Sánchez no quería tomar. Hablamos de un señor que desde el partido ganador ha estado bloqueando la formación de Gobierno sin que la estabilidad del país se le cayera de la boca.

El bipartidismo se habrá acabado pero lo que tenemos no es mejor. El VIPartidismo. Señoritos pensando sólo en ellos mismos pero hablando del Estado. Cuando la impresión que da Rivera es querer echar la pata a Casado, controlar en lo posible los daños de noviembre y preparar lo que venga después. Pero no quiere la investidura de Sánchez. Al menos así mantendría su palabra de que jamás iba a garantizarla. Aunque sea diciendo lo contrario. Son como Romanones: «Cuando digo nunca jamás me refiero al momento presente».

Seguir la política española es como leerse el 'Ulises' de Joyce. Cualquiera entiende algo. Por ejemplo, que Unidas Podemos rechazara una vicepresidencia y tres ministerios (aunque fueran de chichinabo). Con la actitud posterior de Sánchez, tampoco se entiende que se los hubiera ofrecido. El PP, además de tener que estar al quite de las ocurrencias de Casado, tiene dentro a los enemigos (en eso se empeñan Feijóo y Alonso). Y Rivera a veces parece la hermana de Katherine Hepburn en 'Historias de Filadelfia' entrando con pasos de ballet para asombrar a los periodistas y a veces la Molly Bloom de Joyce. «Primero le rodeé con los brazos sí y le atraje encima de mí para que él pudiera oler mis pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y sí dije sí quiero Sí».

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