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Las trabajadoras del CAD San Miguel,en Meruelo, acompañan a los usuarios a la sala de la residencia preparada para la vacunación. Fotos: Alberto Aja / Vídeo: Héctor Díaz

Ajetreo y «nervios» detrás del pinchazo

El Diario se adentra en el Centro de Atención a la Dependencia San Miguel de Meruelo para comprobar la llegada de los viales de Pfizer tras diez meses en primera línea contra el covid

Laura Fonquernie

Santander

Domingo, 17 de enero 2021, 07:40

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A veces el ambiente de un lugar delata que no es un día cualquiera. No hace falta que esté pasando algo en ese momento. Se nota en las conversaciones, en los comentarios al aire entre compañeras y esa expresión de los ojos que sin quererlo cuentan lo que la mascarilla esconde. En el Centro de Atención a la Dependencia (CAD) San Miguel, en Meruelo, el martes se hablaba de la vacuna contra el covid. «Hay que avanzar», comentaban las trabajadoras mientras esperaban su turno para vacunarse. Los «nervios» por el pinchazo dieron paso a ese ajetreo que se genera en lo que unos se vacunan y otros esperan.

Al ser un centro con menos de cien personas, la llegada de las dosis pasó casi inadvertida. No apareció una ambulancia del Servicio Cántabro de Salud, ni hubo coches de la Policía Nacional. Fueron las profesionales sanitarias del centro de salud las encargadas de cruzar la puerta con las jeringuillas y los viales. Consuelo Campo, enfermera del ambulatorio de Ajo, portaba esa pequeña nevera donde se mantenían frías las dosis preparadas para los usuarios y trabajadores de San Miguel.

Pasadas las 12.15 horas Rosario Pereda hizo una ligera mueca cuando recibió el pinchazo. A sus 86 años fue la primera residente en preparar el brazo para la dosis. Tenía ciertas dudas sobre si vacunarse o no. «Por los efectos que pueda tener», explicaba un rato después, mientras hacía tiempo hasta la hora de la comida. Sentada en una silla justo al lado de la puerta, convencida de que no hacía frío, Rosario hablaba de la inyección como quien comenta un trámite «ya me la han dado», contaba con casi indiferencia. Aunque tenía «algo de miedo», es el camino para «salir de esta situación» y dejar atrás la pandemia que irrumpió hace casi un año. «¿Ya está la vacuna puesta?», preguntó Benedicto Rodríguez a la enfermera. Él ni la notó.«No duele nada», reconocía. «Y si duele hay que aguantarlo». Porque es un paso importante y a sus 94 años Benedicto confía «en los científicos, estamos bien rodeados», comentaba. Las vacunas «nos han ayudado con muchas enfermedades» y para el residente ahora también es el «camino» para poder hablar del covid en pasado.

El primer día

Cuando algo es nuevo, se vive con más intensidad. Para las enfermeras del centro de salud el martes también fue el primer día con las vacunas contra el covid. Ellas se encargaron de «reconstituirlas» y vacunar al personal sanitario del ambulatorio antes de acercarse al centro. La lección la aprendieron rápido y bastaba con ver a Lucía Cano, enfermera de Ajo, preparar los viales, revisar los papeles que deben rellenar los trabajadores y organizar el resto del material sanitario. Todo ello enfundada en una bata, con guantes, mascarilla y pantalla. Un equipo de protección que se colocaron nada más entrar, después de pasar el registro y tomarse la temperatura.

Alberto Aja
Imagen principal - Ajetreo y «nervios» detrás del pinchazo
Imagen secundaria 1 - Ajetreo y «nervios» detrás del pinchazo
Imagen secundaria 2 - Ajetreo y «nervios» detrás del pinchazo

A su lado Consuelo Campo preparaba las jeringuillas con la solución de Pfizer y preguntaba por los turnos con la tranquilidad y experiencia de quien lleva 40 años haciéndolo. «Este no es el primer pinchazo, ni será el último», señalaba antes de administrar otra dosis. En el equipo que se trasladó a la residencia también llegó Cristina Fleitas, la médico, que reconocía «cierta inquietud» por lo que supone el «reto» de inmunizar «lo antes posible» a las personas mayores. EnSan Miguel fueron 61 pinchazos. Ella tenía «ganas» de que comenzará una campaña que ha llegado «antes de lo que esperábamos», reconoce. Empezar a administrar dosis da «esperanza de poder terminar» con el covid.

En la residencia se organizaron «a dos niveles», explica Gema Díaz, gerente del Grupo Calidad y responsable del centro. Las personas mayores separadas en los grupos burbuja en los que conviven. Y los trabajadores repartidos en tres grupos. Tanto «los que están en su turno como los de libranza». Todos acudieron ese día. «Pasan a vacunarse seis y vuelven a la sala donde esperan los quince minutos recomendados para comprobar que la vacunación no tiene ningún efecto», añade. Ella fue la primera y reconocía estar «encantados». El CAD San Miguel fue centro covid de marzo a junio. Allí han visto «el daño que hace el bicho y da esperanza ver que ya hay algo que nos protegernos contra él», añadía con ilusión.

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