La dulce recuperación del histórico Hotel Vallisoletano de Puente Viesgo
El que fue albergue de los arqueólogos que investigaron las cuevas prehistóricas del municipio se reconvierte en templo de repostería
A mediados de 1911, dos hombres vestidos totalmente de negro llamaron a la puerta de un hotel al norte de un pueblo que por ... aquel entonces ya despertaba el interés de la alta clase española por sus aguas medicinales: Puente Viesgo. Se habían informado bien antes de emprender su largo viaje desde París. El Hotel Vallisoletano rivalizaba con el Gran Hotel y balneario, pero tenía dos grandes ventajas. Estaba abierto durante todo el año y contaba con una pequeña capilla. Para dos religiosos como Henri Breuil y Hugo Obermaier era fundamental, porque tras levantarse, lo primero que hacían era oficiar la misa diaria. Allí les esperaba el dueño del establecimiento, Juan Martín Castro, y el que iba a ser compañero de fatigas en los trabajos arqueológicos que iban a realizar en las cuevas de aquel pueblo, Hermilio Alcalde del Río, que en 1903 había descubierto la riqueza que albergaban las cavidades del monte Castillo.
Los dos profesores del Instituto de Paleontología Humana de París se hospedaron en aquel hotel durante cuatro años sin ninguna queja, desentrañando los secretos de las cuevas y compartiendo estancias con lo más granado de la elite española. Con las cartas sobre la mesa, el Gran Hotel no se quedaba corto, y si uno presumía de grandes arqueólogos, el otro hacía valer nombres como Benito Pérez Galdós o Marcelino Menéndez Pelayo.
Vivir en aquellos tiempos en Puente Viesgo era un lujo. Eso pensó Juan Martín cuando llegó desde su natal Velascálvaro (Valladolid) para abrir un hotel que pasaría a la historia. Lo que nunca llegó a saber es que, a pesar de haber pasado por su establecimiento lo más granado de la sociedad española, su principal legado sería la estancia de aquellos dos profesores con los que apenas se cruzó. Pasado más de un siglo, el hotel ya no existe y solo algunas de sus dependencias externas se mantienen gracias a otros empresarios, que han cambiado el hospedaje por la repostería.
Las obras de construcción de un nuevo puente sobre el río Pas en Puente Viesgo pusieron punto final al inmueble que había albergado el Hotel Vallisoletano. Pero quedaban edificios ligados a su historia olvidados, tanto que el Ayuntamiento preparaba la expropiación por su estado de ruina. Por aquel entonces, los responsables de la Casa Ibáñez buscaban un lugar en la villa torancesa para asentarse, con más espacio del que ya tenían en Vargas. Una serie de carambolas les llevó a interesarse por la casona ligada al Vallisoletano, para terminar salvándola del derribo y rehabilitándola.
El Ayuntamiento de Puente Viesgo vio con buenos ojos la operación, más aún cuando los nuevos dueños cedieron al municipio buena parte de las reliquias que se acumulaban entre las paredes sin techo del viejo edificio, y con todo aquello se planeó replicar una de las habitaciones de los arqueólogos alemanes en el actual Centro de Arte Rupestre de Cantabria Alberto I de Mónaco. También se proyectó señalizar con algunas de las fotografías recuperadas la ruta que seguían cada día para llegar a las cuevas del monte Castillo.
Pero lo único que realmente fraguó fue la reconstrucción de aquel edificio, no sin muchas piedras en el camino, las más farragosas las burocráticas, sin descartar las constructivas o sanitarias, con una pandemia de covid de por medio. Solventados todos los escoyos, abrió la cafetería y con ella llegaron clientes que inmediatamente se interesaron por la egregia historia del hotel que aparecía en documentos enmarcados en las viejas paredes, o los espejos, mesas y aparadores recuperados e integrados en la decoración. Y con todo ello, los registros originales de los primeros años del Vallisoletano, donde aparecen ilustres visitantes de la sociedad española de principios de siglo.
Hoy, el negocio sigue teniendo el encanto de aquellos viejos tiempos. Pero los sueños no son, como antaño, para el descanso, sino para el deleite del resto de sentidos, el olor al buen chocolate, el sabor de la mejor repostería, sobaos premiados, tartas espectaculares y una historia detrás que avala la visita. La magia la obran Francisco y Ana Fernández Ibáñez, y Orlando Gómez Caldevilla, guardianes, además, de esa vieja historia. «En el libro de registro faltan la pasta inicial y las primeras páginas, no sabemos cuántas», revelan.
El empresario afirma que en ese registro aparecen los fundadores de empresas como Siro o Lacasitos, nobles, miembros de la alta sociedad, políticos de alcurnia, todos con sus séquitos, muchos aprovechando otros hoteles que reverdecían en aquellos años en Puente Viesgo, unos y otros llegados de toda la geografía nacional. En la reconstrucción no olvidaron su insigne pasado y prepararon dos pisos de aquel edificio para alojamientos turísticos, visados ya incluso, pero circunstancias personales han pausado ese proyecto.
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