Guadiana que va y viene
Carlos Sansegundo, el pintor cántabro más internacional, a menudo disfrutó de Vega de Pas, villa pasiega a la que prestó su arte y en la que barajó la idea de residir en el ocaso de su vida
José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Viernes, 24 de diciembre 2021, 14:37
Su estudio en la isla de Ibiza era como una mezcla entre árbol de Navidad y guardería infantil, con multitud de esculturas y lienzos ... llenos de vivos colores y donde aquel fortachón del norte irradiaba dinamismo y alborozo. Nacido en Santander en 1930, Carlos Sansegundo Castañeda obtuvo una beca para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y su carácter aventurero le llevó a instalarse en París en 1955, donde participó en una muestra colectiva organizada en la Galería Kleber junto a Miró, Picasso y Max Ernst. Allí, en la ciudad de la luz, fue donde el afamado escultor británico Henry Moore se interesó por él para que trabajase en su estudio, adquiriendo unos conocimientos artísticos de aquel maestro que pronto le llevaron a codearse con los grandes pintores de la época, especialmente en su primera etapa como residente en la isla pitiusa, donde se integró en el mítico Grupo «Ibiza´ 59» con Munford, Brooner, Hans Laabs y Erwin Bechtold y, posteriormente, en el Grupo Hondo, utilizando el estilo neo-figurativo para reflejar la crónica española. Su salto a Nueva York vino de la mano de un marchante de arte estadounidense que reparó en su valor pictórico y allí fue donde conoció a Ruth Kligman, directora de la Washington Square Gallery y quien había sido la amante de Jackson Pollock, además de única superviviente en el accidente automovilístico que costó la vida al prestigioso pintor y a una amiga común en 1956. La que fuera musa de Pollock abrió las puertas a Carlos para conocer a los grandes artistas del momento, entre ellos a Willen de Kooning, Mark Rothko, Robert Rauschenberg, Jasper Johns o Andy Warhol, máximo exponente del denominado Pop Art y quien ejerció como su padrino en la boda con Kligman.
Pero tanto a él como a la galerista americana la vida matrimonial no les sedujo y así, no dejando de reconocer nuestro protagonista que fue ella una mujer muy interesante y culta, nunca negó que aquella relación acabó por considerarla una mujer muy celosa, mientras que ella, en justa igualdad de réplica y por boca del periodista Will Blyte, fue más tajante: «Kligman me había hablado de su animadversión hacia el matrimonio. Estuvo casada una vez, de 1964 a 1971, con el pintor español Carlos Sansegundo y no le gustó la vida matrimonial» («Ruth Kligman, la mujer en el centro de la controversia de Jackson Pollock» revista Elle, 25 de noviembre de 2013). Sea como fuere, nuestro turista ocasional en la villa pasiega volvería al matrimonio en tres ocasiones más, pues como dijo su amigo el poeta José Hierro «Carlos es Guadiana que va y viene, desaparece y reaparece transformado», renovación que también fue una constante en su vocación profesional, como suscribe Salvador Carretero, director del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander: «Su obra es claro reflejo de una constante búsqueda y descubrimiento, parejo a su propia vida. Así, desde las obras en las que se percibe la influencia de Henry Moore, ha investigado y participado de las vanguardias del siglo, trabajando con diferentes materiales y técnicas, primero desde un auténtico informalismo europeo y español, para pasar al diseño y al pop hasta culminar en la década de 1990 en obras en las que siempre aflora la influencia americana, brillantes y claras, contundentes, fundamentadas en composiciones de fuertes colores planos, demostración de su habitual cosmopolitismo. Y es que ha sido y es moderno y contemporáneo, cosmopolita e internacional, inquieto e intuitivo, generoso y apasionado. Todos estos calificativos son ciertamente claves en su desarrollo plástico y visual, como clave es, por su indiscutible trayectoria, en el panorama artístico español del último tercio del siglo XX, aunque casi nadie haya reparado mucho en ello.» (Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia).
Pocos años antes de su fallecimiento, en diciembre de 2010, había manifestado en una entrevista a El Diario Montañés su intención de retornar a Cantabria, más concretamente a Vega de Pas, villa a la que prestó una de sus obras para que sirviese como felicitación navideña de su ayuntamiento y donde incluso depositó una maqueta escultórica para un futuro proyecto que ojalá algún día vea la luz. Su compañía siempre era divertida, con sus mundanas y rocambolescas aventuras, como cuando fue detenido en el estado americano de Texas en un flamante cadillac que acababa de comprar y sin el preceptivo carné de conducir, engañando al shériff del condado con un cupón de la Once y diciéndole que era el tipo de justificante español para la renovación del permiso de circulación, historietas que formaban parte de su personalidad, pues como dijo el reconocido artista alemán Erwin Bechtold «Carlos era un niño grande, algo ingenuo, amable y muy buena persona», escondiendo tras estos chascarrillos un indomable carácter infantil y unas dotes artísticas exorbitantes, no solo para la pintura y escultura sino también para la vida.
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