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Ponce, a hombros
La enésima juventud de Ponce

La enésima juventud de Ponce

Notable y encastada corrida de Miranda y Moreno, que debutaba en Santander, de la que únicamente sacó provecho el maestro de Chiva

alfredo casas

Martes, 26 de julio 2016, 17:45

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Al final voy a terminar por creerme los rumores que afirman que Enrique Ponce firmó un pacto con el mismísimo diablo. Con veintisiete temporadas en el esportón, regresó el maestro de Chiva a Santander acartelado con dos jóvenes toreros, Juan Del Álamo y Andrés Roca Rey, cuyas edades sumadas no superan las cuarenta y cinco primaveras que marcan en el DNI del, hasta el momento, triunfador de la Feria de Santiago. Se entregó Cuatro Caminos en cuerpo y alma a Enrique Ponce.

Lo hicieron demandando las dos orejas del toro que rompió plaza, un morlaco encastado, pronto, de temperamental movilidad y con transmisión. Complicó su lidia el molesto viento que sopló en el ruedo. Visiblemente incomodado, a Enrique Ponce le costó dominar las telas y escoger los terrenos. Alojado en el tercio del 6, logró el maestro sincronizar ritmos y ligar los muletazos en redondo desde la vertical. Añadan a ello su capacidad para componer y contar el toreo, un abaniqueo marca de la casa que provocó el delirio y una suficiente estocada casi entera y suelta.

Traspasado el ecuador de la tercera de abono, saltó al ruedo un toro estrecho de sienes, alto de agujas, de generoso cuello y suelto de carnes que, desde su salida por toriles, descolgó sus enclasadas y profundas acometidas. Tomó un puyazo en bravo, metiendo los riñones, empleándose de menos a más. Consciente de su fortuna, Enrique Ponce brindó su actuación a la hija del recordado Severiano Ballesteros y pidió al director de la banda la interpretación del tema central de la BSO de la película La Misión. Como en las radiofórmulas.

Soberbio fue el inicio de faena en el que el torero flexionó la pierna, condujo por abajo el gobernado engaño y ganó terreno a su oponente. Un colosal cambio de mano, largo como el Ebro, rubricó el primer encuentro. Optó entonces Enrique por torear en tandas de distinguida y refinada interpretación. Paulatinamente más desmayado y encajado, el valenciano fue construyendo un trasteo de más hasta el infinito. Primorosa su puesta en escena. Quizá excesivamente afectada, recargada si me lo permiten en las poncinas tras las que el bravo Bendecidito sacó su extraordinario fondo. Pese a los dos pinchazos con los que remató su obra, los tendidos de Cuatro Caminos explotaron de júbilo. Al presidente no le quedó más remedio que sacar los dos pañuelos blancos. Y el azul; con él premió con la vuelta al ruedo al sobresaliente ejemplar de Miranda y Moreno. La Fiesta total. Por lo menos, en la plaza.

Torero de Santander, aquí recibió su alternativa, Juan Del Álamo dispuso de un notable lote. Encastado, pronto y con motor diesel el segundo de la tarde, un toro al que en ningún momento pudo reducir su velocidad. Casi, casi, la de la luz. El dilatado trasteo careció de criterio e hilo conductor. Terminó difuminándose en la corta distancia.

El lavadito morlaco que hizo quinto manseó en varas, pero mostró su fuelle y poder tras los capotes de brega. Y los banderilleros. Fue el segundo de Del Álamo un toro manejable, noble, fijo y con motor que obedeció a los engaños y desarrolló a mejor. También en esta ocasión, el diestro salmantino se mostró mecánico, espeso y forzado. Terminó perdiendo el timón y dejándose ir en una larga travesía sin rumbo definido. El público le respetó y le ofreció su sincero cariño.

Completó terna Andrés Roca Rey, que vio como el primer toro de su lote se desfondó tras apenas diez arrancadas. Aceptó Andrés su compromiso al aguantar y consentir los frenazos y miradas de un toro al que obligó a pasar hasta más allá de donde marcó su frontera. Hizo cosas inverosímiles. Sin eco entre el respetable, pero de un tremendo mérito y trasfondo.

Frente al sexto, un animal de sobrecargada romana y armoniosas hechuras, lo que debiera de ser el toro de Santander, compuso un electrizante inicio de faena por hieráticos estatuarios ligados a un pase cambiado y uno de pecho. Cuando nos las prometíamos felices, el toro empezó a agarrarse al piso y a rebrincar sus cada vez más renuentes acometidas. Embestir es otra cosa. Por más que Andrés propuso numerosos recursos técnicos para tirar del toro, el animal se resistió a colaborar. Entre su tenaz planteamiento, sobresalieron algunos muletazos, los primeros de cada serie, de enroscado trazo y cadencioso ritmo. Por ambos pitones. Alguno más robó, de uno en uno, antes de ofrecer los muslos a su afligido ejemplar.

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