Un día de fiesta en la locomotora
El Museo del Ferrocarril de la ciudad celebró una jornada de puertas abiertas
CAYETANO GUERRA LAVID
SANTANDER.
Miércoles, 24 de julio 2019, 07:23
«¿Y esto para qué sirve?». «¿Cuántos años tiene esto?». «¿Y esto otro qué es?». Los niños siempre hacen preguntas. Y si delante les ponen ... una colección «increíble» de trenes, vías, andenes y un sinfín de objetos, la curiosidad está garantizada. Por eso, con la visita de los alumnos del programa El Veranuco del Colegio Antonio Mendoza, el Museo de la Asociación Cántabra Amigos del Ferrocarril se llenó de interrogantes. Los críos, acompañados de tres de sus monitores, fueron, durante la mañana, los protagonistas de una de las curiosidades del programa de fiestas del martes. La jornada de puertas abiertas de una instalación para muchos desconocida en la ciudad.
Lo primero que vieron al entrar fue un salón lleno de libros, mapas y maquetas. Allí, ya empezaron a analizar con detalle mientras Carlos, el guía del Museo, les iba repartiendo las explicaciones. «¡Guau! Qué colección tan chula». Eso es lo que se escucha cuando un grupo de críos se va soltando. «Mírales. Están anonadados», comentaban dos de las monitoras. Ellas no son menos. Antes de abandonar la sala se pararon a echar un ojo -intrigadas- a una colección curiosa. «Mira qué sombreritos tan pequeños. ¿Serán para los hijos de los maquinistas?».
Hora de seguir. Lo siguiente fue una cochera donde hay una «imponente» locomotora restaurada. «¡Qué viejo!». Cosas de la juventud. Y hasta bromas: «Ahora es cuando nos enseñan el 'Halcón milenario'». Y lo cierto es que el tren tiene posiblemente más años que todos ellos juntos. Pese al óxido y el paso del tiempo, es «uno de los buenos, de calidad», con calefacción, luz eléctrica... «¿Y vagón restaurante?», preguntaron desde el grupo. «No, de eso no tiene».
Tocó subirse. Y gozarlo. De entrada, al primero de los tres coches, el de segunda clase. Los asientos de ocuparon rápidamente. Cuando el monitor les invitó a moverse a primera ya fue casi una estampida. Que si las butacas de cuero eran «muy blanditas», que si caras de felicidad... «Pero si tienen tele». Y es que sí, hay dos pantallas instaladas en cada extremo, aunque el guía dio las explicaciones oportunas. «Evidentemente, cuando el tren funcionaba, no las tenían».
El mejor momento
Posiblemente, el momento de mayor euforia se vivió cuando los monitores pidieron a sus chicos hacer «grupos de tres» para entrar al corazón de la locomotora: la cabina del maquinista. Tenía que ser poco a poco. Pero, como era de esperar, también fue el momento más complicado. La emoción les pudo y los niños entraron un poco amontonados. Eso sí, sin perder la sonrisa y -siguiendo con la broma- tampoco el 'ingenio'. «Esto sí que es el Halcón Milenario».
Todo, entre pequeños atropellos y las típicas ganas de tocar todo lo que pueden. Cada semáforo, cada antigua farola... Lo que terminó por dejarlos sin palabras fue una «impresionante» maqueta «de tamaño XXL» donde circulan simultaneamente varios trenes. «Más suave, Manolo, que ese tren es de mercancías», le pedía Carlos a su compañero del Museo desde la otra punta mientras dirigían trenes en plena acción. Aunque los chavales querían otra cosa -justo la contraria-. «Deprisa, Manolo, que corran».
Ya de vuelta a casa, a las puertas del museo y con la experiencia recién finalizada, los niños no dejaban de hablar entre ellos de lo que había «molado». Un día distinto para su programa de verano y una actividad diferente dentro de las fiestas. «Están encantados». Y en eso andaba Carlos, orgulloso, desde la Asociación que cuida el Museo. Sobre todo por demostrar que estas «chatarras», sus apreciados tesoros, «valen para mucho todavía».
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