El último vistazo a la palmera de Porrúa
Los vecinos del barrio se despiden de un ejemplar convertido en símbolo y que, como tantos, no ha podido resistir el ataque del picudo rojo. Mañana la talan
Está tronzada, aunque desde alguna perspectiva no lo parezca tanto. Con la copa chata. Triste. Porque la estampa de cada palmera moribunda que se ... ha hecho ya familiar para los cántabros gracias al picudo rojo provoca tristeza en el paisaje. Y son cientos de ejemplares, aunque algunos duelen más que otros. Hay palmeras y palmeras. «Esta era el símbolo de toda la vida de un barrio donde los vecinos, gente humilde y trabajadora, nos hicimos una piña». Lo decían ayer en Porrúa. En el epicentro del barrio santanderino, entre «manzanas» de edificios («porque lo de poner nombres a las calles vino mucho después»), junto a un tronco gigantesco al que nadie sabe poner edad con exactitud pero que todos llevan viendo «toda la vida». «Cuando empezaron a edificar, a mediados de los años 50 del pasado siglo, ya estaba». Pues eso. Que la palmera era la primera de los porruanos y ayer tocaba despedirla. Al menos eso quiso hacer este lunes un grupo de vecinos. Mañana la talan. No queda otra. Porque no tiene remedio y porque, en su estado, entre casas y coches, es un peligro.
Porrúa es un barrio especial. Es barrio, barrio. De los de verdad. Aunque, como en todo, el paso de las décadas y la modernidad erosionen las identidades. Y tiene sus símbolos. La pista deportiva por la que han pasado generaciones de chavales en lo que siempre fue «la plazoleta», una bolera llena de historia y, sobre todo, la palmera. Con tanto efecto sobre lo demás que su estampa ha estado presente, precisamente, en los escudos de equipos de fútbol o de peñas de bolos del barrio. El emblema.
Reconocido, además. Porque el ejemplar cuenta con ficha propia en el listado de árboles singulares de Santander. Una superviviente con nombre propio entre las arboledas de la capital. Como los tres olivos centenarios del parque de La Marga o los tamarices de los Jardines de San Roque, entre otros.
«Vinieron varias empresas a valorarlo, le hicieron varias friegas, pero nada. No se pudo hacer nada. Además, el tronco está bastante deteriorado y, con la altura que tiene, con el viento se menea bastante», explica Sonia Gil, presidenta de la Comunidad de Propietarios. Ellos intentaron salvarla con tratamiento frente al picudo. Pero nada. «Se la ha comido el bicho», repetían ayer. Y ahora les ha tocado encargar la tala. «Lo va a hacer este miércoles una empresa de Sarón. Como hay muchos coches aparcados en la zona, hay que encaramarse y la talarán poco a poco, por partes», comentaba Gil ayer durante la quedada que habían organizado para despedir a la palmera.
Estaban citados a las once en una jornada festiva y soleada. Ya antes, alguno merodeaba por allí y más de uno se hizo una última foto con la palmera como recuerdo. «Ayer estábamos hablando de que debe tener como cien años y, mira, al final cae. Ese es el tema», se escuchaba en los corrillos de los que se iban acercando. En total, unas cuarenta o cincuenta personas. Casi todos, veteranos. Gente del barrio, de siempre, que se llaman por el apodo o el nombre de pila. «Hay bastantes que han venido que incluso ya no viven por aquí, pero son porruanos», comentaban.
Saludos, las preguntas habituales y, sobre todo, recuerdos. «Es que para nosotros ha estado siempre». Unos hablaban de sus juegos de niños junto al ejemplar «cuando era la cuarta parte de lo que es ahora» -«¿Te acuerdas cómo nos colgábamos?»-. Otros contaban que había otra palmera más y discutían si, en realidad, eran dos o tres. Y, ya de paso, salían a relucir otras historias vinculadas a la biografía de esta porción de Santander. La Finca de la Quinta Porrúa, la iglesia, las monjas, los números de las manzanas de edificios...
«La verdad es que es una pena, pero... Yo la he visto cómo se mece cuando hay viento y da un poco de miedo. Es un peligro». La opinión más extendida. Y más, tras las jornadas de rachas fuertes de los últimos días.
El encuentro fue algo improvisado, sin más objetivo que juntarse. Los vecinos posaron para una foto y entre varios decidieron que uno de ellos, Ángel Quintos (un apasionado de la historia local y un porruano de toda la vida), dijera unas palabras para dar la cita por terminada. Quintos habló de la construcción de este y de otros barrios de la ciudad tras el incendio de Santander y, claro, de la palmera «como símbolo que ha perdurado» de todo ese proceso. «Quedábamos en la palmera, jugábamos en la palmera...». Recuerdos y deseos. Porque lo que hizo antes de que todos se fueran a casa fue todo un alegato: «Ser porruano es ser una piña. El barrio tiene que ser algo social. Porque la convivencia es lo que le ha dado valor».
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