Las secuelas del maltrato
Una persona ha sido durante un tiempo, quizás años, vejada, humillada, segregada, maltratada, ofendida, separada del carril normal de su vida, se le ha ... repetido que es un estorbo, un mueble, un objeto, que huele mal, retirándola de nuestro itinerario a empujones. Que es inservible, corta, lenta, espesa, irrecuperable, que jamás acierta, que está siempre en las nubes, que ha sido un aborto accidental de la vida, se la pega, se la maltrata físicamente y mentalmente.
Se la encierra en casa porque no sirve para nada, no se le permite ni visionar la vida por una rendija, se le cortan todas las comunicaciones, se la vigila, se le controla todo, móvil y demás enseres, se le recuerda que no tiene derecho a nada, porque no es nada, sólo una carga cada día más insufrible.
De tal forma que la vida para ella es una cárcel en la que no tiene derecho a nada, está desconectada, quizás se le permita comer algo, está recluida y no puede protestar, sino, y muy al contrario, agradecer que tenga casa, ropa y un refugio. Ella diariamente espera y espera que llegue su dueño, y en su rostro va a observar si tiene derecho al palo, a la amargura, a la tiranía o al horror, o quizás a un pequeño descanso activo, expectante, porque el macabro circo puede comenzar en cualquier momento.
¡Son tantas las ocasiones en las que ha sido ofendida!, golpeada, maltratada, recordada que no es nada, que no representa nada, que es una cosa invisible y que tiene que agradecer que esté allí con vida y alimentada, que al final –sin contacto ninguno con la vida, sin referentes–, se lo cree, vive esa realidad, no conoce otra, y se siente como un perrito esperando al dueño, que, acostumbrado al maltrato, de forma esporádica le tira un mendrugo de pan, que ha de comer envuelto con la tierra.
Si, por casualidad, esta historia no termina en un fallecimiento, por suicidio u homicidio, y termina en un abandono de su tirano, o en una recuperación por los familiares, es obvio que tenemos frente a nosotros una 'piltrafa', una cosa sin personalidad ni criterio, un ser que vive ahogado, que carece de sentimientos, que no puede ni llorar; está seca, rota, quebrada, vacía, sin vida, desconectada. No entiende nada, la percepción es una obnubilación que la impermeabiliza a todo tipo de estímulos, es una muerta que respira.
Abre los ojos y no ve, escucha pero no filtra mensaje alguno, se siente desubicada; antes sabía cuál era su lugar, la perola en la que servían su comida era un referente para medir el tiempo, además de las idas y venidas del verdugo, las vejaciones y humillaciones se realizaban preferentemente en ciertos momentos, incluso su esclavitud le permitía, le exigía, ciertos compromisos en un tiempo determinado. Ahora está ausente, vive sin estar en ella, de tal forma que con su dueño quizás vivía mejor, le recordaba que era algo, aunque fuera un mueble: la maltrataba, luego existía. Ahora no siente golpes ni insultos, y los halagos no los entiende, dado que para ella es una miseria, es un detritus de la vida.
«No entiendo nada, no comprendo lo que ocurre, he perdido la brújula, que aunque apuntaba a penalidades, desgracias y sufrimientos, apuntaba algo, y de todo esto tienen la culpa mis padres que me han recogido. Necesito a mi dueño. Me hacía sentir, ahora estoy anestesiada».
Este es el peor momento de la recuperación, de la desconexión de la adicción, del alejamiento del ave de rapiña que la tenía en sus garras, y que la picoteaba y picoteaba permitiendo siguiera con vida, saboreando el sufrimiento. Es necesario trabajar mucho con la paciente para conseguir incorporarla a la vida, debe vomitar mucha maldad para poder quedar limpia, debe hablar mucho para liberarse lentamente, puntualmente dirigida, porque la obnubilación inconsciente le hace revivir momentos en los que respiraba, y ahora esta asfixiada.
La comprensión de todos es esencial, especialmente la de padres, hermanos, familia y amigos cercanos, etc. «Ella no es culpable», más que de ser generosa, buena e ingenua, etc. Ocurre que, bajo la vigilancia de la fiera, lista como un zorro y atenta como una serpiente, acariciándola con sus roces, la fue alejando lentamente de todos los suyos, de su ambiente, de su mundo, de su vida, y empezó a mordisquearla, provocando el mayor de los sufrimientos.
Tendrá que transcurrir mucho tiempo, en medio de enormes dosis de paciencia, para que desde lejos, sintiéndose liberada del 'zulo', pueda observar con perspectiva la tremenda frustración y el destrozo emocional y físico, y, con ayuda de un profesional, entender que es una persona libre, y que tiene derecho a elegir su vida, desde la que disfrutar y gozar en el ambiente y circunstancias que elija.
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