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María Marte posa durante la entrevista. Óscar Chamorro

Soñar, luchar, cocinar... y ayudar

María Marte -que pasó de friegaplatos a chef de alta cocina-renuncia al brillo de las dos estrellas del Club Allard por un proyecto solidario en su país de origen

Isaac Asenjo

Madrid

Jueves, 8 de febrero 2018, 00:02

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Optó por ser propietaria de su vida y de su conciencia. ¿Hay manera de ser más libre? María Marte (República Dominicana, 1976) tiene una historia de guion de Netflix en la que se puede personificar el 'sueño americano', con toques de yuca, chocolate y el sancocho de su Caribe natal. De fregar platos pasó a ser galardonada con el Premio Nacional de Gastronomía y a poseer dos estrellas Michelin como chef del Club Allard de Madrid. Un relato sin príncipes ni 'ratatouilles'. Solo entrega, trabajo y mucho 'Yes I can'. Entró en el selecto club de las constelaciones culinarias y ahora renuncia al brillo de éstas por solidaridad con los demás. Y lo hace en lo más alto y en un momento lleno de éxito. La ahora exjefa de cocina de uno de los templos gastronómicos de la capital española regresa a su país -se marchará a finales de febrero- para estar con sus hijos y montar una escuela de cocina para mujeres sin recursos.

«Creo que hay más placer en dar que en recibir y ayudar se ha convertido para mi en una necesidad»

La dominicana tiene varios mandamientos entre los que destaca soñar, luchar y cocinar - título además que lleva su biografía - y a los que añade la solidaridad. «Creo que hay más placer en dar que en recibir y ayudar se ha convertido para mi en una necesidad», cuenta la chef durante una entrevista en un acto de Thermomix en Madrid. Enseñará a las mujeres más necesitadas, «maltratadas y aquellas que creen que no pueden llegar a ser nada en la vida» para que sean capaces de prosperar en un futuro. El presupuesto para levantar la escuela son sus ahorros y los 50.000 euros del Premio Eckart Witzigmann a la Innovación que ha ganado con el restaurante.

María Marte transmite en persona luz como el faro de los navegantes perdidos y en su vocabulario no existe el miedo ni el vértigo pero sí la iniciativa y el sacrificio. Llegó en 2003 a España. Tenía 24 años. Pocos recursos. Quería triunfar en lo que más quería. Y lo hizo desde abajo del todo, comenzando con un estropajo en la mano, en el mismo lugar en el que años más tarde triunfaría.

Durante la charla con ella recuerda lo que ha luchado para llegar hasta donde se encuentra en la actualidad. Una batalla en la que en ocasiones pensó en tirar la toalla y salir corriendo, pero con tesón siguió hacia adelante.

«Llegué a España siendo una luchadora y aquí me convertí en soñadora»

Lo cuenta con una sonrisa perenne y ojos brillantes al nombrar a sus tres hijos - ejerce de padre y madre con dos de ellos- evocando a su tierra y las bases del oficio que ahora le ha hecho triunfar. Porque llegó con conocimientos gastronómicos aprendidos de su padre y un curso de repostería que realizó siendo adolescente. «Llegué a España siendo una luchadora y aquí me convertí en soñadora», destaca.

Con el paso del tiempo pidió la oportunidad de probar y se la concedieron. No podría descuidar su obligación de limpiar. Eso era lo primero. Ella aceptó. «Llegué a dormir en la escalera de tanto cansancio. Es el peor recuerdo que tengo de los comienzos», cuenta. Doblaba turnos y dormía poco. Era la primera en llegar y la última en marcharse. Supo ganarse el respeto y la admiración de todos. Un dia le llegó otra oportunidad en forma de menestra. «La hice con mucho cariño y el cliente me felicitó por ello. Todos se quedaron mirándome», recuerda. Siguió cocinando poco a poco. Hasta la cima. Su antiguo jefe, Diego Guerrero -actual chef del prestigioso Dstage- la convirtió en su mano derecha. Años más tarde ascendió a jefa de cocina y tras su marcha quedó al mando de los fogones. Ahora decide volver a dar otro giro de varios grados para dar a conocer lo que la vida le ha dado. «Ya disfruté las estrellas y me sacrifiqué mucho por conseguirlas. Daré testimonio de ellas». Porque la estrella ahora es ella.

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