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Construcción del nuevo edificio de consultas externas, obra que ha provocado el cierre de las ventanas de esa parte del hospital. Luis Palomeque
Sierrallana soporta el calor con las ventanas cerradas por las obras

Sierrallana soporta el calor con las ventanas cerradas por las obras

Los pacientes de la tercera planta han sido trasladados a otra porque la temperatura en las habitaciones supera los 30 grados

José Ignacio Arminio

Torrelavega

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Martes, 7 de agosto 2018, 07:40

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Como medida de seguridad para los pacientes, la dirección de Sierrallana ha bloqueado las ventanas más cercanas a la obra de construcción del nuevo edificio de consultas externas, pero para muchos usuarios y trabajadores está siendo peor el remedio que la enfermedad. La temperatura en las habitaciones ha llegado a superar los 30 grados y algunos usuarios han pasado de las quejas a coger un destornillador para desbloquear las ventanas y que corra un poco el aire. El problema se agudizó durante el pasado fin de semana, coincidiendo con la ola de calor. Los usuarios, preocupados hasta por la «estabilidad» de algunos fármacos, han recogido firmas para exigir una solución a la dirección del centro sanitario.

La gerente de Sierrallana, María Antonia Urbieta, lo deja claro en los carteles que ordenó pegar en las tres plantas del ala afectada, la C. 'Aviso Importante. Con motivo de la obra del nuevo edificio de consultas, se va a proceder al cierre total de todas las ventanas y puntos que puedan permitir la entrada de aire desde la zona de obra. Disculpen las molestias'. Ante la llegada de la ola de calor, Urbieta tomó otra decisión: trasladar a los enfermos más afectados por las altas temperaturas, los de la tercera planta, a otra donde sí pudiesen abrir las ventanas.

«El problema es de seguridad -explica-, por la posible contaminación a consecuencia de las obras. Se mueven partículas que pueden colonizar las plantas con microorganismos. Por eso las habitaciones tienen que estar selladas. Estamos controlando las temperaturas y a los pacientes de mayor riesgo no les ingresamos donde el cierre de ventanas es obligado». Según la gerente, han estudiado alternativas, pero «no las hay». Por ejemplo, instalar ventiladores conllevaría que «se moviesen las partículas del hospital». Tampoco pueden abrir las ventanas durante el fin de semana, cuando las obras están paradas, porque «hay partículas que no se depositan hasta los tres días».

«Las habitaciones tienen que estar selladas para que no entren las partículas que mueven las obras»

María Antonia Urbieta Gerente del hospital

«Era imposible respirar, estaba empapado en sudor y abrí la ventana con un destornillador»

Óscar Saiz Acompañante de un enfermo

Los trabajadores del hospital se han sumado a las quejas de los pacientes y sus acompañantes. José María Fernández Cobo, del sindicato UGT, dice que, una vez más, no ha habido previsión: «El traslado de enfermos que han hecho ahora en la tercera planta le tenían que haber hecho en todas antes de iniciarse las obras. Las temperaturas sobrepasan los 30 grados un día normal, así que en la tercera planta ya estaban todas las ventanas abiertas».

«Potro de tortura»

Óscar Saiz, que le tocó cuidar de su tía Carmen el fin de semana, es uno de los que pasó de las palabras a los hechos: «Era imposible respirar, a las dos de la mañana estaba empapado en sudor. El domingo abrí la ventana con un destornillador y ya por lo menos corría un poco el aire. Es una vergüenza, no pueden tener la gente así. Las propias enfermeras nos han invitado a denunciarlo». Mari Carmen, también sobrina de Carmen, se sumaba a las quejas: «Con este calor, el sillón del acompañante se convierte en un potro de tortura. Dejamos la puerta de la habitación abierta todo el día, para que haga un poco de corriente con la ventana del otro lado del pasillo, la de las enfermeras. Esto ha sido un infierno».

Su tía estaba ayer contenta porque la daban el alta, se marchaba de regreso a Reinosa con su marido, Santiago, después de más de una semana hospitalizada, pero no olvidaba lo que le ha costado respirar después de sufrir un infarto. «Con este calor, gracias a la mascarilla que me pusieron», señalaba. «Yo creo que la han dado el alta porque aquí está propensa a coger infecciones», apuntaba su sobrina.

Andrés Zunzunegui, que cuida de su madre, ha tenido más suerte. La ventana de su habitación no da a las obras y sí se puede abrir, pero entiende a los que «se han visto obligados a utilizar el destornillador». «En la misma habitación tenemos a una señora que ha bajado de Liébana con las dos piernas rotas y cuando la cojo para darla vuelta está empapada en sudor», afirma, mientras su mujer, Florita Salces, agrega que son ellos, los pacientes, los que peor lo pasan porque «algunos ni siquiera pueden moverse».

Vicente, que acompaña a un hermano en la misma planta, protestaba menos: «Nosotros llegamos ayer por la tarde, pero alguien había desbloqueado la ventana y corría una brisa que no estaba mal».

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