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Las áreas de cuidados intensivos de los hospitales llevan meses sometidas a un ritmo de trabajo frenético. Alberto Aja

Un año de covid en Cantabria

Los 365 días que lo cambiaron todo. El Diario ha sido testigo de cómo la irrupción del virus ha transformado la sociedad

José Ahumada

Santander

Domingo, 28 de febrero 2021, 07:25

«Nosotros creemos que España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado; esperemos que no haya transmisión local. Si la hay, será transmisión muy limitada y muy controlada». Era Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, quien hablaba así del coronavirus en enero de 2020. Esa enfermedad detectada en Wuhan todavía sonaba a exótico, como el ébola, y China estaba aún más lejos que África. El exceso de confianza fue el primero de los errores que cometieron los responsables de gestionar la crisis sanitaria que hoy, un año después, parecen seguir corriendo detrás del virus covid-19, que en este tiempo ha dejado un rastro de ruina económica y muerte.

El 'año covid' de Cantabria comenzó el 29 de febrero, cuando se confirmó el diagnóstico de la enfermedad en una mujer italiana, pero residente en la región, que acababa de volver de un viaje a Venecia. En realidad, ya se habían establecido protocolos en el sistema de salud cántabro ante la previsible aparición de casos como así había sucedido en comunidades vecinas.

Para entonces, hacía un mes que la Organización Mundial de la Salud había decretado la alerta global por esta peste del siglo XXI, que ya sumaba casi doscientos muertos y miles de afectados por medio mundo, con Italia como gran foco de propagación europeo. Pero eso no impedía que los vuelos desde ese país siguiesen llegando al Seve Ballesteros, ocho a la semana. En cualquier caso, pretender frenar la llegada del covid eliminando esa conexión habría sido como poner puertas al campo, en una España en que cualquier medida de ese tipo se tildaba de alarmista y hasta xenófoba.

Tardó poco en desatarse la tormenta: un mes más tarde Cantabria había superado el millar de contagios, los hospitales apenas daban abasto para asistir a los enfermos –hasta 403 ingresados, y 47 de ellos en UCI, llegaron a atenderse a finales de abril, cifras récord de la pandemia–, y los muertos ya se contaban por decenas. El profundo desconocimiento de la enfermedad y la indecente falta de medios para luchar contra ella contribuían a crear un escenario de pánico y desesperación.

Cronología

29 de febrero 2020

El primer caso

Las pruebas confirman el diagnóstico de la enfermedad en una mujer italiana residente en Cantabria recién llegada de un viaje a Venecia.

15 de marzo 2020

Confinamiento

El Gobierno central decreta el estado de alarma en todo el país y obliga a la población a mantenerse encerrada en sus domicilios.

17 de marzo 2020

La primera muerte

Un hombre de 88 años, que ingresó en Valdecilla con una neumonía bilateral, fue la primera víctima del coronavirus en la región.

Abril 2020

Drama en las residencias

La gran tragedia durante la primera ola se vivió de puertas adentro, en las residencias de mayores, que luchaban sin medios ni personal contra el virus.

28 de abril 2020

Desescalada

El Gobierno central presenta el plan para una vuelta progresiva a la normalidad después de mantener a la población encerrada durante más de un mes.

20 de junio 2020

Un verano de récord

La imagen de Cantabria como destino seguro multiplicó la llegada de turistas nacionales a la región, que registró máximos de ocupación hotelera del país.

1 agosto 2020

Suben los contagios

A partir de agosto vuelven los contagios. A mediados de ese mes, los hospitalizados se cuentan por decenas: es el inicio de la segunda ola.

25 de octubre 2020

Toque de queda

El Gobierno vuelve a declarar el estado de alarma y encierra a la población en sus domicilios durante la noche, desde las 23.00 a las 06.00 horas.

25 de diciembre 2020

Tercera ola

Las reuniones familiares y las celebraciones navideñas disparan los contagios cuando los hospitales siguen atendiendo enfermos de la ola anterior.

27 de diciembre 2020

La vacuna

Con 35 dosis de la vacuna de Pfizer administradas en el CAD de Cueto, dio comienzo la campaña de vacunación en Cantabria.

La progresión del coronavirus en Cantabria fue similar a la de las demás regiones, si bien no se vio tan duramente golpeada como otras. Las autoridades sanitarias, tan desbordadas acá como allá, trataron de atajar una transmisión cuyos mecanismos seguían siendo desconocidos. El día 12 de marzo, con 16 positivos confirmados, se anunció el cierre de colegios y facultades; el 13, con doce casos más, el de la hostelería y los centros comerciales. El 15 marzo, el Gobierno central decretó el estado de alarma y encerró a toda la población en sus casas. Lo que iba a ser un confinamiento de un par de semanas terminó durando mes y medio.

Las imágenes del periódico de aquellos días muestran calles vacías y largas colas de público ante los supermercados, que por alguna extraña razón agotaron sus existencias de papel higiénico. Por supuesto, todos sin mascarilla: los expertos al mando desaconsejaban entonces su uso con barrocas explicaciones sobre la «falsa sensación de seguridad» que proporcionaban.

Ahora se sabe que durante ese primer ataque del coronavirus, las infecciones detectadas, que frecuentemente se traducían en ingresos hospitalarios, suponían solo una mínima parte del total. Hicieron falta meses para descubrir la importancia de los positivos asintomáticos en la propagación del mal, y otros tantos para comprender que nada se arreglaba pulverizando agua con lejía sobre aceras y barandillas.

Sin material sanitario

La falta de material sanitario como guantes, mascarillas, pantallas y equipos de protección, propició la aparición de un mercado internacional de rapìña, donde los lotes se vendían al mejor postor y el único compromiso válido se lograba dinero en mano. La Administración cántabra, maniatada como las demás por las ligaduras de la burocracia, tuvo que recurrir a colaboradores externos, empresas y mediadores con contactos, para hacerse un hueco en ese zoco persa en el que los respiradores se cotizaban a precio de oro y los camiones cargados de alcohol para fabricar gel desinfectante cambiaban de destino sobre la marcha ante una oferta más golosa.

Los trabajadores de una funeraria trasladan el cuerpo de un fallecido en Valdecilla por el covid 19.

Pero el gran drama de la primera ola se vivió de puertas adentro, en el interior de las residencias de mayores, donde nunca se permitió la entrada de la prensa. Responsables y trabajadores describían una situación infernal, con plantillas mermadas por los contagios cuidando de ancianos aterrorizados, sin medios ni refuerzos, doblando turnos y asistiendo impotentes a los estragos que causaba el covid. De los 210 fallecidos covid 19 en esta fase de la pandemia, cerca del 70% eran usuarios de estos centros.

La limitación de movimientos y contactos de los cántabros hizo su efecto, forzando una disminución de positivos y un lento descenso de hospitalizaciones. Esa mejoría hizo posible que, mes y medio después de la declaración del estado de alarma, se permitiera a los ciudadanos volver a salir. El 2 de mayo, con un día radiante, miles de cántabros tomaron las calles, por turnos de edad y en franjas horarias distintas, para aprovechar esa pizca de libertad. Comenzaba la desescalada y, con esta palabra, todo un nuevo vocabulario pandémico.

La reducción paulatina de limitaciones se dividió en fases, no siempre fáciles de seguir. En ocasiones hubo que recurrir a auténticos hermeneutas para saber en qué momento un simple paseo se transformaba en falta punible. Fue un largo y lioso trayecto hasta la conquista de la 'nueva normalidad', como definió el Ejecutivo de Pedro Sánchez la realidad social transformada por el virus.

Viva el verano

Cantabria llegó a esa nueva normalidad el 19 de junio, con dos días de adelanto respecto al resto de España. El presidente regional, Miguel Ángel Revilla, se empeñó en levantar un poco antes la barrera en la frontera con el País Vasco para invitar a los vecinos a la región, ya con mascarilla y respetando aforos máximos del 75% en los establecimientos. Fue el prólogo de un verano de récord.

Entre otros efectos, el coronavirus también ha servido para estimular la imaginación y que casi cualquiera tenga su propia teoría sobre su origen, sus efectos y su modo de contagiarse. Quizás dentro de unos años se descubra que le afecta el sol, la cercanía del mar o la humedad en el ambiente. Lo cierto es que la región se llenó de turistas nacionales que buscaban playa, montaña y espacios abiertos, huyendo de ciudades masificadas que se habían convertido en pudrideros, y todo marchó razonablemente bien, sin que se dispararan los contagios. Cabárceno y Fuente Dé vivieron jornadas de gloria al tiempo que hoteles y alojamientos rurales hacían la campaña de la década en julio y agosto.

La resaca de todo aquello, sumado al otoño y la vuelta de la gente a los espacios cerrados, marcó el inicio de la segunda oleada. Hasta mediados de agosto, las camas de cuidados intensivos permanecieron prácticamente vacías, pero a partir de ahí se inició un goteo de ingresos, como consecuencia de la multiplicación de positivos y nuevas hospitalizaciones. Los centros educativos fueron la excepción: también hará falta alguna investigación posterior que desvele cómo pudieron contenerse los contagios con solo gel hidroalcohólico y ventanas abiertas.

Los datos

  • 25.849 es el número total de positivos diagnosticados en la región durante la pandemia.

  • 128 días pasaron entre la declaración del primer estado de alarma y la 'nueva normalidad'.

  • 519 es la cifra oficial de fallecidos por coronavirus en Cantabria durante la pandemia

  • 289 usuarios de residencias de mayores y dependientes han fallecido por covid.

  • 3 fases se establecieron para ir recuperando la libertad de movimientos.

  • 160.523 visitantes recibió el Parque de la Naturaleza de Cabárceno durante el mes de agosto.

  • 15.264 positivos se diagnosticaron a lo largo de toda la segunda oleada de la pandemia.

  • 115 días lleva cerrado el interior de bares y restaurantes de Cantabria.

  • 7.287 contagios suma hasta ahora la tercera oleada de la pandemia en la región.

  • 60.774 dosis de se han inyectado en la región. El 3,6% de la población ya está inmunizada.

Fue una recaída leve, en comparación con los apuros de otras comunidades, que volvió a hacer saltar las alarmas en septiembre. El consejero de Sanidad, Miguel Rodríguez, se apresuró a dar por superada la crisis a finales de mes, cuando lo peor estaba por llegar: El 26 de octubre España volvió a estar en estado de alarma, con encierro domiciliario nocturno para toda la población, mientras las regiones blindaban sus límites. En noviembre, el virus circulaba de forma totalmente descontrolada por Cantabria; el día 5 se diagnosticaban 308 contagios, el máximo de toda la pandemia hasta la fecha. Primero se cerraron los interiores de la hostelería (6 de noviembre), después se adelantó el toque de queda a las 22.00 horas (día 14) y, posteriormente, se estableció el confinamiento perimetral de los municipios (4 de diciembre), para limitar la movilidad interior, una vez que los jueces desbarataron la intención del Ejecutivo regional de suspender la semana de vacaciones escolares.

Navidades sin fiesta

Era una impresión generalizada que el Gobierno regional preparaba el terreno para unas Navidades a lo grande que reactivasen el consumo, aun a costa de una tercera ola. Pero no, en esta ocasión la prudencia imperó y no se hizo dieta para volver a engordar. En realidad no hizo falta la intervención institucional para que se produjese otra sacudida en los datos de la pandemia: las reuniones familiares, con chavales y abuelos sentados a la misma mesa, y las celebraciones propias de la temporada bastaron para que el covid se enrabietase de nuevo. La segunda ola se cerró con un balance de 215 víctimas; el día 25 de diciembre se iniciaba la tercera.

Esta, de momento, suma ya 94 fallecidos, pero no es como las anteriores: desde que el día 27 de diciembre se administró la primera vacuna, se vive como una carrera contrarreloj: por un lado, la enfermedad, con maldad inconsciente, busca cómo hacer más daño alumbrando mutaciones del virus más contagiosas, dañinas y resistentes; por el otro, el proceso de inmunización de la población, sujeto al ritmo de producción de sueros por las farmacéuticas, deja ya apreciar su efecto benéfico entre los perfiles más vulnerables. La campaña, que comenzó con una lentitud tan exasperante que se llevó por delante a la directora general de Salud Pública, Paloma Navas, avanza a paso de tortuga, a la espera de una reacción de los fabricantes que inunde el país dosis.

La vida mínima que permiten las restricciones está dando a la vez frutos: bajan los contagios y la incidencia acumulada, y los hospitales despejan salas antes reservadas para enfermos de covid. El invierno se acaba, vuelve el sol y el tiempo enseguida permitirá respirar fuera de casa: quizás esté ya cerca el fin de la pesadilla.

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