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María José González viene todos los años desde Valladolid. «Mínimo dos veces. No puedo estar sin venir esas dos veces por año». Habla de Cantabria –ha veraneado toda la vida «en Somo, en Noja...»– y de Cábarceno. Ayer andaba por el parque mirando con su familia (hijo, hija y novio de hija) cómo se peleaban dos oseznos (estaban jugando, no hay problema). Lo miraban los cuatro y lo miraba Lola. Su perra. Una caniche de tres kilos que no quitaba ojo de todo lo que pasaba a su alrededor. Cinco en total.
–¿Hasta cuándo se quedan?
–Nos volvemos hoy mismo. Siempre dormimos en un hotel de Somo que admite mascotas, pero por el pronóstico del tiempo que hemos visto, esta vez nos hemos rajado y nos volveremos a Valladolid al final del día.
Ya lo dicen los hosteleros. El tiempo es la clave en las reservas de Semana Santa. Y el tiempo este jueves sí fue fabuloso. Cabárceno mostró su cara más radiante para los turistas que estos días recorren Cantabria. Hubo gente, pero no los agobios de otras veces. Sin colas. Fue un día perfecto en el parque.
Uno se hace a la idea de que estamos en vacaciones por los acentos que se escuchan al caminar entre jirafas y avestruces. Lo que más, vasco. Pero también mucho asturiano, madrileño, castellano... Por si quedaba alguna duda, niños con camisetas de fútbol. Segunda prueba de procedencias. Athletic de Bilbao, Oviedo, Real Madrid... También un chavalín con la del Dépor. Los críos, está claro, son los protagonistas de la visita. Y es que el prototipo de turismo en Cabárceno en Semana Santa –y, por extensión, en Cantabria– es el familiar. Pareja o familia en sentido amplio (abuelos incluidos) con niños. Ojo, porque, visto lo visto ayer, al listado hay que añadir al perro. Atados y bien cuidados, este jueves había un montón. Más que los que nunca había visto allí el que escribe esta crónica. «Estará alucinado con lo que huele», bromeaba una señora.
¿Previsiones que manejan en el parque? «Muy buenas. Hoy ya tuvimos que bloquear la venta online. A esta hora –serían las doce– andaremos ya por las 5.500 personas», comentaba Míchel Valdés, el director, que explicaba que, para estas fechas, como durante el verano, se refuerza con unas quince o veinte el número de personas que trabaja en el recinto (además de lo necesario para hostelería). En seguridad, en movilidad para evitar atascos, en las taquillas para que no se formen colas... «Reforzar y organizar», comentaba el responsable.
Y lo cierto es que la sensación recorriendo el parque durante la mañana fue la de una jornada muy placentera. Con mucha gente, pero sin grandes aglomeraciones. Había, en general, sitio para aparcar, poca espera para pasar por taquilla, algo más para los que querían subirse a la telecabina... «Somos de León y hemos venido cuatro», contaba Marina Caaveiro junto a sus dos hijas pequeñas (su marido había ido a por algo). Estaban en ese 'momento selfi' junto a la avestruz. «Ella –por la mayor– ya lo conocía, pero hace muchos años. Y la pequeña no había venido. Además, no habíamos subido nunca en el teleférico y queríamos ver si podíamos». Una mañana en Cabárceno dentro de una escapada de tres días por Cantabria. «No nos asustaba lo del pronóstico del tiempo. No nos importaba venir con chubasquero por si hacía falta. Queríamos venir a Cantabria y nos daba igual». Para la foto con el animal –a base de pan como cebo para que se acercara– andaba también otro grupo unos metros más adelante. «Familia madrileña devorada por avestruz», bromeaban cuando se les aproximaba el ejemplar. «Nosotros venimos de Madrid y somos ocho», explicaba Manuel Torres. Parejas y críos. «Vinimos el miércoles y estaremos hasta el domingo».
–¿Y por qué Cantabria?
–Pues porque estábamos un poco hartos de ir a la zona de Levante y teníamos ganas de cambiar. De ver monte, naturaleza... Y también por los niños, para que vieran los animales.
«¿Te atreves?», le preguntaba el cetrero a un chavalín bien pequeño al que le había llegado el turno para fotografiarse con las rapaces. Tras la exhibición, cuatro colas para hacerse fotos con cuatro aves. El crío, valiente, se puso un guante que le ocupaba todo el brazo y soportó sin quejarse el peso del animal –casi más grande que él–. Fotón para el álbum de las vacaciones.
También había que esperar algo para ver a los gorilas pegado al cristal de su zona. Hasta que otros dejaran hueco. Aquí es donde la sensación de que ayer había mucha gente en Cabárceno resultaba más evidente. Unos segundos de pelea en forma de juego despertaron el alboroto general. Cuando se acercó el más grande para poner orden y los otros dos se frenaron en seco se escuchó alguna carcajada. «Con ese no se atreven».
A los gorilas, sus cuidadores les echaron algo de comer y a la gente también le iba haciendo falta. En todas sus modalidades. Los que optaron por el restaurante, los que cogieron una mesa y sacaron lo que traían ya desde casa en las zonas de descanso, los que directamente montaron un pícnic en el verde o los que usaron el maletero del coche abierto como despensa y mostrador improvisado... Incluso los que, bocadillo en mano, se sentaron en un banco ante el animal que les tocara delante. Lo mismo un eland pastando que un tigre echando la siesta al sol.
Y así fue avanzando la jornada, en la que, en total, según comunicaron al final del día desde Cantur, accedieron al parque 7.237 personas. Todos con ganas de aprovechar el día de buen tiempo. Por si acaso, a partir de hoy, la lluvia les obliga a buscar otros planes
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