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El tesoro del inglés

El tesoro del inglés

Leyendas de Cantabria ·

William Rowland nunca estuvo enterrado en el Panteón del Inglés, aunque sí se construyó en su honor tras su muerte

Aser Falagán

Santander

Sábado, 2 de julio 2022, 14:11

Incrustado en medio de la nada en la salvaje fachada marítima norte de Santander se yergue el Panteón del Inglés, refugio de la intemperie, icono cotidiano del pueblo que fue y el barrio que es hoy Cueto y símbolo de lo que allí ocurrió a finales del siglo XX. Custodia los restos de un adinerado joven que, viudo o abandonado, se había marchado a Cantabria para olvidar sus penas y solía salir a cabalgar junto a los barrancos en una despechada rutina con la que entretenía sus días. Hasta que un día no pudo más y ordenó a su caballo galopar hacia el acantilado. Casi al borde del precipicio le ordenó saltar al mar y ahí terminó su historia.

Al descubrir sobre las rocas los cadáveres del inglés y del animal, los vecinos de Cueto los que al descubrir los izaron de nuevo a tierra para darles sepultura, pero nadie se hizo responsable del entierro, así que fueron a su casa para descubrir que, efectivamente, tenía dinero. Vaya si tenía. Había suficiente como para enterrarle, sufragar el sepelio y construir sobre su tumba un panteón que custodiara sus restos ente el mar en el mismo lugar en que perdió la vida.

Así se construyó el Panteón del Inglés, bajo el que descansan para siempre los restos de William Rowland junto a los de su caballo y las últimas pertenencias de ese extraño joven llegado de improviso, como de improviso perdió la vida dejando un pequeño tesoro.

Hasta aquí una de las historia que la tradición oral ha transmitido, que tiene muy poco de veraz. Tanto el origen del panteón, terminado en 1892 como el de la vida y muerte, tres años antes, de Rowland están perfectamente documentados a través de diferentes fuentes, entre ellas la 'Historia del lugar de Cueto', de Matilde Camus. La versión folklórica se inspira en lo que verdaderamente sucedió, pero la historia es bastante diferente.

En septiembre de 1889 el dramaturgo español de origen británico José Jackson Veyán (Cádiz, 1852-Madrid, 1935), autor de zarzuelas de bastante éxito en su época, gran aficionado a tener hijos y telegrafista del semáforo marítimo de Cueto –donde se levanta el actual observatorio de la Aemet– como trabajo alimenticio, cabalgaba junto a la rompiente acompañando por William Rowland, un viejo amigo de la infancia que pasaba unas vacaciones en su casa. De pronto un golpe de mar asustó al caballo de Rowland, que encabritado desmontó a su jinete. La caída fue mala. Se fracturó el cráneo y murió en el acto mientras su montura, presa del pánico, rodaba trastabillada hasta precipitarse por el barranco.

Nada pudo hacer Jackson por su amigo, salvo pasar el mal trago de dar la noticia a la familia, encargarse de que sus restos fueran repatriados a Inglaterra y, un tiempo después, encargar que se construyera un monumento funerario en su memoria: el Panteón del Inglés, que el maestro cantero Serafín Llama Solar terminó en 1892. Pero ni Rowland ni nadie está enterrado bajo sus cimientos ni hay ningún tipo de tesoro por descubrir.

Durante décadas, el panteón estuvo adornado por dos cuadros, un gran crucifijo y unas lámparas de aceite, y contaba incluso con una cuidadora, la Cruza, que nada tenía que ver con la de Puertochico, hasta que en su ausencia y la de Jackson el edificio fue saqueado y abandonado. Llegó incluso a amenazar ruina hasta que la Escuela Taller de Santander lo rehabilitó en 1994.

La historia de Rowland y Jackson es mucho más larga. La cuenta, entre otras, Rosa Diego en 'Cueto, en tierra de ingleses y piratas'. Sus abuelos habían trabajo amistad en su pueblo natal en Inglaterra. Uno de ellos. marino. se estableció en Cádiz, donde formó una familia y envió a su hijo, el futuro dramaturgo y actor Eduardo Jackson, a estudiar con su viejo amigo Robert Rowland. Sir Robert no era un tipo cualquiera, sino promotor de una iniciativa para la reforma educativa en su país y del nuevo sistema postal que introdujo por primera vez el sello franqueado.

El joven Robert trabó amistad con el hijo de Rowland y mantuvieron el contacto, como antes lo habían hecho sus padres. Tanto que en ocasiones se devolvían visitas, como harían después sus nietos José y William, de modo que más que amigos eran casi familia.

De ahí que el dramaturgo costeara la construcción de un túmulo en cuyo interior aún se puede leer: 'Esta edificación fue encargada por D. José Jackson Veyan, jefe de las instalaciones telegráficas del semáforo de Cueto –el mismo que ahora se levanta a la entrada de la Escuela de Marina Civil– desde 1877 a 1909 y famoso autor teatral de la época'. Si su intención era que se recordara a su amigo, lo consiguió.

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